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 domingo, 28 de marzo de 2004

Tesoros privados
La pasión por coleccionar y el caos de los recuerdos
Les falta espacio para guardar sus discos. Conservan rarezas y objetos únicos, pero no siempre los muestran. Tres coleccionistas de música revelan sus secretos

Ivana Romero

Los coleccionistas de música de los años 60 (los coleccionistas en general) tienen algunas semejanzas entre sí. Sostienen que el espacio les queda chico para atesorar tanto disco, compacto, cassette. Les apena tener que apilar libros en cajas cuando ya no queda más lugar en la biblioteca. Sienten una secreta satisfacción al mostrar sus objetos, pero son recelosos y no comparten su saber con cualquiera que no demuestre, al menos, un poco de pasión. Son detallistas y obsesivos. Polemizan con otros colegas o con personas a las que consideran poco sabedoras de asuntos que, de tan importantes, ocupan gran parte de sus vidas. Se remontan a la infancia cuando se les pregunta cuándo comenzó todo.

Cuentan con el paciente apoyo de familiares y amigos, que los miran como a chicos que construyen castillos de naipes bajo la tormenta de viento. Y es que hay algo de confiada tenacidad en el acto de coleccionar objetos, buscando completar así una historia que el paso del tiempo pretende desordenar y diezmar. Toda pasión limita con el caos. Y, como afirma Walter Benjamin, la pasión de coleccionar limita con el caos de los recuerdos.


Buscando a Sandro
La tarjeta personal de Darío Suárez se asemeja a una carta postal. Al centro, se lee su nombre con la indicación "Coleccionista - Estudioso de Sandro". Arriba, a la derecha, puede verse una foto a modo de estampilla donde la cara de Roberto Sánchez sonríe bajo un flequillo tupido. "Según el diccionario, coleccionar es juntar cosas de la misma especie. Pero a mí me parece que el coleccionista va más allá, no sólo junta cosas, no es un mero cositero (sic)", apunta Suárez, recién llegado de su Junín natal, en vísperas de una nueva presentación del músico en Rosario. "El coleccionista indaga, investiga, clasifica, confronta datos: se transforma en un estudioso de su objeto. Entonces, lo que vale es manejarse directamente con las fuentes. Ese trabajo lo aprendí junto a Roberto Di Marco, un historiador de mi ciudad", agrega.

Al margen de ser inspector de la Administración Federal de Ingresos Públicos (Afip), Suárez publicó en 1997 el libro "Sandro, el ídolo" editado por Planeta. Allí ofrece una larga travesía por la historia del personaje, pasando por Sandro y Los de Fuego, sus presentaciones en el Madison Square Garden, el Martín Fierro que se disputó con Eduardo Bergara Leumann y Silvio Soldán y un sinfín de detalles que lo traen hasta el día de hoy. En el prólogo, escribió: "Nunca imaginé que un simple hobby terminaría en irremediable pasión. Cuando tenía apenas once años, mi madre me llevó a ver un recital de Sandro, aquí en Junín. Fue el inicio de un camino sin retorno. A partir de ese momento quise conocer quién era Sandro en realidad y empecé a interesarme en todo lo que se publicaba sobre él. Junté revistas, grabé reportajes, escuché una y mil veces sus canciones, y casi sin darme cuenta, fui convirtiéndome en especialista en el tema".

Suárez reconoce que comenzó como simple fanático y que fue integrante del Sandro International Fans Club. Ese tipo de asociaciones , afirma, puede transformarse en terreno fecundo para conseguir buenas piezas de colección: "A través de los clubes de fans pude obtener discos anteriores a 1969 -cuando se estrena el film «Quiero llenarme de tí» y explota el auge de Sandro- que muy pocos conservan".

Suárez se encargó de reconstruir una especializada arqueología de su ídolo. Para eso reunió testimonios de sus compañeros de primaria, logró juntar a Los del Fuego luego de 31 años de separación y no paró hasta encontrar al mecánico de Sandro, para confirmar que a Roberto le fascinaban los fierros. Por eso se puede dar el lujo de refutar datos oficiales: "El mismísimo Sandro dice que la fecha de su primer grabación fue el 13 de noviembre de 1963. Pero no; fue el 13 de setiembre de ese año. Lo sé porque conservo la planilla que lo autorizaba a entrar al estudio, donde consta día, año, horario y los nombres de los músicos con quienes entró a grabar".

