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 domingo, 07 de diciembre de 2003

Cruceros
Rumbo a los fiordos chilenos
Travesía de ocho días por el archipiélago de Chiloé, en busca del glaciar San Rafael, en la Patagonia trasandina

Jorge Salum / La Capital

El Scorpios II parte de Puerto Montt, pone proa hacia el sur y comienza un viaje de ocho días que será difícil olvidar. No surca el Mediterráneo o el Egeo, no navega frente al paisaje mágico de Río de Janeiro, ni dibuja estelas frente a las islas del Caribe. Se interna lentamente en el archipiélago de Chiloé. Se abre paso respetuosamente entre la cordillera de los Andes y el océano Pacífico y busca con una obstinación sorprendente el glaciar San Rafael. Cuando finalmente lo alcanza, en el cuarto día de su impresionante travesía, los pasajeros ni siquiera imaginan que lo mejor del viaje todavía está por llegar: será cuando bajen de esa mole que no se parece en nada a los cruceros que se enseñorean en los mares del Viejo Mundo, y se acerquen casi al pie de las gigantescas torres de hielo, donde brindarán con whisky y café al pie del glaciar para celebrar el mágico encuentro con un mundo de ensueño.

Sería arriesgado escribir que el viaje en el Scorpios por la Patagonia chilena es el mejor de todos, pero no es difícil asegurar que al menos es distinto a cualquiera que pueda imaginarse cuando se elige viajar en crucero.

No hay lujos europeos ni extravagancias norteamericanas en el segundo eslabón de una flota de barcos que lleva años paseando a turistas de todo el mundo por ese territorio único al que uno deseará volver alguna vez antes de abandonar este bello mundo.


Exquisito cabernet
Pero hay otras cosas, desde el imprescindible cabernet sauvignon más exquisito de Chile hasta la calidez de los tripulantes y la inevitable amistad que se termina tejiendo con los otros pasajeros. Y hay, además, la posibilidad de avistar desde una tribuna privilegiada los paisajes más sorprendentes del archipiélago, el color increíble del mar, el silencio profundo de los fiordos y la belleza omnipresente de las montañas y el mar. Bajar en los últimos pueblitos perdidos de la geografía de Chiloé, bañarse en las aguas termales que descienden desde un volcán, llegar al puerto de Castro después de recorrer un fiordo que parece infinito, navegar dos horas entre los témpanos que desprende el glaciar y confundirse con la naturaleza que mezcla los matices más inimaginables, son experiencias imborrables que acarician el alma y se constituyen en el mejor antídoto contra los avatares de la vida urbana.

Ni hablar del imperdible salmón rosado, el pisco, las interminables veladas con el capitán del barco, el vuelo de las gaviotas -aún en el glaciar- y tantas imágenes difíciles de olvidar tras el tránsito por aquel confín del mundo.

Pero acaso lo más fuerte de la experiencia a bordo del Scorpios sea la relación que se construye día a día con los pasajeros, algo entendible en un crucero donde, por ejemplo, ni siquiera hay casino. Compartir con otros las bellezas naturales que regala el viaje acaba siendo un ejercicio irrepetible cuyo recuerdo acompañará al turista por mucho tiempo y lo hará soñar eternamente con el regreso.

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Navegación por los fiordos chilenos.

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