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 miércoles, 25 de febrero de 2004

Reflexiones
Fascinación y repugnancia hacia Le Pen

Ferran Gallego / El Periodico - Madrid

Hace poco más de 30 años, al convocarse las elecciones presidenciales que enfrentaron finalmente a Giscard y Mitterrand, un cambio en la ley electoral francesa implicó la necesidad de presentar 500 firmas de notables para tener derecho a presentarse. Entre quienes no lograron el número suficiente de firmas se encontraba Jean-Marie Le Pen, que entonces dirigía un pequeño grupo de extrema derecha, el Frente Nacional, fundado con los restos de los diversos naufragios del espacio nacionalista radical en 1972. Presa de uno de esos gestos que indica la fascinación escénica del personaje, Le Pen llamó a sus escasos seguidores de entonces a votar por Juana de Arco.

La atención de los medios no fue excesiva para quien disponía de una audiencia tan escuálida, y que sólo podía poner sobre la mesa una sucesión de fracasos políticos. Y la verdad es que casi nadie podía esperar que, sólo dos años más tarde, el personaje llegara a obtener resultados apreciables en elecciones parciales y municipales, ni los senderos de gloria que le llevarían al paraíso de las europeas de 1984, las legislativas de 1986 y las presidenciales de 1988. Menos eran los que podían sospechar que, un 21 de abril de 2002, aquel candidato sería el candidato designado por cinco millones de electores para pasar a la segunda vuelta y alcanzar la cumbre de su carrera, además de poner de manifiesto las averías de la cultura democrática gala.

Entre Jean-Marie Le Pen y los medios de comunicación se ha establecido una curiosa relación atestada de factores de fascinación y repugnancia. En los años de sus primeros éxitos electorales, los profesionales de la televisión indicaban hasta qué punto les resultaba imposible mantener una relación de distanciamiento con el dirigente ultraderechista, algo que Le Pen aprovechaba para hacer de cada una de sus apariciones un episodio excepcional, normalizando su presencia en los medios precisamente por lo que parecería lo contrario a una rutina: mantener el efecto espectacular y, sobre todo, diferenciado de la aparición de un líder político ante las cámaras. El desagrado de los profesionales se convertía en una fuente de identificación de quien quería presentarse en esos términos de extranjería ante la audiencia a fin de -para cerrar la paradoja- convertirse en un hombre corriente, ajeno a las miserias de la casta gobernante.

Por otro lado, los periodistas han ido cayendo en la trampa de considerar a Le Pen un factor que sólo resulta interesante en la medida en que es noticia, arrebatándole la fuerza de su permanencia. De esta forma, el dirigente del Frente Nacional va apareciendo en forma de súbitas diástoles del extremismo político, siempre atribuible a elementos coyunturales y siempre reducido a una propuesta marginal, sin capacidad para contaminar a otras fuerzas políticas. Para considerar hasta qué punto esto es así, podemos ver la facilidad con que el segundo puesto alcanzado por el candidato nacionalista en abril del 2002 fue olvidado dos meses más tarde, porque los candidatos del Frente Nacional no consiguieron el resultado que cabía esperar tras aquel éxito inesperado en las presidenciales.

Habrá que esperar, por tanto, hasta el próximo susto -por ejemplo, que los votos de Le Pen sean indispensables para formar una mayoría gubernamental sin necesidad de obtener diputados- para que la prensa se digne a atestiguar el lugar que ocupa esta corriente en el sistema político de la agonizante quinta República.

Ahora, de nuevo, Le Pen vuelve a provocar a los medios de comunicación, tras haber fracasado en su intento de ser proclamado candidato para presidir la región de la Gran Marsella. El rechazo legal puede presentarle como una víctima, pero es dudoso que las autoridades judiciales se hubieran tomado tantas molestias si los votos del candidato no fueran un peligro transversal, que afecta tanto a las expectativas socialistas como a las de la UMP gubernamental. Le Pen, lamentablemente, vuelve a ser noticia, cuando debería ser un hecho y una preocupación de larga duración.

(*) Profesor de Historia del Fascismo (UAB)

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