Lo más difícil fue conseguir una de las primeras grabaciones amateur: el jingle de la sedería Bruno, en Valentín Alsina. Suárez relata: "A principios de los 60 era común en los barrios encontrar altoparlantes en las esquinas por los que se difundían música y propagandas. Roberto Sánchez iba a las cabinas de transmisión, en Radio Antártida, desde donde se leían todos los textos. Imitaba muy bien a Rosamel Araya, un cantante de moda en esos tiempos. Un día le propusieron grabar un jingle, que se registró en acetato. La letra decía: «Sedería Bruno... Sedería Bruno/ compra ella, compras tú/ en Sedería Bruno... la sedería de la juventud./ La sedería que todas prefieren/ la más selecta de la zona Sur./ Sedería Bruno... Sedería Bruno,/ la sedería de la juventud». El jingle tiene acompañamiento de guitarra, pero no se sabe si lo hizo él u otra persona".

Suárez muestra con orgullo fotos donde, junto a su mujer y sus hijos, posa con Sandro. Afirma que a lo largo de los años ha mantenido muchos encuentros con él, quien lo felicitó por su trabajo, y a veces le pregunta cómo anda la familia. Para que no queden dudas sobre la veracidad de sus dichos remarca: "tengo todo grabado".


Metejón por el tango
Raúl Gallardo es abogado. También canta tangos. En el 2003 grabó como invitado junto a la Orquesta de cuerdas de Omar Torres. Además, conduce el programa "Metejón y chamuyo" los domingos a la mañana por FM Tango. De hecho, la radio representa para él un espacio ligado a recuerdos íntimos y la excusa perfecta para conseguir rarezas que complazcan a la audiencia. De esta manera aumenta su lista de tangos, que incluye más de 50 mil temas, entre compactos, cassetes y discos.

"Yo soy de Ceres -señala-. Allí la radio era nuestro nexo con el mundo. En aquella época, en los años 50, y sobre todo en los pueblos, la radio cumplía una función extraordinaria porque nos permitía traer a casa espectáculos artísticos que se daban en los grandes auditorios de Buenos Aires. Y acontecimientos internacionales. Escuchábamos los partidos de fútbol, las peleas de boxeo en los Estados Unidos... Y en casa, como pasaba en la mayoría de los hogares cuando yo era chico, se escuchaba el Glostora Tango Club, que precedía a Los Pérez García, un famoso radioteatro. Los dos programas salían por Radio El Mundo. Luego, ciclos musicales donde desfilaban los mejores artistas argentinos, sobre todo del tango y del folklore".

Raúl creció en medio de un ambiente donde el tango era parte de la cotidianeidad de la casa. Su madre, costurera, silbaba tangos mientras hacía las tareas de la casa. Su padre era un gran bailarín, que llegó a ganar algunos concursos locales. El mismo debutó como cantante a los 16 años, y siguió con su vocación aquí en Rosario, donde se mudó para seguir sus estudios universitarios.

"Llegué en el año 61 y una de las primeras cosas que hice fue tratar de conocer los lugares de tango de la ciudad. En esa época funcionaba un lugar que se llamaba Chiqué, ahí en Pasaje Zabala y Tucumán. Después estuve despuntado el vicio de cantar en otros lugares, como Mi Rincón, de Raúl Mendoza, o El Farolito. Ese era un local de la calle Tucumán, cerca de Chiqué, y tocaba Fernando Tell, grandioso bandoneonista rosarino", recuerda.

De manera paralela, el coleccionismo fue acompañando este proceso: "A medida que transcurría mi vida laboral y tenía un pesito que me sobraba, compraba discos y libros de tango. El trabajo en la radio fue como un torbellino, porque empecé a comprar a rolete.

A tal punto que en poco tiempo me hice de una colección importante".

