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 domingo, 14 de diciembre de 2003

Las sombras y las luces de Binner

Walter Palena / La Capital

Hermes Binner dejó la Intendencia luego de ocho años de una gestión caracterizada por altibajos, aunque su imagen sigue despertando un encanto que no guarda correlato con su ejercicio real del poder.

El líder socialista se fue del Palacio de los Leones saboreando la hiel de la derrota: estuvo sólo a un paso de destronar al PJ de la Casa Gris, pero por gruesos errores propios y por la perversa ley de lemas, el ex intendente deberá conformarse de ahora en más con los dudosos títulos honoríficos que la ONU le regaló a su gestión (¿Rosario ciudad modelo?) o con engancharse al último vagón de la promocionada transversalidad política que pregonan el presidente Néstor Kirchner y compañía.

Como en las películas, la experiencia política argentina indica que nunca las segundas partes fueron buenas. El segundo mandato de Binner (1999-2003) fue opaco, desteñido y sin el touch progresista en el que se autorreferencia. El resultado: una ciudad despareja, despreciando a los barrios y privilegiando la zona de los bulevares.

El hecho de que Binner haya focalizado casi toda su política en la zona céntrica no es un dato ocioso o caprichoso: el 60 por ciento del padrón electoral está allí, un caudal de votos que le resultó siempre significativo para estar ocho años en el poder.

En los últimos comicios, el fruto de esa política selectiva quedó patentizada en el mapa electoral rosarino: el socialismo se impuso en las seccionales de mayor poder adquisitivo y perdió en el Rosario profundo, esas vastas zonas donde imperan la desocupación y la pobreza, la falta de infraestructura y saneamiento, el transporte y la seguridad.

La ausencia de obras vitales para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos de segunda clase hace de Rosario un territorio rayado por las inequidades. Pero en esto Binner tiene un atenuante: encaró su segunda gestión en pleno derrumbe económico y social, que se inició con el menemismo y continuó con la Alianza, un gobierno que el intendente socialista apoyó levantándole las manos al tándem De la Rúa-Chacho Alvarez. Como la mayoría de los políticos, Binner tampoco resiste un archivo periodístico.

Aunque los funcionarios de la ONU caigan en excesos, la única nota modelo que le puede caber a la gestión de Binner está en el diseño de la salud pública, que no es poca cosa en un país donde es raro ver que una administración municipal destine más de un tercio de su presupuesto para el área.

Otro punto a favor de Binner: cuando a finales del 2001 estalló la crisis política y económica, el intendente, junto con el gobernador Carlos Reutemann, fue uno de los pocos dirigentes que podía caminar por la calle sin sentir el rigor de la oscilante clase media, que por esos tiempos creía estar en una etapa fundacional pero sin lugar para la autocrítica. ¿Acaso no fue este segmento social el que más apoyó a la convertibilidad?

Su parquedad y la poca atracción por la charlatanería crearon el efecto visual de un Binner austero y políticamente correcto, aunque no trepidó en tejer alianzas, según las ocasiones, con dirigentes o sectores que lejos están de representar "las nuevas formas de hacer política", esa frase que tanto le gusta pronunciar a la progresía cuando quiere decir todo y no dice nada.

La fama de "buen administrador" choca de frente con algunos aspectos poco ventilados de su gestión. Aumentó considerablemente la planta del personal municipal. Nombró a parientes, amigos y afiliados del socialismo popular, creando un verdadero nepotismo en la estructura política y administrativa de la Intendencia. Muchos de sus actos de gobierno fueron duramente objetados por el Tribunal de Cuentas, un organismo independiente que Binner siempre despreció por su incapacidad para absorber las críticas, por mínimas que fueran.

Su doble personalidad afloró con fuerza cuando fue por la Gobernación. Ahí quiso pegar el salto, pero desvió el tranco y chapoteó en el barro para intentar captar votos. Tal vez mal asesorado y sin ningún tipo de pruebas, primero denunció un fraude electoral, luego autorizó irresponsablemente la difusión de un boca de urna que lo daba ganador y por último, con el resultado puesto, recomendó hacer un test psicológico a las personas que no votaron por él; algo impropio para un demócrata.

Más allá de los exabruptos y gestos autoritarios, más de medio millón de santafesinos lo ubicaron como el principal opositor al PJ. Ese rol que le asignaron abre interrogantes por las ambigüedades que lo recorren: seguir intentando construir poder desde un partido que ya no es monolítico o plegarse, como le aconsejó Chacho Alvarez, a la movida transversal.

Mientras medita el futuro, Binner clausuró su gestión con un final a toda orquesta: cortes de cintas, anuncios de obras, homenajes, silos pintados, intercambio de plaquetas y cenas partidarias, todos con la debida profusión mediática cubierta sólo en la superficie. En lo profundo le deja al nuevo intendente la obligación de hacer despegar a una ciudad que estuvo ocho años carreteando.

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