| domingo, 14 de diciembre de 2003 | Interiores: Agenda y balance Jorge Besso En estos días de diciembre, en forma organizada y más que nada en forma improvisada, ya circulan las próximas agendas 2004, pues aun antes de que comiencen las vacaciones ya hay obligaciones agendadas para el futuro. Al menos la agenda de los ocupados, ya que la de los desocupados tiene el mismo reclamo en todas las hojas de todos los días.
La agenda es un objeto de cierto prestigio ya que el humano es un ser agendado todo el año, salvo el llamado período vacacional, que de todos modos suele tener una especie de agenda implícita, donde la familia o los amigos, realizan movimientos o pasividades prolijamente agendados. Mientras la gente mide en sus manos la próxima agenda, en su cabeza mide el año transcurrido en esa tarea tan de esta época que se llama balance. El susodicho balance va sin firma y sin contador, da vueltas por la cabeza y generalmente incluye propósitos y objetivos para el año por venir, muchos de los cuales son propósitos reiterados año tras año, es decir todo ese tiempo de vida en que el humano aun sabiéndose mortal, cosa que nuestro himno nos enseña desde pequeños, así y todo se cree inmortal la mayor parte de su existencia.
La agenda es un objeto muy personal, al igual que el balance es un ejercicio también muy personal, casi íntimo. Ahora bien, la agenda que tiene manifiestamente un sentido de organización, tiene en rigor una misión en cierto sentido imposible: que el dueño, portador y manejador no olvide lo que tiene que hacer, fundamentalmente que no se olvide del otro, o que no se olvide de sus compromisos, que vendría a ser lo mismo.
Está claro que no es lo mismo la agenda del comienzo del año que la del final, ya que la del final está muy trabajada, con su prestigio ya en deterioro, al lado de la reluciente agenda nueva, modesta o cara, da lo mismo en el fondo. A la agenda nueva se le aplicaría uno de los dichos populares y preferidos de mi madre: "escoba nueva barre bien". Es decir que muchas veces lo que funciona bien, según el saber popular y en este caso también el saber de mi madre, es más por nuevo, que por bueno. Lo que se aplica también a las nuevas parejas de las que se sospecha que toda esa miel con la cual se derraman y se desparraman, es más por nueva que por otra cosa. Eso antes de que venga la escoba de la realidad y barra al idilio, ya que llegados a ese punto lo que se desviste es el objeto del amor de las ropas que le pusimos y con las que lo idealizamos, y los ex-enamorados se dicen recíprocamente, la más de las veces sin advertir esta reciprocidad: no eres el mismo, o no eres la misma del principio.
En cierto sentido, y aunque no siempre es así, en el comienzo del año hay un noviazgo con el tiempo que comienza. Todo parece posible, a diferencia del año pasado, que vino a confirmar que todo, al menos lo verdaderamente importante, en realidad fue imposible. Por eso el humano, sin que lo diga, se concentra especialmente en los brindis de esta época del año, y mucho más en los que se producen en los finales del mes de diciembre, y todavía más en los choques cristalinos de la noche del 31, cuando, quién más, quién menos, trata de enfocar la cabeza y el corazón hacia un objetivo primordial respecto del año que comienza: del mismo modo y al igual que otros brindis de los varios 31 que le ha tocado vivir, brinda para que ese año que despunta, como en los naipes, por fin sea el del despegue.
El sueño de despegar está en cualquier agenda que se precie de tal. En estos tiempos y en estas tierras, el despegue es casi siempre económico, pues la mitad de nuestra gente, mal podría despegar, si ni siquiera tiene acceso a lo mínimo. Pero la otra mitad de nuestra gente, aquí o allá, como consecuencia de balances con resultados parecidos, sueña con despegar, de rutinas, de grisuras, de postergaciones, de enfermedades y demás cárceles cotidianas que se pueden constatar en las agendas explícitas o implícitas. Lo que de un modo u otro ha llevado desde hace algunos años a la configuración de un ser típico de nuestro tiempo, que circula básicamente en los salones medios, o en los salones altos, un ser fácilmente distinguible por ser de un solo rasgo, que tal vez, o seguramente, tiene muchos más, pero ocurre que ese solo rasgo ha tapado todo lo demás conformando un tipo antropológico muy extendido y de caminar cansado, incrustado en ese único rasgo: la queja.
No deja de ser interesante constatar que quien se queja de lo único de que no se queja es, precisamente, de quejarse. Cuestión curiosa, pero cuando es así se trata de un cuadro de queja a tiempo completo. Con todo, la queja representa un lugar y una posición más que complicada. El primer sentido de la palabra queja es la expresión de un dolor. Pero el segundo habla de desazón y de resentimiento. Si al resentimiento se le agrega desazón, lo que le añadimos es, según la Real Academia, "desabrimiento, insipidez, falta de sabor y gusto". Peor imposible.
La queja desazona al sujeto que de esa forma va desabrido por el mundo, sin gusto por las cosas y sin que nadie se lo quiera saborear. En suma, para el que se queja, y para cuando nos quejamos, vale la pena recordar que la queja empieza por casa, más que nada porque desde la queja siempre creemos que tenemos la razón, creencia que transformamos en certeza, operación psicológica en la que se nos escapa la vida disfrutando de nuestras razones confundiéndolas con la razón. En estos casos, para la nueva agenda y para el futuro balance, un solo compromiso: cansarse de la queja, para no caer en el cansancio de vivir. enviar nota por e-mail | | |