| miércoles, 31 de diciembre de 2003 | Reutemann y Rommel II Adhiero totalmente a lo expresado por el lector Maranzano en su publicación del día 26 de diciembre. Ha pintado una realidad que a veces parece ignorarse o resulta cómodo y conveniente ignorar, y a muchos medios a veces silenciarlo, pues parecen nacidos de francotiradores contra un sistema que huele a materia orgánica en estado de descomposición. Sólo hago esta nota para darle mi interpretación a la pregunta que el señor Maranzano se plantea sobre la génesis de la acumulación de poder de algunos personajes, que son respaldados con el voto en los actos eleccionarios, pese a que sus acciones de gobierno no han sido creativas y productivas (hacer mejorar la calidad de vida de los gobernados). Esta sociedad ha denigrado de tal manera al ser humano, haciéndolo un ser totalmente dependiente es proclive a ser llevado de las narices hacia cualquier lugar por los poderes de turno. Estos seres conforman lo que se llama "opinión pública", maleable por falta de reflexión, o por necesidades materiales a que fueron llevados por un sistema marginador que hace vivir la vida con miedos, sin tomar conciencia reflexiva sobre las causas de ese estado que los priva de la libertad de ser. Y dejo constancia de que mi pensamiento excluye casi siempre de responsabilidad principal a quienes han sido llevados a este estado, y se dirige más a los ideólogos del sistema. No sólo ha pasado con nuestro ex gobernador, que no ha llenado los requisitos constitucionales de idoneidad para el desempeño de los cargos públicos (no sólo intelectuales sino morales y afectivos). Acá, el "primun movens" del sistema es sólo el cierre de las cuentas o como le llaman graciosamente ahora, economía sustentable, ignorando al hombre. A eso se le llama honradez, aunque por ello hayan quedado en la más absoluta decadencia moral y psicológica y en una creciente pobreza material miles de hermanos santafesinos que desgraciadamente son siempre los mismos excluidos y olvidados, viviendo aún hoy en carpas como seres marginales. El tratamiento de esta enfermedad social es la reflexión y los afectos por el otro, al cual siempre se le debe dar legitimidad, única forma de lograr convivencias sociales armónicas.
Efraín Hutt
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