Año CXXXVII Nº 48309
La Ciudad
Política
Economía
El Mundo
Opinión
Información Gral
La Región
Policiales
Cartas de lectores


suplementos
Ovación
Salud
Autos
Escenario


suplementos
ediciones anteriores
Turismo 22/02
Mujer 22/02
Economía 22/02
Señales 22/02
Educación 21/02
Campo 21/02
Salud 18/02
Autos 18/02


contacto

servicios

Institucional

 miércoles, 25 de febrero de 2004

Charlas en el Café del Bajo

—Días atrás hablando con el rabino Fernando Cohen le pregunté cuáles eran las razones por las cuales el ser humano de nuestros días vive en gran medida angustiado, en soledad y con vacío existencial.

—¿Y qué le respondió?

—Quiero compartir la respuesta con usted y con todos los amigos. Una respuesta por cierto muy interesante y que debería ser reflexionada muy profundamente. Tiene que ver incluso con lo que hablábamos ayer, esto de vivir menos sumergido en la cuestión materialista y cotidiana del mundo moderno y más comprometido con el amor. Esto respondió Cohen a la pregunta por qué hay tanta angustia, soledad y vacío: “Hay muchas razones puntuales que podemos citar, no sé si hay una razón que sea para todos igual, pero básicamente tenemos una vida bastante alejada de los conceptos religiosos y en general vivimos un mundo muy dinámico donde rige el concepto monetario y material. Estamos, como dice un pensador judío, entre “tener” y “ser”. Tenemos confundidos estos conceptos. Esto lleva a que vivamos en un proceso de soledad, porque confundimos lo que es importante con lo que puede ser urgente y con lo que tal vez es menos importante. Tenemos una disociación en la escala de valores. De esta forma priorizamos lo que no es prioritario y relegamos lo que sí lo es. En la carrera diaria estamos detrás de esta suerte de “zanahoria” y entonces relegamos pareja, relegamos amigos y todo esto genera soledad. Genera, además, no saber que estamos acá para algo y que el hombre tiene una función especial en el mundo y que debe completarla y si no la completa viene esta sensación de soledad”.

—¡Cuánta razón, Candi! Ciertamente los hombres de estos días, como dice el rabino, andamos detrás de la zanahoria de lo efímero, como son los placeres y el dinero y olvidamos lo esencial. Es cierto.

—Y ayer, junto con el periodista Lucas Carena, tuvimos una charla informal con un sacerdote, un cura católico en un bar de la ciudad (un erudito que me impresionó como un ser humano lleno de bondad) que coincidió también con esta visión y sostuvo que en general el hombre posmoderno no lleva a la práctica el principio del amor y muchos cristianos se olvidan del principal precepto de Jesucristo.

—Bueno, así estamos. Pocos ricos y poderosos y millones de pobres. Pero ¡cuidado!, porque siguiendo y profundizando el análisis que usted hizo ayer, pobres en lo material hay muchísimos y es tremendamente injusto, pero también hay pobres en otras cosas y de esta pobreza no se salvan ni ricos ni poderosos.

—Claro, porque la riqueza material no puede comprar títulos ni acciones en el cielo. Como decía John Lennon en una de sus canciones: “El dinero no puede comprar amor”.

—Entonces, como bien dice el rabino Cohen el hombre se confunde entre el “tener” y “ser” y sobreviene la angustia, la soledad y ese vacío tan común en nuestros días. Ahora, ya vemos cómo el hombre de este tiempo, el ser humano de la posmodernidad, se aleja de todo principio o estructura religiosa. Lo grave es que también se aleja de Dios en todo sentido. Porque convengamos en que en muchos casos ya no existe esa introspección, ese recogimiento diario para un encuentro, aunque sea por unos minutos, con la divinidad. En otros casos la conexión con Dios está decididamente cortada porque ni siquiera se aplica su principio: el amor. Entonces no debe extrañar que debamos desenvolver nuestras vidas en un mundo insensible, absolutamente de carácter materialista en donde se persiguen los medios en vez de perseguirse los fines, en donde el hombre está al servicio de la riqueza, en vez de estar ella al servicio de la humanidad y en donde se produzcan tantos descalabros sociales que vemos a diario y nos conmueven: desde un gobernante insensible que en aras de cumplir con las pautas que le exige el poder mundial ahoga a una sociedad enflaquecida, hasta un delincuente que por una bicicleta mata sin piedad y sin tener clara conciencia del tremendo hecho que está consumando, pasando por el hombre o la mujer que no alcanza a valorar, en toda su dimensión, a quien tiene al lado. Es decir, un tremendo egoísmo, una gran indiferencia por el prójimo y por Dios se está apoderando de la humanidad con resultados a la vista. No obstante, esto debe duplicar el esfuerzo de aquellos que están comprometidos con un mundo mejor.

Candi II

[email protected]

enviar nota por e-mail

contacto
buscador

  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados