| domingo, 11 de enero de 2004 | Interiores: Bipolares Jorge Besso Por lo que se puede apreciar en las consultas actuales y también en las internaciones estamos en un tiempo en que abundan los bipolares. En el universo de Occidente es conocido como trastorno bipolar, cuadro que con este nombre tan descriptivo hace referencia a una enfermedad mental que se caracteriza por oscilar entre dos extremos, uno eufórico, técnicamente llamado maníaco (maníaco aquí no quiere decir tener rarezas, sino que se refiere a una euforia desmedida), y un extremo depresivo. El bipolar es un sujeto desmesurado, ya sea que en la desmesura gire hacia la euforia maníaca o que evolucione hacia el polo depresivo.
En realidad, desde la antigüedad la humanidad se percató de su bipolaridad, o de su ciclotimia, que era la palabreja que se usaba hace apenas algunos años. Es muy interesante analizar las dos palabras, porque si bien se refieren a lo mismo, lo hacen de manera diferente, al punto de que la bipolaridad alude a posiciones opuestas. En cambio ciclotimia está doblemente referida al tiempo, ya que es una combinación redundante de ciclo y tiempo. En suma, que no se puede saber si se trata de un trastorno del espacio, o de un trastorno del tiempo, pero que con toda probabilidad se trata de una patología, tanto del espacio como del tiempo, ya que en definitiva el bipolar no se lleva demasiado bien con ninguna de las dos dimensiones: con el espacio porque es más que frecuente que el tío o la tía se desubiquen y confundan el espacio del otro con el espacio propio, y entonces hagan y deshagan en un espacio donde no fueron invitados.
En cuanto al tiempo la cosa todavía es más complicada ya que en este sentido el sujeto aparece atrapado en la oscilación y la alternancia de dos ciclos también opuestos. Se trata de la alternancia del humor que pasa de un ánimo exultante, a un bajón profundo, donde el sol de la euforia gira 180 grados para convertirse en un sol negro (últimamente descubierto por la TV), que es el de la iluminación negativa de la depresión.
Desde la medicina hipocrática, que es la que rompe con la sacerdotal y la que consagra la ética del médico, ya en esa primer medicina, se describe esta alternancia del ánimo y del humor en la que puede caer el humano, lo que llevó hace ya 2.500 años a pensar la enfermedad como la pérdida del equilibrio, en aquella época, entre los humores básicos (sangre, bilis negra, flema y bilis amarilla).
Lo importante para tener en cuenta es que hay dos clases de enfermedades en cuanto a lo psíquico:
u Las enfermedades patológicas.
u Las enfermedades de la normalidad.
Así planteadas las cosas nos encontramos con una redundancia en el primer caso y con una fuerte contradicción, más bien una de las tantas paradojas humanas, en el segundo. Es que hablar de una enfermedad patológica entraña una notoria redundancia. Pero es precisamente esta la que aporta una cierta clave respecto de lo que hace a la enfermedad. Es decir que lo aquí se plantea es que, no basta con decir con que alguien es enfermo, ya que de algún modo, quien más, quien menos, lo está. Para que la enfermedad sea sentida como tal por el propio sujeto, o bien sea advertida por quienes lo rodean debe, precisamente, ponerse en juego un mínimo de redundancia, esto es, una desmesura que haga insoslayable la presencia de la enfermedad: un redundar en los rituales para salir, o para entrar, o para dormir, o para levantarse, o en la limpieza excesiva, o por el contrario, redundar en la mugre. O en todo caso temores tan desmesurados que se convierten en pánico, o el sujeto redunda en la insatisfacción, al punto que "nada le viene bien". El problema en esta redundancia que patologiza la vida, no es tanto el capricho, bastante obvio, sino que al humano en esta posición nada le viene bien, porque nada le hace bien, ya que se trata de alguien atrapado en la ciénaga de lo negativo. En suma, si damos un paso más con respecto a la redundancia, se podrá ver que el problema de la bipolaridad no es tanto una oscilación que va del bajón a la euforia, sino que dicha oscilación va de un polo enfermo a otro polo también enfermo, ya que no sólo la depresión fuerte tiene los signos y los síntomas de la enfermedad, también los tiene la euforia maníaca, que de ningún modo hay que confundir con la salud, ya que se trata de una de las estaciones de la enfermedad. Ahí está la redundancia, consistente en saltar de lo enfermo a lo enfermo, con lo que todo se convierte en motivo para que la enfermedad termine tragándose al sujeto.
De esta forma, la normalidad sería una suerte de "enfermedad normal", en la medida de que se trata de una patología sin redundancia, lo que permite pensar a la oscilación como una de las formas de la normalidad, sólo que aquí se produciría entre la salud y la enfermedad, y no entre una enfermedad y otra. Estaríamos frente a alguien que aprende de sus crisis y de las crisis.
Finalmente hay otra bipolaridad con una gravedad distinta a la psíquica más o menos consubstancial al humano. Se trata de la bipolaridad con respecto a los valores en una actualidad de la humanidad que tiene un polo con un solo valor, el dinero, y en el otro, el resto de los valores que son para ser enunciados pero no para ser cumplidos, y en los que casi nadie cree. Recuerdo en este punto a Quique Rosini, un amigo de Remeros Alberdi, que este fin de año me hizo un regalo hoy por hoy muy escaso: me regaló lealtad. Entre otras cosas la lealtad ayuda a comprender y eventualmente a superar las muchas bipolaridades de esta vida, y esa ayuda se hace presente cuando uno encuentra que el otro, aun siendo otro, es un amigo. enviar nota por e-mail | | |