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 domingo, 28 de diciembre de 2003

Vacaciones: Ocio reparador

Muy pocos admiten que la cercanía de las vacaciones causa incertidumbre y angustia, y que cuando llega el receso, deseado y añorado, se convierte en un lapso ocioso que hay que ocupar y compartir.

Para entender los sentimientos ancestrales es preciso profundizar en el ser humano y hasta remontarse a los inicios de la vida, cuando el hombre, a pura intuición, organizó su trabajo, guiándose por los ciclos de la luz, los tiempos de la siembra y el reflujo de las mareas. De noche caían rendidos en la cueva y se dormían; del ocio y el disfrute, no sabían nada. En rigor, y a pesar del paso de los siglos y del avance de la civilización, aún no hay acuerdo absoluto sobre el verdadero significado.

Las Sagradas Escrituras sostienen que "el ocio es la madre de todos los vicios", mientras que el filósofo español, José Ortega y Gasset, opina lo contrario: "el ocio es la madre de todas las creaciones".

En Europa organizan conferencias sobre ocio y negocio porque se sabe que en las vacaciones las personas dejan volar la imaginación y se les ocurren brillantes ideas que luego pueden materializar en buenos dividendos.

En la película "La guerra del fuego" los cavernícolas se comunicaban sólo con sonidos guturales. En ella se relata el encuentro de tres hombres y una mujer, esquelética, ojerosa, pero de una tribu más avanzada, que en una escena genial y conmovedora enseña a reír a los varones.

Porque la risa, tan unida al disfrute y al ocio, no es inherente a la naturaleza humana. Se sabe que hay que aprender a reír, lo mismo que hay que aprender a estar ocioso, ese mecanismo que los italianos manejan tan bien y llaman el dolce far niente.

Si bien las formas del ocio son un gusto estrictamente personal, las sociedades las fueron organizando y haciendo accesibles según los cánones de cada época.

En los •60, con el hippismo, apareció el "ocio creativo", algo que nadie terminó nunca de explicar pero que aludía a tareas artesanales, hechas en paz, amor y solidaridad, que cuarenta años más tarde encuentra a aquellos cultores dedicados hoy a otra actividad creativa: la de sobrevivir.

En un análisis simple, se puede decir que cuando el hombre primitivo tuvo más o menos asegurada su caverna, sus alimentos y el cuidado de su descendencia, fue cuando se alejó para ver qué había más allá de las narices. Se iba, volvía y contaba: todavía era un trabajo, como el de aquellos juglares que llevaban las noticias de un pueblo a otro, y que fueron la simiente de los comunicadores sociales.

También fue encarada como un trabajo la misión que Moisés envió a sus seguidores a tierras de Canaán, y cuyos avatares quedaron plasmados en el Libro de Números: un viaje bíblico al que bien podría considerarse como el primer tour organizado, del que hay registro.

Después de esa experiencia el hombre ya no iba y volvía, sino que se quedaba en lugares diferentes a los de su residencia (premisa básica del turismo) que sirvió, además, para que se construyeran caminos y albergues.

El emperador Federico II de Prusia fomentaba en pleno siglo XVII las estadías de aquellos que podían viajar, porque había descubierto que las personas gastaban más cuando estaban en otro lado.

Ya en los tiempos modernos la organización de los desplazamientos alumbró la profesión del agente de viajes, aunque el disfrute del ocio siga siendo un logro personal.

El profesional puede desplegar ante el viajero potencial folletos de los destinos más bellos, de los más confortables hoteles y de una tentadora gastronomía, pero nada será suficiente si el espíritu no está preparado para disfrutar del ocio, cualquiera sea el estilo.

Organizar el ocio a la familia o a los amigos es una manera de llenar el ocio propio, que no es poca cosa. Y si no hay manera de compatibilizar los ocios, siempre queda la posibilidad de armar la mochila y viajar en soledad.

Corina Canale

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Las vacaciones pueden disfrutarse a pleno en las playas.

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