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 domingo, 14 de diciembre de 2003

Rosario desconocida: Acordes del mejor bandoneón

José Mario Bonacci (*)

Cuando alguien logra inventar una parte esencial y constitutiva de la idiosincracia de un pueblo, se convierte en signo y símbolo del grupo social que recepciona su producción y de alguna manera la hace suya para siempre. Un pueblo se expresa con riqueza y abarca el panorama de una cultura que lo identifique, que es simplemente y a la vez, que todo lo que un pueblo produce, incluido el arte en todas sus expresiones, por lo que no puede ser complaciente o pasatista. Una cultura y por ende un arte, debe por necesidad ser revolucionario, proponer cambios y proyección hacia el futuro, enriquecido hasta el infinito. Es así que el arte como creación y latido íntimo de una sociedad es su carta de presentación y reflexión ante sí y el resto del mundo. La cultura es la razón de ser de un grupo humano y deben serle extraños la complacencia, el adocenamiento, la parálisis, para construir y expresar -esa es su misión- el destino de quienes la hacen nacer.

Astor Piazzolla fue en vida y continúa siéndolo, exactamente eso: un ciclón de creación conceptual y fundante a través del universo musical.

Piazzolla cumplió su cometido luchando contra los molinos de viento, los dragones de la indiferencia y los injustos gliptodontes de la ignorancia. No transitó un sendero de flores con sonrisa inexpresiva de los eternos felices llenos de candor. Su vida fue una contínua ebullición alimentando la expresión de la gran ciudad de cara al futuro. Su empeño le permitió llegar a una culminación estremecedoramente bella y consolidada. Tomó como arma de lucha al bandoneón, se alimentó de tango en la década del 40, reinterpretó un mensaje cultural y tuvo la misión histórica de ejercerse como gozne apabullante y valioso para producir el giro y abonar el terreno para que la música de la ciudad ingresara madura al siglo XXI: "Quiero que mi música se escuche en el 2000, y en el 3000 también", para lo cual a través de su "caja de los vientos" inventó el tango del futuro y marcó la fuente en donde hoy beben músicos jóvenes de la Argentina y el mundo, sabios receptores y analistas de su monumental mensaje cultural.


El gran Nonino
Vicente Piazzolla o "Nonino" vendía bicicletas en Mar del Plata en el año crucial de 1921. Tenía pasión por las motocicletas y uno de sus clientes fue Astor Bolognini, violinista excelente que llegó a integrar la Orquesta Sinfónica de Chicago. Por amistad y en su homenaje, el niño nacido el 11 de marzo de 1921 se llamó Astor Pantaleón Piazzolla, hijo único de Nonino y Asunta Manetti. Un defecto de nacimiento en un pie lo hizo renguear toda su vida pero también fue acicate para no permitir durante su vida que nada ni nadie le torciera el rumbo. Alumno de Alberto Ginastera y de Nadia Boulanger, elevó el bandoneón a niveles sinfónicos y convirtió al tango argentino en expresión de validez e interés universales.

En el archivo de memorias de la Biblioteca Argentina local está asentado lo que permitiría cariñosamente afirmar que Piazzolla estuvo en Rosario antes de nacer: aquel "Astor violinista" que inspirara su nombre, actuó en la sala de lectura frente a plaza Pringles, el 26 de noviembre de 1920, cuatro meses antes que naciera el "Astor bandoneonista". ¿Casualidad gratuita? ¿Intercambio de energías entre duendes traviesos? Esta, la ciudad más italiana de la Argentina, tuvo vínculos y aportes de valor para Astor.

Fernando Tell, rosarino adoptivo, integró su famosa "orquesta del 46". Una vez llevado Astor por gente de radio para ver a Rita la Salvaje, el público le pedía burlonamente que tocara algo. Durante varios minutos hizo lo que sólo un demonio era capaz: dejó mudos a todos, que terminaron aplaudiendo con gritos.

En 1963, la Organización Viajes de Arquitectura lo trae con su quinteto a la Facultad de Pellegrini 250. Una sala colmada hasta el delirio fue la felicidad para él, que buscaba auditorios pensantes y no dejó de puntualizar con su infaltable humor: "Tengan cuidado con mi música, porque dicen que soy un degenerado del tango, y los espacios y paredes les van a salir torcidos".

La incorporación rosarina más emblemática en varias de sus formaciones, fue la de Antonio Agri que aportó con su violín por más de doce años, mientras que Carlos Nozzi, violoncelista, integró el sexteto, último conjunto de Piazzolla.

En 1970 Astor es contratado por la Municipalidad local para inaugurar el anfiteatro del parque Urquiza, acto que frustra una lluvia descomunal y entonces el acto paradójicamente se lleva a cabo en El Círculo. Eran épocas de "Balada para un loco", "La bicicleta blanca", y "Chiquilín de Bachin", en la voz de Amelita Baltar.

Otro local, Raúl Lavié fue el primero en cantar las letras de Ferrer-Piazzolla por fuera de los conjuntos de Astor. También lo acompañaron dos flautistas: Arturo Schneider, casildense adoptado por Rosario y Jorge Barone. En los 60, la gran polémica por Piazzolla coincide con la reedición de un disco suyo con Aldo Campoamor como cantante. Le proponen venir en carnavales al Club Provincial con su Orquesta del 46 y una paga impensable de 2.000.000 moneda nacional, costo de un piso en avenida del Libertador en Buenos Aires. Astor no tenía un peso en el bolsillo, pero su contestación fue: "Gracias pibe, pero estoy en otra cosa". Nadie pudo nunca desviarlo del camino trazado. Cuando murió, la provincia organizó el primer concierto del país en su honor en El Círculo y meses después estuvieron a nuestro cargo tres homenajes más en la Biblioteca Argentina, dos con excelentes músicos locales y el último con presencia del Octeto Electrónico renacido por su hijo Daniel Hugo, con participación de su nieto Daniel Astor. En este mismo ámbito de la Biblioteca hace tres años actuó el trío italiano "Aedon". Sus integrantes confesaron que en Europa hacen giras con un programa piazzolliano exclusivo porque lo consideran un genio en todo el continente. El rosarino Carlos Kuri, es autor de uno de los libros más emblemáticos sobre el trasfondo psicológico de su obra.

Hoy existen en la ciudad meritorios conjuntos que ejecutaron mil y una facetas de las obras de este genio, mientras en conservatorios del mundo entero se estudia y analiza su legado. Astor venció a los agoreros y su herencia alimenta los nuevos tiempos. Desde este, nuestro lugar, continuamos gozando de sus creaciones y todo lo narrado aporta la seguridad de que considerarlo "un Piazzolla local" tiene base de sustentación en el aporte rosarino así como en el respeto y devoción de su gente inteligente que sabe discernir donde está la verdad y el destino futuro.

(*)Arquitecto

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