| domingo, 14 de diciembre de 2003 | Charlas en el Café del Bajo -"Un rayo de frío atravesó todo su cuerpo y se incrustó en su corazón cuando le dijeron aquella mañana del 22 de diciembre que el síntoma que había tenido podía corresponder a esa maldita enfermedad que la ciencia aún no pudo vencer. La mente se obnubiló, el corazón se hirió alcanzado por la fulminante noticia y una parte de su ser pareció desmoronarse como la frágil pared de un glaciar. Dos días antes de la Navidad se le habían hecho añicos sus ilusiones".
-¿De qué habla, Inocencio?
-Déjeme que prosiga con esta historia verídica: "...ilusiones de una Navidad adornada con el amor de sus dos pequeños hijos. Entonces, después del presunto diagnóstico, comprendió, entendió, toda la magnitud de la verdad de Macbeth: La vida es una sombra que pasa; un cuento narrado por un idiota que nada significa. Como pudo, su mente quiso interpretar esa tremenda frase de la tragedia de Shakespeare. Era peligroso el análisis porque en ese trance podía ser tremendamente equivocado; pero no... aún turbado tradujo la frase, que quedó en su corazón impresa de la siguiente manera: la vida es efímera y uno no puede darse el inapropiado lujo de arrebatarse el tiempo de las cosas lindas y arrebatárselo a los que le aman. Esto pensó mientras miraba a sus dos hijos que correteaban por la casa sin imaginar la tempestad que asolaba su alma. Una y otra vez se decía: "¡La Navidad más triste de mi vida!"
-¿Qué hizo este hombre, entonces?
-"El mundo ya estaba sumergido en la magia navideña (por aquellos tiempos la Navidad despertaba en la gente una magia amorosa mucho más fuerte que la de nuestros días). Ningún médico especialista, en este caso gastroenterólogo, de los que conocía, tenía turno disponible y menos aún para realizar un estudio de complejidad que ratificara el diagnóstico preliminar o lo desechara echando un manto de alivio y vida sobre el atribulado hombre. Era el crepúsculo del día 23 de diciembre y un amigo, al que le había contado lo que le ocurría, le aconsejó que llamara a uno de los más talentosos médicos especialistas de Rosario, reconocido en muchos foros internacionales. Hizo una mueca de escepticismo, pero un poco más tarde al fin marcó el número de su casa. ¿Qué podía perder más de lo que había perdido ya en las últimas horas? Con voz entrecortada explicó su caso y su angustia. La última parte de su exposición fue: "No hay tormento más grande que la incertidumbre".
-Siga con la historia.
-"Aquel mediodía del 24 de diciembre, una multitud de personas estaban sumergidas ya en el espíritu navideño y se confundía entre las guirnaldas y los árbolitos de Navidad que adornaban el centro. En la desolada área de estudios de un tradicional sanatorio rosarino un médico compadecido y un ser humano agobiado por la pena se encontraron. Una hora más tarde el médico dijo algo así como: brinde tranquilo esta noche, porque aquí hay sólo una pequeña e intrascendente lesión. Es cierto aquello de que en ocasiones las almas salen y retornan al cuerpo y como una película que es rebobinada, así las cosas en aquel tipo volvieron a estar como antes. Claro que no todas las cosas, porque comprendió..."
-¿Qué comprendió?
-"Comprendió que no obstante la buena noticia en cuanto a su salud había perdido parte de su vida. La había perdido dedicando tiempo a frivolidades, cuestiones no prioritarias, vanas preocupaciones, absurdos miedos e injustificadas penas. Recordó la veces que olvidó pronunciar un "te quiero". Quiso pagar la consulta y el estudio ¿Alcanzaría acaso su dinero para pagar la actitud de aquel prestigioso profesional que horas antes de la Nochebuena había dejado todo para mitigar su dolor? Desde luego que no. De todas formas el médico no quiso cobrarle absolutamente nada. Salió corriendo del sanatorio. Llamó por teléfono a su esposa y después se sentó en el banco de una plaza y empezó a llorar... de alegría".
-¿Y a quién está dedicando esta historia que tiene en el rol protagónico de paciente a alguien que creo conocer?
-A un médico cuyo prestigio trasciende los límites argentinos, un ser humano excepcional que otra vez, y como siempre, anda desparramando amor. Por estos días me enteré que está buscando remedios gratis para un chico enfermo, internado en un hospital público, al doctor José Pigliacampo y en él a todos los médicos que hacen de su profesión un acto de amor a la humanidad.
Candi II
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