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 domingo, 28 de marzo de 2004

Editorial
El humo de las islas

Por segunda vez en pocos días la ciudad soporta una seria contaminación de su medio ambiente. Más de 20 mil hectáreas de campo en las islas frente a Rosario arden sin control frente a la impotencia de las autoridades, que no saben ni aciertan cómo contrarrestar el problema.

El avión hidrante que arribó ayer a la ciudad todavía no pudo operar para tratar de que la situación no empeore. Los bomberos entrerrianos aún no llegaron a la zona. Si no se detecta ni impide que el fuego se propague la humareda volverá a tapar Rosario otra vez apenas cambie el viento.

Más de un millón de habitantes (el humo llega hasta Arroyo Seco y otras zonas del Gran Rosario) sufren los efectos nocivos que supone el aire irrespirable proveniente de la provincia de Entre Ríos, cuyo gobierno debería intervenir con energía y detener a quienes irresponsablemente ponen en riesgo la salud de la gente. El poder de policía sobre las islas pertenece a la provincia vecina y sus autoridades son las responsables de lo que ocurre en Rosario.

Si ese estado provincial no está en condiciones de garantizar que manos inescrupulosas inicien los incendios, el gobierno de Santa Fe tiene que intervenir y, si es necesario, enviar efectivos de seguridad para investigar y detener a los responsables.

Rosario es una ciudad que siempre se ha caracterizado por su cielo diáfano, descontaminado y puro. Y cuando esta condición se puso en riesgo, con el avance de las cerealeras, la población y sus instituciones dieron una dura pelea para que nada ponga en riesgo una de las bondades de esta ciudad.

Santiago de Chile o México, por citar sólo algunos ejemplos cercanos, son la contracara del perfil de urbe moderna y descontaminada que todos los rosarinos apuestan a conservar por mucho tiempo más. Rosario no puede ni debe tolerar que el aire puro se convierta en denso y que la claridad sucumba ante las tinieblas.

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