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 domingo, 28 de marzo de 2004

Lecturas
"El vuelo": El militar que quiso decir la verdad

Osvaldo Aguirre / La Capital

"El vuelo" (investigación) de Horacio Verbitsky. Sudamericana, Buenos Aires, 2004, 250 páginas.

El intento de ascenso de los capitanes de fragata Juan Carlos Rolón y Antonio Pernías desató hace diez años una crisis política. El pasado siempre cercano de la última dictadura volvió a emerger con esos militares que habían integrado grupos de tareas en la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma) e intervenido, entre otros casos, en la desaparición de dos monjas francesas. La decisión del ex oficial Adolfo Scilingo de hablar sobre su participación en la represión ilegal y en particular de los "vuelos de la muerte" ocurrió en ese marco.

Scilingo concedió una serie de entrevistas a Horacio Verbitsky, que luego dieron forma a este libro, ahora reeditado. La confesión fue el punto de partida de una historia entre cuyos puntos salientes se encuentran la autocrítica del general Martín Balza, la persecución contra Scilingo y los juicios de Baltazar Garzón, hechos que también son objeto de narración. El volumen incluye además una cronología, referencias sobre los personajes citados y anexos documentales.

Contra su imagen más difundida, Scilingo no es exactamente un arrepentido: aunque dice no estar de acuerdo con los métodos de la represión, habla del pasado y se justifica con el discurso con que los militares intentaron borrar la verdad. La causa inmediata de su confesión es la indignación que le produce ver cómo la Armada se desentiende de la situación de Pernías y Rolón; la razón oculta, el hecho de advertir el horror que se ha cometido y no poder soportarlo: "me parece inaceptable el término desaparecido, y que encima cargue sobre mis espaldas", dice. Scilingo se hubiera quedado tranquilo si los militares, antes de retirarse, hubieran afirmado que los desaparecidos estaban muertos: quizá de esa manera no lo acosarían los fantasmas.

Según dice Scilingo, los vuelos se realizaron durante dos años. Los militares decían a los prisioneros que iban a ser conducidos a un penal donde serían "reeducados", los dormían y los cargaban en aviones. "Se los desvestía desmayados y, cuando el comandante del avión daba la orden en función de donde estaba el avión, se abría la portezuela y se los arrojaba desnudos uno por uno (...) No puedo sacarme de encima la imagen de los cuerpos desnudos apilados en el pasillo del avión". Entre 1.500 y 2.000 personas desaparecieron de esa manera después de caer en manos de la Armada.

El personal que llevaba a cabo esas operaciones era rotativo, "le podía tocar a cualquiera, estaba involucrada toda la Armada"; los que se manifestaron en contra fueron considerados traidores y expulsados de la fuerza. Quizá lo más espeluznante sea que esa práctica, como la tortura, el robo de bebés y el asesinato a sangre fría, fuera considerada un hecho normal por la Armada. El relato de Scilingo muestra cómo se apuntó a diluir la responsabilidad personal ("era una orden y se cumplía") para al mismo tiempo reivindicarse ("era algo supremo que se hacía por el país") y obtener el consuelo de sacerdotes que veían obras humanitarias en el horror.

Scilingo no contó una historia desconocida. La Agencia Clandestina de Noticias y sobrevivientes de la Esma dieron cuenta de los vuelos de la muerte. Pero fue el primer militar que aceptó públicamente el asesinato de personas que eran arrojadas dormidas al mar desde aviones. Y sus palabras resonaron porque los militares decidieron refugiarse en el silencio. La dictadura elaboró una jerga para aludir a sus crímenes y a la vez borrar sus rastros del propio lenguaje: los desaparecidos eran "trasladados", no se decía "asesinar" sino "mandar para arriba". Las palabras también quedaron impregnadas por el horror.

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