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 domingo, 07 de marzo de 2004

Lecturas. Cuentos sobre trenes de escritores argentinos
"En la vía": Diez respuestas a un enigma

Osvaldo Aguirre / La Capital

Qué dice el conductor de un tren que marcha fuera de control, que huye a máxima velocidad y sin frenos? Horacio Quiroga se planteó esa pregunta para resolver un cuento donde narraba el delirio alucinatorio de un maquinista. Hay muchas respuestas posibles, y en consecuencia muchos relatos. "Las diez narraciones que integran el presente volumen intentan indagar, por diferentes caminos, el mismo enigma", dice al respecto Christian Kupchik, compilador de "En la vía".


Después de la privatización menemista, los trenes desaparecieron de gran parte del país. Ahora circulan por la memoria y la nostalgia, pero desde mucho tiempo antes habían constituido un tema y un ámbito para la imaginación literaria, como descubre la antología editada por Norma, donde se reúnen algunos de los nombres consagrados de la literatura argentina, como Julio Cortázar, Manuel Mujica Lainez, Héctor Tizón o Humberto Costantini.
Al margen de la presencia de los trenes, los cuentos recopilados establecen afinidades y diferencias entre sí. Los cuentos de Julio Cortázar ("Final del juego"), Humberto Costantini ("El cielo entre los durmientes") y Sergio S. Olguín ("Los trenes de la muerte") pueden vincularse en tanto presentan historias donde el tren aparece como el tema de un juego donde la inocencia se asocia, en distintos grados, con el drama.

El cuento de Cortázar era insoslayable en la selección; el de Costantini supone un rescate. Preciso y contundente, impresiona como uno de los mejores textos seleccionados. El punto de partida es simple: dos chicos se desafían a colgarse de los durmientes, en un puente, para sentir el vértigo del tren sobre sus cabezas. Alrededor de este núcleo, como círculos abiertos en el agua, Costantini explora las relaciones entre los personajes (el narrador admira a su amigo, que "sabe de muchas de cosas" y sobre todo "de aventuras, de casas abandonadas y de extraños nombres de calles") y con el suspenso que sabe imprimir a través de su relato, como quería Horacio Quiroga, atrapa al lector desde el comienzo hasta el final.

En Olguín, unos chicos de la villa juegan con la muerte: se desafían a permanecer en las vías cuando se acerca el tren. La historia tiene como protagonistas a un conductor y a una periodista que comienza por buscar una nota y termina atraída por los aspectos más oscuros de su tema: los suicidas que se arrojan al paso de los trenes. Los personajes se involucran en una relación sentimental, pero eso sirve para reavivar el horror. El conductor experimenta una revelación ominosa: "sólo él conocía lo que sentía ante los cuerpos que pisaba y ante el cuerpo desnudo de Verónica".

Esa atención por lo siniestro reaparece en los cuentos de Jorge Consiglio ("Excepto los trenes") y Gustavo Nielsen ("Las fotos"). En el primero se trata de un hombre que toma el tren todos los días para ir a su trabajo; si su ocupación es gris y sin historia, el viaje contiene la promesa de lo inesperado. Pero lo que le interesa, aquello que le permite relacionarse con otro, un otro tan extraño como él, son los accidentes. En el segundo, el tren aparece descripto a través de los ojos de un ex preso; previsiblemente, constituye una cárcel y entonces un espacio cargado de amenazas.

En contraposición, Angélica Gorodischer introduce el humor para relatar el viaje de un tren presidencial que acude a un perdido pueblo de llanura. Manuel Mujica Lainez también escribe desde una mirada irónica "Retiro-Tigre, apuntes de un viajero desocupado". En "Triste le ville", en cambio, un viaje es la puerta de entrada a un universo fantástico. El notable cuento de Abelardo Castillo relata el viaje alucinante de un hombre que encuentra un boleto tirado y decide utilizarlo por puro afán de aventura. Al llegar a destino descubre que la excursión no tiene retorno ; la historia está también asociada al tema del doble, ya que el personaje, cuando creía seguir el azar, en realidad intercambiaba su destino con otro.

"Un viaje en tren", de Héctor Tizón, otro excelente relato, hace de contrapunto con el texto de Castillo. La historia transcurre en un punto perdido del norte argentino y en ella lo que se dice es quizá menos importante que lo que se omite. El título anodino encubre una experiencia terrible, que tiene como protagonista a una chica atrapada en una oscura relación con su padrastro y que recurre a la superstición y a prácticas religiosas ancestrales para sobrellevar su situación.

El cuento de Tizón demuestra, además, que un viaje equivale a una historia. En la misma vía corre el personaje de "Ferrocarriles argentinos", de Elvio E. Gandolfo, un hombre que soñaba con ser escritor y que nunca escribió, pero para quien los viajes en tren reemplazan la necesidad de narrar.

"El tren proporciona otra mirada sobre la soledad, el miedo, la ausencia. La mejilla pegada al cristal: no hay ángulos ni vientos perturbadores. E pericoloso sporghersi, sugieren los trenes italianos. No hay que asomarse. El paisaje discurre detrás de un vidrio turbio. Y no obstante, aun quedan exponentes de lo inquieto, ya sean nómadas, almas errantes, aventureros, pesquisas de lo nimio, dispuestos al desafío de lo incierto", dice Kupchik en la nota introductoria, que arranca con el origen mismo de los trenes y analiza, antes de llegar a la antología en sí, su impacto en la sensibilidad artística y literaria de los siglos XIX y XX. Un apéndice con datos sobre los autores y apuntes bibliográficos "para todos aquellos interesados en la temática y deseosos de poder comprobar el enorme registro genérico que abarcan los trenes en la literatura" completan una edición impecable.

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Cada viaje en tren supone una experiencia para contar.

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