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 domingo, 28 de marzo de 2004

A 28 años. Dos sobrevivientes recuerdan su cautiverio en la Esma
Historias de vida en tiempos de muerte
En el campo de concentración hubo casos alucinantes, como cuando el Tigre Acosta llevaba prisioneras a bailar a Mau Mau

Rodolfo Montes / La Capital

Munú Actis y Cristina Aldini son sobrevivientes de la Esma. Estuvieron secuestradas en los años 78 y 79 y pertenecen a un grupo de casi cien prisioneros que salvaron sus vidas (cerca de 5.000 fueron asesinados) un poco por azar y otro por haber simulado que colaboraban con el plan de Emilio Eduardo Massera, que buscaba recuperar militantes montoneros para sumarlos a su delirante proyecto político.

En exclusiva con La Capital, las sobrevivientes cuentan cómo fue volver a pisar los recovecos del edificio del horror, 25 años después.

-¿Qué es la memoria para una sobreviviente de la Esma?

Cristina: La memoria tiene sus trampas. Es tan fuerte la necesidad de que lo siniestro no se reproduzca que una es capaz de negociar cosas muy caras. Como resignarse, aceptar determinadas condiciones.

-Por lo visto, sortearon la trampa

Cristina: Sí y no. A mí me costó muchísimo contar lo que me pasó y todavía me cuesta. El contexto social y político nos alentó a contar nuestra historia, es cierto, pero hay algo del orden subjetivo, de nuestra personalidad, que tiene su propio proceso, sus propios tiempos.

Munú: Aunque esté más diluido que en otros tiempos, hasta el día de hoy seguimos llevando sobre nosotras algunos estigmas que fueron parte del discurso de la dictadura. Como el "si se los llevaron por algo será". Y además, en nuestro caso "si sobrevivieron, por algo será". Esto es una carga social todavía está instalada, incluso hasta en el profundo dolor de los familiares que perdieron a sus hijos. Es muy terrible para ciertos familiares que nosotras estemos vivas y sus hijos no. ¿Cómo hacemos para que se comprenda que nuestra supervivencia fue consecuencia del azar? Lo que ocurrió fue crucial en nuestras vidas. Cuando caminé por la Esma y la gente me aplaudía del otro lado de la reja, sentí que se me volvió a llenar el alma. Ahora digo "soy sobreviviente" y la gente se corre, me da un lugar para que yo pase.

-¿Cómo definirían la entidad del sobreviviente?

Munú: Los sobrevivientes de la Esma, en algún sentido, somos sobrevivientes como miles y miles de argentinos. Los que se fueron del país, los que se mudaron a otra provincia y se inventaron otra identidad... Es cierto que nuestra "negociación" para ir manteniendo la vida fue hecha en condiciones muchas más extremas que aquellos caminaban por la calle.

-¿Cómo fue vivir siendo una sobreviviente?

Munú: En cualquier situación de la vida, en todos estos años, yo no podía decirle a cualquier persona que soy una sobreviviente de la Esma. Sí a mis amigos, a quienes me conocen, pero no en relaciones circunstanciales. Un día iba a declarar a Comodoro Py, me tomo un taxi, y el taxista me cuenta que uno de sus trabajos había sido estar a cargo de la torre de control de Palomar, de donde salían los aviones de la muerte. Y él lo sabía, cada vez que salía un avión de la muerte, el tipo dice que lloraba frente a la consola de control.

-¿Le preguntaste por qué no lo denunció?

Munú: Sí, y me dijo que en su momento no denunció porque tuvo miedo a que lo mataran. Y después tampoco lo denunció porque podría perder la jubilación.

-¿Qué cambió con el pase de manos de la Esma?

Cristina: Con las rejas de la Esma se abrieron muchas cosas en la Argentina. Siento que hay mucha reflexión circulando. Nuestra generación perdió, por más que ahora tengamos el Museo de la Memoria. Perdimos mucho porque también tuvimos mucho: el privilegio de vivir un momento histórico fantástico. Otras generaciones no tuvieron sueños ni proyectos colectivos que dieran sentido y trascendencia a vida.

Munú: Teníamos un proyecto de vida global, el proyecto era transformar la sociedad. La pareja, el trabajo, los hijos, eran partes de una vida que constituían un todo superior, nuestro compromiso revolucionario. Hasta el día de hoy siento la carencia de haber perdido ese sentido estratégico global de la vida. Yo tengo una pareja, hago murales y varias cosas más. Pero no me alcanza.

