| domingo, 07 de marzo de 2004 | Las incógnitas de la transversalidad Jorge Levit / La Capital El gobernador Jorge Obeid logró salir sin muchas heridas políticas tras su actitud componedora en la pelea Kirchner-Reutemann por los fondos que la Nación envió a Santa Fe para los inundados. Explicó, hasta el cansancio, que los dos tienen razón y que la cuestión se limita a una interpretación de los números. Obeid fue a la Casa Rosada y se sentó al lado del jefe de Gabinete, Alberto Fernández, quien fue el principal acusador del Lole. Allí expresó con énfasis su apoyo a la gestión de Kirchner pero antes había dicho que cuestionar a Reutemann es hacerlo contra todos los santafesinos.
La cintura política del gobernador funcionó en este round, que terminó para el público en un empate por puntos. Lo que no se dice es que el combate sigue en forma subterránea y que la animosidad de Reutemann contra los hombres más cercanos al presidente es creciente. El Lole sospecha que desde el mismísimo Sillón de Rivadavia parten las instrucciones para castigarlo y azuzar los puntos cuestionables de su doble mandato. Por eso, la famosa foto que muchos prometían entre Kirchner, Reutemann y Obeid nadie la ha podido sacar hasta ahora.
En un intento de mediación, ocho diputados nacionales fueron a cerrar -dicen que con éxito- un pacto de no agresión entre el gobierno nacional y Reutemann. Si las declaraciones y ataques subían de tono, ponían a Obeid más contra las cuerdas. El gobernador sabe que no podrá gobernar sin el reutemismo, pero también necesita el respaldo del tren K. Es difícil convivir en esta provincia tan particular y con dos décadas de gobiernos peronistas y una estructura política que se reparte los cargos indefinidamente.
La pelea Kirchner-Reutemann dejó atrás y suavizó la que había surgido apenas se produjo el cambio de gobierno en la provincia. Obeid no encontró los famosos 500 millones que el Lole dijo haberles dejado, pero sí tuvo que sufrir todo el desbarajuste en la administración pública a raíz de los aumentos sectoriales que otorgó Reutemann sobre la hora de partida. Este enfrentamiento quedó por ahora en el freezer, pero algunos reutemistas cuando se apagan las cámaras o los grabadores de los periodistas, mascullan palabras irrepetibles contra Obeid y su gabinete. Y Obeid lo sabe, porque en su entorno también se ataca a la gestión del Lole y a sus sempiternos funcionarios que lo acompañan a todas partes.
Entre las sonrisas y desmentidas para el gran público y la bronca que fluye por dentro se viene una nueva disputa que, si va a fondo, no todos podrán resistir el embate como hasta ahora. La transversalidad que desde la Casa Rosada se intenta desparramar por todo el país tendrá en Santa Fe, uno de los distritos más importantes, a un gran protagonista. Es mucho más trascendente que las rencillas por la plata para los inundados o las peleas casi pueriles entre Obeid y Reutemann. Se trata, nada más ni nada menos, de disputarle políticamente al peronismo su hegemonía en la provincia. Una hegemonía que pudo mantener con la ley de lemas, una trampa electoral que el radicalismo santafesino contribuyó a pergeñar.
La transversalidad es la palabra acuñada por Kirchner para conformar un movimiento político más amplio y progresista por encima del peronismo tradicional. El movimiento creado por Perón -al que Obeid promete fidelidad ortodoxa- también cobija a los restos fósiles del menemismo, a los Juárez en Santiago del Estero o a Felipe Solá en Buenos Aires. Una típica ensalada ideológica que el kirchnerismo intenta desmenuzar. Y para ello quiere sumar a Hermes Binner, Aníbal Ibarra y al intendente cordobés Luis Juez.
El gobierno nacional y su círculo más íntimo quieren crear una nueva fuerza política ampliada con base en el peronismo y disputar la hegemonía local en cada distrito. Por eso, el gobernador Obeid, que tiene un discurso casi obsecuente con el poder central, rechaza la idea de la transversalidad. Prefiere tener que arreglar cuentas con el reutemismo y no con Binner u otros extrapartidarios. En este conflicto de intereses sí estará apoyado por la estructura del peronismo provincial reutemista, que con sólo oír la palabra transversalidad le produce alergia.
El socialismo santafesino también rápidamente salió a desechar oficialmente esta idea, pero Binner tiene buena sintonía con Kirchner y fue el más votado en las últimas elecciones. La interna socialista, que todavía tarda en estallar en público, tiene que ver mucho con esta posición política. Si la transversalidad avanza y está integrada por hombres de su partido, el socialismo teme perder peso político, desdibujarse y terminar "derretido" en una estructura de difícil pronóstico. A la hora de defenderse del embate "extranjero" en la provincia, peronistas y socialistas santafesinos mantienen la misma posición. Es que ambos también retienen cuotas de poder establecidas desde hace años que no quieren resignar.
En esta Argentina con una historia complicada, donde se ha utilizado habitualmente el poder político para motorizar beneficios sectoriales, todo lo que suene a alianzas huele mal. El último intento -del que sí participó el socialismo santafesino- fue una de las peores experiencias de la historia democrática argentina. La Alianza, que vino a terminar con la corrupción menemista, terminó sobornando a senadores para que voten una ley y desembocó en la terrible crisis que hoy todavía transitamos.
Entonces, ¿transversalidad para qué? Si es para dirimir la interna del peronismo nacional, ahora en manos de un ala más progresista y ayer de los neoliberales, no tiene mucho sentido. Si es para consolidar poder hegemónico y anular a la oposición política, tampoco es saludable. Menos aún si el kirchnerismo quiere presentarse como un movimiento no contaminado de viejas prácticas políticas. En realidad no lo es absolutamente. Algunos funcionarios y/o voceros de las primeras figuras del gobierno nacional han transitado por todas las vertientes del justicialismo y de otras fuerzas políticas.
En cambio, si el nuevo movimiento que pretende formar el gobierno tiene verdaderas intenciones de terminar con el clientelismo político, las prácticas feudales y los beneficios y prebendas para los funcionarios, el país se asomará al umbral de una nueva forma de construcción política. Si sólo quiere sustituirla y aprovecharse de la estructura para poner a sus hombres pero sin que nada cambie, se volverá a repetir la dramática historia argentina de los últimos cincuenta años.
La transversalidad es por ahora un eslogan más que una realidad, pero si se constituye como poder real podría ser un arma muy delicada y poderosa. El peronismo santafesino se resiste a ella porque sabe que podría ser su primera víctima. Y no estaría mal que Santa Fe tenga un cambio político después de dos décadas de la sucesión Vernet-Reviglio-Reutemann-Obeid-Reutemann-Obeid. Pero más importante que la salud del justicialismo de la provincia es para todos los argentinos poder adelantarse a interpretar qué efectos tendrá para el país un movimiento político pensado, hasta ahora, en un laboratorio.
[email protected] enviar nota por e-mail | | |