| domingo, 11 de enero de 2004 | Charlas en el Café del Bajo -Aquí en medio de las sierras, Inocencio, he reafirmado mi convencimiento respecto de la pena, de la melancolía y de las dificultades y nuevamente se asomó la respuesta para esa gran pregunta: ¿Qué sentido tiene la vida del hombre? Se debe estar alerta, muy alerta, cuando se escuche expresar a algún sacerdote, pastor o religioso: "amados hermanos: hemos venido a padecer pero tengan paciencia, pues en el Paraíso nos espera la gloria y la felicidad". Estas verdaderas balas espirituales taladran el inconsciente, se alojan allí y comienzan a irradiar el maldito veneno expresivo que hace creer que la vida, al fin, no tiene un gran sentido y que en un valle de lágrimas, como en el que suponemos que es esta existencia, lo inusual es una sonrisa o la paz interior. Estas palabras que escuchamos a menudo y que a menudo, también, conllevan la buena intención (pero de efectos devastadores) de conformar al angustiado, deben ser resistidas con toda la fuerza. No hemos venido a esta vida a padecer y si ello ocurre, como ciertamente sucede, no es debido a un plan preestablecido de Dios, sino por el mal uso, a veces pérfido, que el hombre hizo de un don maravilloso que la divinidad le concedió: el libre albedrío. En alguna ocasión he manifestado que el ochenta por ciento de las desgracias del ser humano son pergeñadas por él mismo; es decir, por acciones propias o de un tercero. Imagínese por un momento, Inocencio, si los ricos de todo el mundo, sean éstos Estados o particulares, comenzaran a ceder el setenta por ciento de lo que les sobra, de lo superfluo a los pobres ¡Qué mundo maravilloso tendríamos en lo material! ¿Verdad? ¿Imagínese si los seres humanos, satisfechos materialmente, volvieran los ojos a Dios y aceptaran sus enseñanzas?
-Pero al fin en esta carta no dice cual es su reafirmación respecto del sentido de la vida.
-Y ahora voy al grano: mientras me encontraba observando un bellísimo paisaje, comencé a hablar con un señor, otro turista, de 69 años y me contó su historia. Fue sometido a cuatro operaciones de próstata en corto tiempo, padeció un infarto luego de perder toda la flota de camiones y quedar en la bancarrota después de toda una vida de esfuerzo de su padre y de él (por acción del Estado argentino). Repentinamente, además, se le despertó una diabetes aguda que lo obliga a inyectarse insulina a la mañana y a la noche. El ochenta por ciento de sus riñones ya no funcionan. Su esposa debió afrontar dos intervenciones quirúrgicas y a su hijo se le murió el bebé a las pocas horas de haber nacido. Cuando terminó de contarme la historia de su vida sólo atiné a decir, estúpidamente: "Debe dar gracias cada mañana por estar aún aquí".
-Yo lo hubiera mirado mal.
-Su respuesta fue: "Ya lo creo y sigo para adelante con todas mis fuerzas. Con cada inyección de insulina, dos veces por día, también rezo". Finalmente hasta me regaló una sonrisa ¿La razón de la existencia es padecer y resignarse? Absolutamente no. La razón es la lucha y el amor. Lucha para vencer y amor para alcanzar el estado de paz al que todo ser aspira. Me dirá usted que lamentablemente con mis palabras no podré cambiar la realidad del mundo. Es posible, pero si usted y cada amigo acepta que luchando y amando se podrán cambiar las circunstancias desgraciadas que nos circundan y que tenemos más cerca (como las que a veces emergen en la familia, por ejemplo) pues ciertamente que cubriremos de paz y prosperidad pequeños pero trascendentes mundos.
-Me permito informarles a nuestros amigos que todas estas cuestiones, y otras, están siendo tratadas por varios periodistas en un sitio en internet. Pueden ingresar a www.charlasparalavida.com.ar. No está aún habilitado oficialmente, pero pueden echar un vistazo.
-De manera, Inocencio, que una vez más debo reafirmar y desde aquí: "Hoy es un día ideal para decirse: la angustia que deviene de los problemas cotidianos no son el estado natural del hombre, así que me decido por la lucha y por el triunfo. Si amo, tal vez no lograré que cese el fuego en el Medio Oriente, ni que se termine el hambre en Tucumán, pero traeré paz sobre mi hogar. Y ya sabemos, Inocencio, que los grandes mares son la suma de todas las gotas". ¡Ah!, el miércoles diremos que frase sobre el amor, de la que enviaron los lectores, fue la que consideramos más bella.
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