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 domingo, 28 de diciembre de 2003

Análisis político
Obeid, con las manos libres

Mauricio Maronna / La Capital

La decisión de Carlos Reutemann de dejarle el camino despejado a Jorge Obeid en la jefatura del PJ es un buen síntoma: el gobernador tiene de ahora en más las manos libres para llevar a la práctica su menú de buenas intenciones. No podrá acusar a su antecesor de ponerle piedras en el camino pero, a la vez, deberá ser el encargado de defender dentro del partido una cuestión que divide las voluntades y eriza la piel de los peronistas: la derogación de la ley de lemas.

Es también una noticia halagüeña para los santafesinos saber que la politiquería no se meterá en el medio de una coyuntura alentadora de acuerdo a los índices económicos, a las promesas de obra pública y al anuncio de reformas estructurales en lo institucional.

El nuevo "no" de Reutemann estaba cantado desde hacía muchísimo tiempo. "Si yo aceptaba ser presidente del partido empezaba la cantinela de que quería condicionarlo al Turco desde el PJ y la Legislatura. Hay que dejarlo al hombre que pueda llevar adelante sus promesas. Además, ¿jefe del justicialismo para qué? El que se sienta en la mesa de conducción nacional es el gobernador y para lo único que me querían era para hacer campaña en el 2005 por los candidatos a diputado nacional. Por ahora, basta de campañas...", es el pensamiento íntimo del hombre de Llambi Campbell.

Obeid deseaba que Reutemann sea el presidente del peronismo luego de leer detenidamente los números de las elecciones. Incluso, intentó llevar adelante una movida nacional para que tenga un lugar en el consejo nacional del PJ. La ausencia de declaraciones públicas del gran elector desde que se fue del cargo asestándole un durísimo golpe a Hermes Binner, que recorrió mediáticamente todo el país ("quedó calentito; no puede digerir la derrota"), muestra cuál será su estrategia de ahora en más: bajo perfil y nula estrategia confrontativa con Néstor Kirchner.

¿Cometerá esta vez el mismo error de su anterior etapa como senador nacional, cuando casi no se hizo ver por la provincia? "Voy a estar en Santa Fe más de lo que se imaginan. Desde el 2004 iré a todos los lugares a los que me inviten", desactiva el Lole por estas horas, pero sin olvidarse del 2007.

"Muchachos, nada de joderlo al Turco en la Legislatura. Ayúdenlo en lo que puedan, planteen los desacuerdos lo más civilizadamente posible, pero déjenlo gobernar", fue el mensaje que les dejó a los reutemistas de paladar negro, que se sacudieron con las críticas de Obeid por los aumentos a la policía y los nombramientos en distintas reparticiones.

Mientras esto sucede, el peronismo rosarino es un hervidero, en lo que constituye un clásico aburrido y de escaso vuelo. La ausencia de dirigentes locales en los dos primeros lugares de la pirámide partidaria (a Obeid lo sigue Alberto Hammerly) muestra a las claras la desarticulación y la opacidad del peronismo de Rosario.

La ausencia de un frente sólido para pelear por lo que creen les corresponde no es culpa de los que "tejen y destejen" en los bulevares de la ciudad de Santa Fe. ¿O acaso las sucesivas derrotas desde el 83 hasta hoy son consecuencia de un maquiavélico plan urdido por el "patriciado"? Las mismas caras de siempre fueron incapaces de airear las puertas de la departamental, convocar a independientes con prestigio ganado a fuerza de honestidad y vertebrar una estrategia de poder capaz de hacerle cosquillas al oficialismo municipal.

"Hasta que el PJ no gane la ciudad no se puede pretender que un rosarino sea gobernador", admite uno de los pocos cuadros que supo tener el PJ, hoy rodeado por las sombras y el ostracismo. Razón no le falta.

Al gobernador habrá que darle tiempo (como es lógico cuando predomina el sentido común) para que ponga en marcha sus propuestas y encauce su relación política con Kirchner, interferida por el núcleo de hierro del presidente. El mismo círculo que en las elecciones provinciales apostó casi todas sus fichas en Binner, a veces guardando las formas y otras no tanto.

Para los que abjuran de esta teoría, se narran algunos ejemplos empíricos: ¿recuerda el lector la tapa de un tradicional e influyente matutino porteño mostrando (durante la veda electoral) la boleta sábana con la tipografía gigante "Binner-Paulón" o la aparición frecuente del socialista en programas televisivos oficialistas de principio al fin? Cosas mucho más graves comentan en los pasillos de la Casa Gris, pero el chequeo de algunas fuentes socialistas solamente deja sonrisas pícaras, insuficientes para convertir el interrogante en aseveración.

Más allá de que algunos sigan experimentando aquello de que no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió, los argentinos terminan el 2003 (por fin) con la esperanza en suba. El gobierno de Kirchner logró imponer su propia agenda, restaurar los cimientos corroídos por la corrupción y comenzar a demostrar en la práctica que hay otra forma de hacer política.

La realidad demuestra el sublime error de quienes creían que el hiperkinético jefe del Estado iba a ser apenas un apéndice de Eduardo Duhalde, hoy abrumado por las presiones de los barones del conurbano bonaerense, quienes no entienden que declararle la guerra a Kirchner no tiene otro destino que el principio del fin del peronismo.

Para frenar a los rústicos caudillos que captan únicamente la lógica del aparato, Duhalde sobreactúa los gestos y hasta se anima a reiterar que se retira de la política partidaria. Tras la derrota con la Alianza prometió dedicarse a su inmobiliaria y (poco más de dos años después) terminó siendo el único presidente de la posdictadura que se fue del poder con mayor imagen positiva que con la que había ingresado.

Mostrando por primera vez los colmillos, el kirchnerismo hasta se animó en las últimas horas a blanquear la idea de jugar electoralmente a la primera dama, Cristina Fernández, en el imbatible bastión duhaldista. "Chiche (por la esposa del ex presidente) camina por las paredes porque se ve venir la movida", narró a La Capital una calificada fuente legislativa.

El oficialismo parece tener de su lado a la clase media de los grandes centros urbanos, ese espacio oscilante y tradicionalmente refractario al peronismo, ahora subyugado por el estilo K.

Con el radicalismo en rigor mortis y el ARI atravesando una profunda crisis, la derecha podría constituirse en una oposición razonable que amortigüe cierta tendencia autoritaria que subyace en alguna segunda línea kirchnerista, más papista que el Papa. Pero desde 1955 en adelante la derecha fue torpe en su construcción política, confundiendo candidaturas con proyectos estratégicos, casi microemprendimientos personales que resultan endebles para hacerle frente a la maquinaria justicialista.

El ejemplo más claro se vivió en la Capital Federal: si Ricardo López Murphy hubiera alineado a su partido con Mauricio Macri, el escenario político podría haber tenido otro destino. Copiando el viejo vicio de la izquierda, los líderes conservadores o liberales vernáculos pelean por un lugar en la marquesina pero se olvidan de presentar un elenco solidificado.

La política es la persecución del poder y la historia el relato de esa persecución. Kirchner, acicateado por su sorprendente gestión, quiere ir por más. Las elecciones del 2005 escribirán el primer parte de batalla.

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