| domingo, 22 de febrero de 2004 | Charlas en el Café del Bajo -A mí siempre me gustaron las motos, Inocencio. Circular en motocicleta da una sensación de "libertad", es algo apasionante. Claro, la edad y los riesgos hicieron que hace muchos años renunciara a subirme a una de estas máquinas. Ahora, amigo, apenas si monto una bicicleta por las tardes para tratar de no seguir acumulando peso. Lo cierto es que, por curiosidad, me llegué el viernes hasta un concesionario de la famosa marca de motonetas Vespa para averiguar precios. Cuando la vendedora me dijo lo que cuesta el modelo más económico me quedé helado: 8.500 pesos.
-Pensar que en las décadas de los 60 y 70 este tipo de vehículos estaba al alcance de cualquier trabajador. ¿Me puede decir usted qué trabajador puede darse el lujo de comprar una Vespa ahora?
-De regreso a mi casa me encontré con un colega y amigo, Alfredo, y le narré mi experiencia. Desde luego, esto dio inicio a una charla y conclusión: como siempre en este país, la clase media está condenada. Condenada a hacerse cargo y soportarlo todo. Le resumo la charla: quienes están muy bien económicamente se sirven del sistema y a su vez pueden servir al sistema sin mayores inconvenientes (pago de impuestos, tarifas de servicios, absorción de precios altos, etcétera). También pueden mejorar su situación en lo que hace a riesgos sociales como robos, actos de violencia (sistemas de seguridad, traslados a countries o barrios cerrados, vigilancia, etcétera). A quienes están muy mal, en la pobreza o indigencia, el sistema los engaña y los acostumbra a que tal estado de cosas es lo natural mediante el pago de planes Trabajar u otro tipo de subsidio político como los que ya conocemos. Como esto obviamente no alcanza, las consecuencias son actos de violencia, delitos, tráfico de estupefacientes, etcétera. Pero a su vez, este sector social también se sirve del sistema (a sabiendas de éste y con su complacencia) mediante el no pago de ningún tipo de impuestos, tarifas por servicios, etcétera.
-De modo tal que para usted es la golpeada clase media la que, como puede, sigue solventando a la estructura social argentina.
-En una buena medida y con grandes sacrificios. No es extraño entonces observar tres Argentinas: la de los ricos y poderosos; la de los pobres e indigentes (viven sin sobresaltos los unos y en un estado natural y no conmocionante de sobresaltos los otros, con excepciones). Repare usted cómo se cumple de algún modo aquello de que los extremos y las paralelas se encuentran en un punto. La otra tercera Argentina es la de clase media, la de los profesionales, empleados, trabajadores, comerciantes. Clase que paga, a la que se obliga (eso sí) y que debe cuidar el peso porque la reactivación económica para ella no sólo que no llegó, sino que en realidad perdió poder adquisitivo.
-Esto es cierto, basta con ir al supermercado para observar cómo subieron los precios de la canasta familiar, ir a los comercios de electrodomésticos para palpar la realidad (una pequeña radio de calidad cuesta 200 pesos, una computadora 1.600 pesos). ¿Acaso no se advierte cómo aumentaron las prendas de vestir? ¿Acaso no subieron el gas y la electricidad? ¿Acaso las tarifas en materias de comunicaciones no aumentaron? Pues sí, aumentaron de manera encubierta. Si usted tiene un teléfono fijo y pide a la empresa que le restrinja las llamadas a celulares o de larga distancia debe abonar un cargo mensual. ¿No es esto aumento de tarifas? Los salarios, desde luego, siguen en el mismo escalón.
-¡Bendita clase media!
-Me pregunto, Candi: ¿no será necesario que una pléyade de sacerdotes, rabinos y pastores exorcice a la clase media y la libere de ciertos demonios que provocan tanto daño?
-Harían falta conjuros y pócimas muy fuertes.
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