Cuando se lo consulta sobre los años 60, Gallardo se las toma contra un personaje al que califica de nefasto para el tango y para la música en general: Ricardo Mejía. Este era un experto en ventas de origen ecuatoriano, nacionalizado estadounidense, que en 1959 asume el cargo de gerente general de la RCA Víctor. Dio fama a nuevos cantantes juveniles. De allí surgirían The Rocklands, los Pólvora y otros -como Billy Caffaro, Palito Ortega, Johnny Tedesco y Violeta Rivas- agrupados en El Club del Clan. "Mejías lo declaró públicamente: venía con la intención de matar al tango. Matar al tango significaba desplazarlo del sitial que había ocupado desde la década del 40. Lo que pretendía era aplicar nuevas tendencias de marketing en países periféricos como el nuestro, e imponer nuevos productos musicales. Para eso necesitaba el control sobre la difusión de la música", opina Gallardo.

Según el entrevistado, en esa época se destruyeron muchísimas matrices de orquestas de tango como las de Alfredo Gobbi o Domingo Federico. Gracias al trabajo de los coleccionistas, que habían preservado material, muchas de esas grabaciones se pudieron recuperar.

Gallardo se considera un coleccionista de músicas más que de discos y es visible su satisfacción al asegurar que todo el material que divulga por radio es una adquisición propia. Además sostiene: "Buena parte del material de las orquestas de tango que estaba en discos de 78 revoluciones, fue incluido en ediciones en long play. Pero no todo, y ese es el verdadero material que busca el coleccionista. Por ejemplo, materiales de orquestas de finales de los años 20 y comienzos de los 30, grabaciones del sexteto de Cayetano Puglisi o del sello Brunswick. También son codiciadas las tomas de radio, registros sonoros que dan cuenta de sucesos únicos, como el recital de Julio Sosa en la Splendid antes de su accidente fatal en 1964, o la de Aníbal Troilo cuando despide a Edmundo Rivero de su orquesta".


Por amor al folkore
En la foto se ven cuatro jóvenes damas. Tres de ellas lucen vestidos claros hasta la altura de las rodillas, tacos, collares de cuentas gruesas, pestañas barnizadas en rimmel y peinados batidos con esmero. La cuarta tiene un traje de paisana y dos trenzas largas y oscuras. Al pie se lee: "Conjunto vocal Las Hilquis: Graciela Giménez Rébora, Amanda Alfonso y Elsa Lomáscolo. Ganadoras del 2º Premio del V Festival Nacional de Cosquín 1965. Llegadas desde Rosario, provincia de Santa Fe. Paisana: Noemí Conde".

La foto salió publicada en un número especial de la Revista Folklore, dirigida por Félix Luna. Tenía colaboradores de la talla de León Benarós, Félix Coluccio y Hamlet Lima Quintana. Traía letras de canciones, chismes sobre el ambiente, agenda de espectáculos y una rara sección denominada "Ellas y el folklore", con consejos de belleza, cocina criolla y astrología.

Se trata de uno de los tantos objetos que José Luis Torres atesora en su casa de la zona sur. Al igual que Gallardo, no sólo colecciona discos sino también temas musicales: "Los discos de pasta son objetos preciosos, pero siempre está el riesgo de que se dañen. Entonces conservo una copia en disco compacto: si pasa algo con el disco, al menos no perderé los temas". Los compacts también se trasforman en buenos aliados para la recuperación de material que se consideraba perdido. Torres confirma: "El año pasado conseguí unos compactos del cuarteto Gómez Carrillo, el primer grupo vocal que hubo en el país, nacido en Rosario en el 42. Era una obra editada en 1955, que jamás pude conseguir. Y uno de sus integrantes me mandó desde Buenos Aires cuatro compactos: material ya procesado, recopilado, precioso. Veremos qué le puedo ofrecer yo a cambio". Esa es otra de las características que unen a los coleccionistas de música. Si bien a veces pueden comprar algún material, generalmente realizan intercambios, porque es muy difícil establecer el exacto valor de una reliquia. Y esos canjes a veces se transforman en lazos de amistad con coleccionistas de aquí o esparcidos en todo el mundo.

