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 domingo, 14 de diciembre de 2003

Para beber: Denominación de origen

Gabriela Gasparini



Lo bueno del vino es que siempre sorprende. Y no me estoy refiriendo únicamente a la alegría que provoca descubrir que el contenido de una botella es mucho más de lo que esperábamos, sino ver cómo personajes que uno los ubicaba ocupándose del capital y la producción pero en otros ámbitos, también se preocuparon por la problemática que rodea a la elaboración y venta de los vinos, y su mirada fue muy distinta a la nuestra que siempre está puesta en el placer que nos brinda, cuando hay tantas otras aristas. Para dar un ejemplo: al hurgar en distintos textos para conocer la historia de la denominación de origen de los vinos europeos, encontré que Tim Uwin citaba en su libro un párrafo donde Marx hacía referencia al monopolio y a la renta.

Las mismas preguntas que surgieron aquí cuando comenzó a mencionarse el tema de la denominación de origen y la demarcación de los límites que encuadrarían a los viñedos que de esa forma integrarían el selecto grupo, también asaltaron en su momento a los habitantes del otro lado del Atlántico.

El aumento en la demanda de vinos durante el siglo XVIII trajo aparejada la falsificación y adulteración. No es difícil entender la preocupación de aquellos que elaboraban cuidadosamente sus caldos sorteando costos y avatares climáticos enfrentando una competencia desleal. El primer intento formal de demarcar una región vinícola tuvo lugar en Portugal, como parte de la reorganización del comercio del oporto que llevó a cabo el marqués de Pombal en 1756. Una de las medidas que se tomó fue el establecimiento de una zona delimitada en la que los precios que se pagaban a los vinicultores por sus productos estaban determinados con antelación. Pauta que por un lado pretendía mejorar la calidad de los vinos, pero por el otro estaba destinada a multiplicar los beneficios de los comerciantes y terratenientes del Alto Duero a costa de los pequeños agricultores de otras regiones.

El mismo deseo de los grandes tenedores de tierra franceses, de garantizar la procedencia de sus vinos a fin de asegurar la continuidad de sus beneficios, fue la razón por la que se crearon las primeras clasificaciones de vinos en Burdeos y Borgoña. Las distintas prácticas perjudiciales que se utilizaban en la elaboración llevaron al gobierno galo a aprobar, el 1º de agosto de 1905, una ley general para combatir la producción fraudulenta de productos agrícolas y ofrecer al consumidor mayores compensaciones si los vinos no resultaban ser lo que decían. Este habría sido el primer paso hacia la aparición del sistema de denominación de origen controlada.

El objetivo de estas denominaciones de origen es garantizar la calidad de los vinos mediante la referencia a las tierras en las que se cultivan las vides. Pero esto también permite a los propietarios de las tierras obtener mayores beneficios al convertir sus terrenos en un monopolio que no existía antes de la demarcación. Así lo vio Marx en El Capital: "Un viñedo presenta un precio de monopolio si produce vino de una calidad extraordinaria pero que sólo puede ser producido en cantidades relativamente reducidas. En virtud de este precio de monopolio, el vinicultor, cuyo exceso sobre el valor de su producto está determinado única y exclusivamente por el poder adquisitivo y la preferencia de los consumidores por el vino de moda, puede obtener un beneficio de explotación considerable. Dicho beneficio -que en este caso procede de un precio de monopolio- se transforma en renta que obtiene bajo esta forma el terrateniente en virtud de su título de propiedad de la porción de tierra dotada con estas características especiales. En este caso, el precio de monopolio crea la renta".

A esto nos referíamos al comienzo. El límite entre los viñedos puede llegar a ejercer una gran influencia a la hora de obtener ganancias beneficiando más a unos que a otros, según quien esté de cada lado de la línea, y lo que hay en juego es bastante más que la mención de un lugar en la etiqueta.

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