-¿Cuál fue la principal estrategia para sobrevivir?

Munú: En el año que estuve en Esma construí un personaje. Todo el tiempo ponía cara de "ni". Cuando traían a un secuestrado y lo torturaban, el personaje hacía como que no pasaba nada. Cuando entré a la Esma la semana pasada se me reapareció el "personaje del ni", y me dio una profunda sensación de ausencia. Estaba todo vacío, sobre todo sentí que faltaba la gente (los desaparecidos). Hace muchos años que sé que los desaparecidos están muertos, pero eso no significa que lo haya asumido. Sin embargo, cuando entré a la Esma, pude verificar que ya no están. Mi imaginario los colocó mucho más cerca de los muertos. Esto es muy difícil para mí. Confirmé que no fue de casualidad que los hayan desaparecido sin reconocer nunca las muertes.

-¿Qué te impresionó de volver al lugar?

Munú: Cuando subí a Capuchita, un sector de la Esma en el que no estuve, me empezó a resonar el relato de una compañera que estuvo allí. Fue impresionante, me atravesó los huesos. Mucho peor que en el sótano, un lugar en el que viví ocho meses simulando el personaje.

Cristina: La locura y la perversión de los marinos fue infinita. Por ejemplo, cuando yo estaba secuestrada, ellos exigieron que mi hermana se casara legalmente, por que no querían que esté en pareja sin papeles. Mi hermana se casó. Y ellos (los oficiales de la Marina) fueron al Registro Civil a presenciar la ceremonia. Un escena completamente delirante.

Munú: Yo accedí a un régimen de salidas para visitar a mi familia en Guaminí. Un día un oficial me llevó hasta el pueblo en una cupé Chevy amarilla, robada, por supuesto. Fue un quemo total. Te imaginás cuando llegué todo el pueblo se enteró y decían "mirá la Munú, tanto que habló y dijo, ahora anda con ese tipo en un auto último modelo". Todos en el pueblo sabían de mi militancia y teóricamente yo estaba secuestrada. Fue todo muy loco. El domingo almorzamos con mis dos hermanas y sus maridos, mi vieja, el oficial de la Marina y yo. Fue un cuadro increíble, se hablaba del campo, de fútbol, del tiempo... Y yo que le contaba una versión falsa a mi familia de cual era mi realidad. Para ellos estaba en una granja de recuperación donde todo era divino. El oficial la pasó tan bien en Guaminí que después no se quería volver a la Esma. De todas maneras la conciencia de que me podían matar en cualquier momento estaba todo el tiempo presente. El Tigre Acosta siempre decía "en cualquier momento se pudre todo y se van para arriba".

Cristina: El Tigre Acosta me llevó a Mau Mau, que era el boliche top de la Recoleta en los 70. No nos invitaban, nos llevaban. El peor momento fue cuando empezó a sonar una canción que yo relacionaba mucho con mi pareja, que fue muerto por los marinos. Yo lo vi muerto. En ese momento tuve una crisis, me fui al baño y me encerré. Me miraba en el espejo junto a una chica de mi edad que estaba divirtiéndose. Eramos de misma edad, estábamos en el mismo baño en el mismo instante pero en dos situaciones abismalmente distintas.

Munú: Un día, simulando un gesto de recuperación, tuve la infeliz idea de preguntarle al Tigre por qué no estaban más con sus familias. Porque los marinos se quedaban con nosotros más tiempo que el que les indicaban los cronogramas de las guardias. A mí se me ocurrió decirle que si ellos nos combatían porque nosotros teóricamente destruíamos a la familia, en realidad ellos se estaban alejando de sus familias. El Tigre se enfureció y me gritó: "No te das cuenta que no nos vamos a nuestras casas porque con mujeres como ustedes podemos hablar de política; ustedes tocan la guitarra, leen, crían hijos, saben manejar armas... son mujeres que creíamos que sólo existían en las películas. ¿Con mi mujer qué comparto si toda su preocupación es reservar una mesa en el club donde vamos. No tiene nada para decirme?". Cuando ingresamos a la Esma con el presidente Kirchner, una compañera dijo "hoy tenemos que estar preciosas, el Tigre nos debe estar mirando por tevé", y todas estallamos de la risa.

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Munú Actis y Cristina Aldini aseguran que conservaron la vida gracias al azar.

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