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 domingo, 14 de diciembre de 2003

Mendoza: Gente de montaña en el Aconcagua
Travesía por los senderos del parque provincial que rodea al Centinela de Plata. La Capital junto a un grupo de exploradores de la localidad santafesina de San Vicente ascendió hasta los 4.200 metros de altura

Lucas Ameriso / La Capital (Enviado especial)

Salir de la rutina y alejarse del smog urbano resultan por sí mismas, opciones atractivas. Más aún si la propuesta para despejarse nos lleva a disfrutar de la belleza natural que encierra el Parque Provincial Aconcagua, al noroeste de la provincia de Mendoza. Allí donde las quebradas, vertientes naturales, puentes y valles componen el escenario natural de una experiencia única: observar a 4.200 metros de altura la majestuosidad del pico más alto de todo el continente americano.

Trepar hasta allí también implica un desafío no apto para improvisados. La preparación comienza en casa, y luego ya en la montaña, con un necesario proceso de aclimatación para soportar la altura. Cumplidos los requisitos comienza una experiencia fascinante que mezcla aventura con resistencia física, en medio de una travesía que invita al regreso.

Las propuestas de trekking en la cordillera se perfilan como un nuevo boom de la temporada de verano. Así lo vaticinan los guardaparques del Aconcagua donde aguardan la visita de más de 6 mil personas en sólo tres meses y medio. De este total, casi un 80 por ciento son extranjeros.

La época más apropiada para sumarse a la gente de montaña ya comenzó el 1º de diciembre y puede extenderse hasta fines de marzo. Para quienes ya tengan alguna experiencia anterior o interés en hacer vida de campamento, el trekking corto en el Aconcagua suena como el proyecto más interesante. Se trata del tramo a Plaza Francia, un enorme mirador rodeado de formaciones rocallosas a 4.200 metros de altura, desde donde los exploradores pueden fascinarse con la pared sur del cerro Aconcagua: un gigante de 6.900 metros de altura considerado por los andinistas profesionales como el desafío previo al Himalaya.

Los instantes mágicos, donde el Centinela de Plata desnuda sus zonas más ocultas, esconden el momento culminante del avistaje del cerro, para el que es necesario hacer horas de trekking rodeados del paisaje cordillerano, desde el ingreso al parque y hasta el campamento ubicado a 3.300 metros de altura sobre el nivel del mar.


Carta de presentación
Emprendimos la aventura junto a unos exploradores de San Vicente (localidad santafesina ubicada a 180 kilómetros al noroeste de Rosario). Mariano, Fernanda, Fabián y Leo estaban dispuestos para la acción. Comenzamos con un trámite imprescindible: en la capital mendocina es necesario dirigirse hasta la Dirección de Recursos Naturales Renovables de Mendoza (en pleno corazón del Parque General San Martín) para conseguir el permiso de ingreso al Parque Provincial Aconcagua.

Presentando DNI o cédula, llenando un formulario y pagando 20 pesos de canon se obtiene el salvoconducto para luego presentarlo a los guardaparques apostados en la primera base del complejo Aconcagua.

Con todo listo empieza la trepada entre cerros de una gama cromática salida de la paleta de un artista, bañados por aguas turquesas de deshielo, mezcladas con un marrón furioso y revuelto de los ríos de montaña. Así se presenta el panorama sobre la ruta hasta Uspallata. Cuesta arriba resulta todavía más atractivo.

Pero a prestar mucha atención. Porque caminar a más de 3 mil metros de altura también requiere una preparación previa para las vías respiratorias. Para ello nada mejor que hacer la noche inicial en Los Penitentes, situado a unos 2.500 metros sobre el nivel del mar. Este centro de esquí invernal se transforma hacia el verano en una buena base para aclimatar el cuerpo.

Desde un cómodo refugio -donde se sirve el desayuno, se puede merendar, cenar, tiene baños y es posible dormir en una cucheta por 18 pesos por persona-, los montañistas planean el viaje al parque provincial.

En la etapa inicial de aclimatación surgen algunos atractivos para pasar el día. Como por ejemplo, caminar desde Penitentes unos 6 kilómetros de ascenso hasta Puente del Inca. Este punto de referencia turístico que brilló de los años 20 en adelante con un magnífico hotel con aguas termales, es hoy una postal en ruinas.

Un alud destruyó el complejo hotelero pero dejó entre sus paredes pequeñas cascadas cuya temperatura asciende a 35 grados, con aguas que además contienen una alta composición de azufre. Un puesto de artesanos del lugar sorprende con la creación de los objetos más exóticos, pulidos a base de este mineral.

Puente del Inca es hoy un vestigio de antiguas salas de baño. Se pueden recorrer sin costo alguno, solicitar un hostel (refugio con servicios de baño, cama y comida) o acampar a la intemperie.


Camino a Los Horcones
Una vez que el cuerpo ya se siente en altura comienza la segunda jornada con el arribo a la quebrada Los Horcones, primera base del parque provincial. Allí se escuchan las recomendaciones para preservar el medioambiente y se entrega a los expedicionarios una bolsa de residuos numerada, que habrá que conservar como un objeto preciado. El instructivo reza los siguiente:

* No se puede dañar la flora y fauna autóctona en la travesía.

