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 domingo, 14 de diciembre de 2003

Análisis político
El vómito de Pontaquarto

Mauricio Maronna / La Capital

El vómito del oscuro Mario Pontaquarto describe mejor que mil palabras los fracasos de la democracia.

Frente al escándalo institucional más grave de la posdictadura, la dirigencia política (con honrosas excepciones) prefirió encerrarse en la defensa corporativa antes que depurarse a sí misma; y el Poder Judicial se puso la venda para no observar lo que era visible, antes que dar un salto cualitativo hacia adelante, derramar ejemplaridad e iniciar un proceso de Mani Pulite que evite el descalabro de la Argentina desvariada.

"Las preguntas básicas que deberían conducir al esclarecimiento del pago de coimas a senadores no tienen ni tendrán en lo inmediato otras respuestas que no sean las que provengan del rumor, las operaciones políticas y las internas partidarias. Sea como fuere, el escándalo posó sus garras sobre la desprestigiada clase dirigente y quedó instalado como un antecedente demasiado peligroso. A menos que comiencen a surgir los arrepentidos, imprescindibles personajes para esclarecer el episodio", se escribió en La Capital hace tres años, el mismo día en que el entonces vicepresidente de la Nación, Carlos Chacho Alvarez, se presentó a la Justicia para denunciar el affaire.

Resulta gravísimo que tras el descalabro que se produjo como consecuencia de aquel nuevo asesinato en el Senado de la Nación (renuncia del vice, huida del poder de la Alianza gobernante tras el diciembre trágico del 2001, récord de presidentes en una semana, corralito, default y devaluación) los reaseguros formales de la República hayan mirado hacia otro lado.

Pontaquarto estaba jaqueado por la Side, que en estos días rastreaba sus movimientos y su conducta. Midió sus pasos con la misma frialdad con la que desparramaba sobres y fajos en hediondos despachos del Senado, convino una entrevista con un semanario de escasa circulación, le contó sus penurias a Aníbal Ibarra y finalmente el gobierno nacional le garantizó seguridad a cambio de que la denuncia también se hiciera en sede judicial.

"El tipo vio que todos los legisladores a los que les había sido funcional salvaron la ropa, volvieron a caminar por las calles y no destinarían un minuto de sus vidas para protegerlo. El estilo K, aunque estos delincuentes lo aborrezcan en la intimidad, permite mejor blanqueo que un jabón en polvo. Los mismos que aparecían escrachados en todos los diarios son legisladores, gobernadores o consiguieron conchabo hasta en el Banco Central", narró ayer a este diario una calificada fuente que conoce de memoria los pasillos de la Cámara alta y a los protagonistas de la historia.

El hombre fue despedido hace poco tiempo del Senado y ni Daniel Scioli ni José Luis Gioja (entonces presidente del bloque oficialista) movieron un dedo por él. En la nota con la revista TXT reveló que pasó "a ser un tipo triste. Mi hijo me decía que quería hacer política para llegar adonde yo había llegado. Y no podía decirle a él que la política es lo que hizo su padre. Quiero volver a mirar a mis tres hijos a los ojos".

La conciencia a veces es un revólver ardiente y pesa más que una montaña de dólares.

Tal vez la volátil opinión pública ahora cambie de opinión y entienda a quienes defendieron en el debido momento la actitud ética de Alvarez, estrujado por Fernando de la Rúa, su ex mano derecha frepasista Alberto Flamarique y el PJ. Solamente Pedro del Piero (único chachista en Senadores) y, por momentos, Antonio Cafiero, pedían profundizar la cuestión en el ámbito del Senado.

Aunque reconocerlo resulte políticamente incorrecto, se debe tener honestidad intelectual para reconocer que a Horacio Usandizaga también le cupo una actuación digna en aquellos días de oprobio.

El descarnado relato de Pontaquarto (dando detalles de la entrega del dinero, el destino y hasta de la música funcional que se utilizaba para evitar alguna escucha indiscreta) convierte a las novelas de Mario Puzo (autor de El Padrino) en un relato sobre Heidi.

Chacho era un estorbo para la democracia tarifada que existía, y si bien muchos se sorprendieron al leer ayer que Pontaquarto involucró nada más ni nada menos que a Gioja (hoy gobernador de San Juan), pocos repararon en que el dirigente cuyano festejó como un triunfo la decisión de De la Rúa de ascender a Flamarique y al resto de los funcionarios involucrados en el escándalo: "Después de las medidas dispuestas por el presidente, le tenemos que levantar un monumento a (Emilio) Cantarero", dijo el sanjuanino en relación a su impresentable compañero de bancada, que había reconocido la existencia de sobornos.

"Esta Alianza nació para ser implacable contra la impunidad. Si acá los que la hicieron no las pagan, la gente se va a decepcionar", dijo Alvarez en una entrevista con La Capital, el 13 de octubre de 1999, once días antes de las elecciones presidenciales.

La coalición no solamente evitó ser implacable con los hechos de corrupción, sino que además varios dirigentes frepasistas se vieron envueltos en trapisondas. La declamada "transversalidad" no fue, es, ni será una opción purificadora en sí misma, pese a que se la quiera presentar como una fuente de agua bendita. Es un ejercicio maniqueo repiquetear con que los buenos están de un lado y los malos del otro. En 20 de años de democracia, resistir un archivo es una conquista.

La catarsis de Pontaquarto (hombre de extrema confianza del ex presidente del bloque radical José Genoud y ferviente admirador de Raúl Alfonsín) debería servir para que los jueces de una vez por todas se pongan los pantalones largos y sean implacables con sobornadores y sobornados. Eso sí, evitando blanquearse sin pruebas en la mano por los pecados cometidos.

Las instituciones tienen otra vez la oportunidad de demostrar que en democracia no hay lugar para los corruptos. Y evitar que la bomba que detonó Pontaquarto sea una nueva cortina mediática para correr de las primeras planas los temas urgentes, aún lejos de resolverse: indigencia, pobreza y desempleo.

El sincericidio no eclipsó el análisis sobre la asunción de Jorge Obeid y los juegos de poder que comienzan a vislumbrarse en el justicialismo santafesino, asentados en un tridente: el gobernador electo, el senador Carlos Reutemann y el presidente de la Nación. Lo urgente fue escrito durante la semana que pasó y lo importante recién sobrevendrá en los próximos meses. Por ahora sobran las especulaciones y el tiempo.

El escándalo que se llevó puesto al vicepresidente de la Nación germinó hasta el punto de convertir a la Argentina en una geografía irrespirable y hacerla descender hasta el piso más bajo de la degradación institucional.

Ahora, más que nunca, es hora de que quien las hizo las pague.

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