La infancia de Torres se dividió entre Venado Tuerto, Tortugas, Santa Teresa y Villa Guillermina, tras los pasos de un padre jefe de correos. "Mi padre compraba muchos discos, y le gustaba mucho la música española. Los primeros recuerdos que tengo del folklore son de escuchar a Los Hermanos Abalos, Antonio Tormo y Los Chalchaleros, a comienzos de los 50. Las radios de Buenos Aires llegaban a todo el país. También en las escuelas nos enseñaban canciones folclóricas, en la clase de música", rememora.

Cuando se mudó a Rosario para seguir estudios en la universidad, Torres comenzó a percibir que el incipiente mercado discográfico estaba bastante diversificado: "Llegaban intérpretes como Bill Halley y sus Cometas, o música twist por parte de Norteamérica. Desde Buenos Aires, El Club del Clan. A nivel folklore la cosa también se había complejizado: aparecieron Los Fronterizos, Los de Salta, Los Huanca Huá, Los Trovadores del Norte... Yo recuerdo haber ido a una disquería para comprar un disco de Gardel, otro de Elvis Presley y otro de Brenda Lee".

Pero a la hora de tomar la guitarra, al joven Torres lo conmovían más las canciones relacionadas con estos paisajes, con esta sociedad. Y así también comenzó a visitar distintas peñas: El Arriero, El fogón de los Amigos, La Salamanca, El Chancho Rengo o Yasí Yateré exhibían el auge del género folklórico a nivel nacional, y también en la ciudad. Torres apunta: "Hacia mediados de la década había muchas peñas en Rosario, que juntaban entre 50 y 200 personas. Eran de entrada libre y presencia amplia, y tenían tanta jerarquía como el cine o el teatro". Una de las que se destacaba era A los Caños, en Laprida 553: "Esa fue la primer peña que presentó números artísticos y puso un escenario: antes la guitarra desfilaba de mesa en mesa. Por ahí pasaron todos: desde Los Chalchaleros a Jorge Cafrune, o figuras como Armando Tejada Gómez, Los Huanca Huá, Víctor Heredia, Horacio Guarany, Zamba Quipildor, Mercedes Sosa y Liliana Herrero".

Torres indica que comenzó a coleccionar música a comienzos de los años 70. Que por ese motivo también comenzó a comprar libros y revistas. Que un tema adquiere verdadero valor histórico y musical si se sabe a ciencia cierta cuándo fue compuesto, de qué versión se trata, quiénes lo interpretan y otros detalles sutiles pero importantes. Y enseguida se entusiasma contando historias. "¿Sabías que Atahualpa Yupanqui vivió en Rosario?", pregunta. Y a continuación comparte una versión de "Los ejes de mi carreta" mientras cuenta: "Yupanqui vivió aquí con su mujer y sus hijos entre el 34 y el 37, según diversas crónicas. Había una institución cultural llamada Mangrullo, con una propuesta sobre la difusión de la cultura latinoamericana, que alentó a Yupanqui a publicar sus primeros discos y a un poeta uruguayo que también vivía aquí, Romildo Risso, a publicar sus poemas. Ellos se hicieron muy amigos. Con el tiempo, algunas canciones se presentaron con autoría sólo de Yupanqui, pero se sabe que temas como «Los ejes de mi carreta» tiene poesía de Risso".

Atesorar letras bellas es otra de las pasiones que Torres ha tenido desde muy chico: "En El Cairo había una victrola a monedas. Una vez fuimos con los muchachos a escuchar una chacarera, un tema rápido, con la intención de copiar la letra. Acordamos que uno copiase la primer estrofa, otro la segunda y así. Pero la letra pasaba tan rápido que a veces no enganchábamos la palabra correcta. Así que lo volvíamos a poner y luego de cinco o seis pasadas y de una cantidad enorme de monedas gastadas, teníamos la letra completa".

Para Torres, la evolución del folklore en los 60 fue producto de una sociedad con creciente expansión cultural. Y observa: "Los poetas más importantes de aquella época como Jaime Dávalos, Manuel Castilla, Pablo Neruda o Nicolás Guillén eran cantados o silbados por los tipos que iban a laburar. Luego vinieron los gobiernos militares y todo eso se congeló. Quizás este sea un buen momento para construir un archivo de música popular abierto a la gente. Sería una manera de recuperar una parte de nuestro pasado como sociedad, aunque también de nuestro presente".

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José Luis Torres escucha folklore desde la infancia.

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