* Arrojar residuos, abandonar la bolsa numerada o sin la firma de los prestadores de servicios.

* Vertir productos que puedan contaminar el agua, la tierra o el aire.

* Ingresar con bicicletas o animales domésticos.

* Realizar inscripciones en las rocas.

* Encender fuego utilizando leñas o arbustos.

* Las multas oscilan entre los 100 y 200 dólares, que se deberán abonar en el acto.

Ya en el lugar, y con las mochilas al hombro, se pone a prueba la resistencia física. Si bien no existen restricciones para acceder en forma individual, la figura de Jorge Vaglienti, el guía de montaña será de ahí en más, un elemento fundamental para saber cómo lidiar con los males de altura y para llegar sin sobresaltos a buen destino.

El ascenso hasta el campamento base denominado "Confluencia" demandará de 4 a 5 horas de caminata, serpenteando el río Horcones, y cruzando el famoso puente donde se filmaron escenas de la película "7 años en el Tíbet". Entre quebradas y lagunas de agua verde se puede hacer un alto en el camino.

Al inicio del primer tramo del trekking, la vegetación está presente, al igual que la fauna del lugar. Los pájaros de pico largo y otros de pecho amarillo descienden a comer las sobras de pan como si estuvieran amaestrados.

Es tiempo de retomar la marcha. Camino al Aconcagua, se asoma el cerro Tolosa a mano izquierda y con él, ya se ven las primeras mulas, que van y vienen trayendo la carga para los refugios.

El viento se transforma en garrotillo y, a veces, huracanado. Pero igual se avanza a paso lento para que los pulmones puedan asimilar la altura. Sorteando cerros y tras atravesar un vasto valle rocoso, se visualiza el campamento base, a 3.300 metros, elegida para acampar por dos noches consecutivas.

Llegar se asemeja a una gran torre de Babel. Confluyen en el lugar eslovenos, sudafricanos, alemanes, austríacos, chilenos y argentinos. Los idiomas son disímiles pero la experiencia es la misma: compartir las carpas comedores, los sanitarios a cielo abierto, y una misma canilla con agua potable.

Existen al menos 4 prestadores de servicios habilitados que organizan la distribución de las carpas y la llegada de las mulas. Pero, pese a lo salvaje del Aconcagua, contamos con carpas-restaurantes, con chefs de montaña listos para servir un plato caliente y nutritivo. Desde Rosario, las salidas al trekking corto hasta el mirador del cerro, son organizadas por Acampar-Trekking y Aventura con un costo por persona de 350 pesos con todos los gastos incluidos, por tres noches y cuatro días de excursión. (Más precisiones en www.acampartrek.com.ar).


Arido y ventoso
Desayuno mediante y tras varios litros de líquido para no deshidratarse comienza el segundo tramo hasta los 4.200 metros de altura. La aventura se hace en el mismo día y demanda de tres a cinco horas de caminata a la ida y unas dos y media de regreso.

Al principio la vegetación permanece a ambos lados del estrecho camino, pero luego va desapareciendo a medida que se gana altura. Ya a los 3.600 metros el paisaje se hace cada vez más árido y ventoso.

Traspasando un arroyo de agua cristalina (igual a la propaganda de un agua mineral), se asoma otra gran quebrada y el camino se hace escarpado. Una pared expuesta del cerro provoca la máxima concentración. Al hacer una parada estratégica para tomar aire y líquido se puede apreciar la cantidad más insólita y variada de piedras y colores de laderas. Formaciones de material concreto y otras trituradas se fusionan en combinaciones fascinantes.

Se empina el camino, y tras casi tres horas de marcha, la superficie resulta más parecida a la Luna que a la Tierra: son las morrenas. Una meseta compuesta por agua de deshielo, cubierta de sedimentos intransitables por su peligrosidad, pero igualmente atractivas a la vista. Trasponiendo las morrenas, el terreno se transforma una vez más. Ahora pasa a ser colorado y plagado de piedras de gran tamaño.

Queda sólo el esfuerzo final. Ya estamos en el mirador de Plaza Francia y a un tiro de la última base de la pared sur. Tan cerca del Aconcagua, que se agiganta la enorme mole de piedras y glaciares. Ahí está y me tomo todo el tiempo para apreciarlo. Su ladera es la más riesgosa para treparla, muchos mueren en el intento, pero un puñado vive para contar la experiencia.

Recorro con la mirada su pico mayor: más de 6.900 metros de altura y hacia abajo un blanco casi incandescente que se desparrama a los costados. Es el mediodía de una jornada luminosa y sin una nube que perturbe el espectáculo inolvidable. "Una cosa es ver una foto y otra estar acá, en vivo y en directo", dice uno de los integrantes del grupo. "Ya lo creo", pienso en voz baja. Misión cumplida.

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Ruinas del viejo complejo hotelero Punta del Inca.

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