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 domingo, 22 de febrero de 2004

Lecturas. El premio Clarín de novela
"Perdida en el momento", un cuento infantil para adultos

Leonel Giacometto

No es una carcajada, sino una sonrisa. Intima, como la que emitimos al vernos de alguna manera reflejados, lo que produce la lectura de "Perdida en el momento", de Patricia Suárez (Rosario, 1969), es una sonrisa que se confunde con la sorpresa inmediata del transcurrir de la vida de una protagonista que, como escribió Eddie Brickell para una canción (y que Patricia Suárez reproduce a manera de guiño debajo del título), está Lost in the moment of what she needs.

Etiquetada por el canon literario como parte de un "moderno género en auge: la picaresca femenina (dos palabras esas que, seamos sinceros, no suenan muy bien y que, por otro lado, circunscriben el posible alcance o los eventuales lectores)", en las primeras páginas sabemos que ella estaba perdida en el momento exacto cuando el mundo cambió su marcha. "Se disponía a dejar colgado en el perchero su guardapolvo, a buscar su bolso de cuero marrón dentro del cual había unos pases gratis para el cine que alguien le había conseguido y adonde ella esperaba ir esa misma noche con Angela. Pero no fue eso lo que hizo, precisamente porque el mundo cambió su marcha y la tomó de improviso e hizo que se dirigiera hacia otra parte de la cocina del restaurante". Y así es como Lena Polzicoff (escritora amateur) huye a Canadá después de cometer lo que ella considera un acto criminal: arrojar vidrio molido dentro de un frasco de mayonesa en el restaurante neoyorquino donde trabajaba. "Aunque a decir verdad no eran muchos los que pedían mayonesa dentro de su sándwich, la mayoría de los clientes pedían mantequilla agria que guardaban en una lata en el refrigerador...", piensa ella en plena fuga, la cual había comenzado en San Jorge, su pueblo natal, años atrás, de donde se había ido en "busca de un futuro" y a donde, muchos, muchos, muchos años antes habían llegado sus abuelos rusos.

Dejando un improbable reguero de muertos por consumir mayonesa con vidrio molido, cargando apenas unas valijas y una libretita donde escribe la historia de una enana, Lena busca, se busca en su errancia hacia delante, en su movimiento constante hacia delante. Calgary, Toronto, Banff. Vive entre momentos; en un presente azaroso y casi impredecible (pero siempre sorprendente) donde encuentra seres que, de alguna manera, tratan (y no) de no perderse en el momento: desde una mexicana devota a los muertos, pasando por un excéntrico irlandés casi ciego que busca damitas de compañía para que le cuenten historias infantiles, o un francés domador de cerdos, hasta un escocés, de quien finalmente se enamora. Eso es, en apretada síntesis, el argumento de "Perdida en el momento", la novela de Patricia Suárez que obtuvo el Premio Clarín de Novela 2003, otorgado por un jurado compuesto por Luis Gusmán, Noé Jitrik y Héctor Tizón, y seleccionada entre 564 obras enviadas por autores nacionales, latinoamericanos, españoles y norteamericanos. Pero también hay más cosas que se desprenden de "Perdida en el momento". El lenguaje, por ejemplo. Escrita, pareciera, desde la perspectiva de los doblajes (neutros y casi atonales), el lenguaje juega siempre con sí mismo. El español (o el castellano, según dónde estemos parados) como traducción neutra (y para todo el mundo hispanoparlante) sin llegar al espanglish, tan común, por ejemplo, en la nueva narrativa mexicana. "¿Cuál es Lolita Davidovich? ¿La fea? -se la confundía con Lily Taylor-. No, no -lo corrigió Davo-, es sexy aunque ya está bastante envejecida. (En su país para decir lo mismo habrían utilizado la palabra 'baqueteada': 'Lolita Davidovich ya está bastante baqueteada'.)".

"Perdida en el momento", desde el humor, el dinamismo, la velocidad de las emociones (pasa del candor a la desilusión, del desencanto al enamoramiento como si se atravesase un cuarto) y la elección de un lenguaje directo aunque elaborado sobre la base, no de un cruce de idiomas, sino de traspolaciones que dan como resultado una revisión del propio idioma, y hasta, si se mira con atención, "Perdida en el momento" tiene el desenfado y la extraña ingenuidad de un cuento infantil para adultos.

¿Qué busca Lena perdida en el momento? Una voz. Sea en Rosario, Buenos Aires, Vancouver, Nueva York, Alberta o San Jorge, ella busca (aunque sin saberlo todavía, al menos conscientemente) el momento exacto en que esa voz se revela. Como Patricia Suárez y como todos los escritores la búsqueda está y es en la errancia, donde está la voz propia que resume la de uno y la de los que lo precedieron a uno. La voz de la sangre y la voz del momento."Desde pequeña -se lee-, ella se sentía atraída por la oscuridad, las aventuras, los misterios, los días de niebla, la memoria de sus ancestros, porque no tenía padre, pero tenía abuelo, bisabuelo, tatarabuelos, y más, más atrás iba en su linaje sabía que había allí más gente de su sangre; ellos eran su sangre y ella, ahora, era su voz, era la escribiente".

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Suárez escribe desde la perspectiva de los doblajes del lenguaje.

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