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 domingo, 07 de diciembre de 2003

Cruceros
Una ciudad flotante que no es ciencia ficción
Recorrer las islas del Caribe a bordo de un gigante de once pisos es una experiencia incomparable

Jorge Levit / La Capital

La experiencia de viajar en cruceros de lujo es asomarse a una manera de hacer turismo que cada día gana más adeptos en todo el mundo. Quienes están más acostumbrados a recorrer ciudades históricas y museos encuentran en estas verdaderas ciudades flotantes una alternativa insospechada y fascinante. Todos los prejuicios o dudas que se tienen antes de embarcarse quedan disipados durante las primeras horas de navegación porque se comienza a percibir algo cercano a la perfección. La palabra estrés es casi desconocida, los horarios rígidos no existen y el placer fluye libremente.

Esa es la sensación que se alcanza a bordo del Splendour of the Seas, una de las naves gigantes de la compañía Royal Caribbean. Amarrado en el muelle de San Juan, en Puerto Rico, el barco emprende desde allí una travesía de una semana que termina en Miami.

Durante toda la temporada de primavera y verano esta verdadera torre de los mares, de once pisos, recorre varias islas del Caribe y combina el placer de playas famosas como St. Maarten, St. Thomas y Antigua con la vida dentro de la nave, donde no alcanza el tiempo para aprovechar todo lo que se ofrece.

El Splendour of the Seas llega a los puertos de las islas por la mañana y zarpa hacia su próximo destino casi al atardecer. El tiempo es más que suficiente para ir a la playa y dejarse sumergir en las azules y cristalinas aguas con muy poco oleaje. Una vez de regreso en el barco, de 264 metros de largo y 32 de ancho, con 720 tripulantes y capacidad para 1.800 pasajeros, aflora la vida nocturna que, a bordo, tiene características especiales.

La cena en un inmenso comedor de dos pisos es una de las posibilidades para comenzar la noche. Un servicio esmerado y con lujos casi exagerados deslumbra aun a aquellos que conocen en tierra ese tipo de gastronomía internacional. El barco navega a buena velocidad, sigue su curso y el movimiento es casi imperceptible, aun dentro de alguno de los once ascensores. De no ser por los inmensos ventanales que ofrecen una mirada hacia mar, nada hace pensar que una fortaleza de setenta mil toneladas se mueve en medio del Caribe.

Como en las grandes ciudades del mundo, la noche del Splendour ofrece más que una exquisita cena. La actividad nocturna puede prolongarse en algunos de los boliches del barco (el más impactante, situado en el piso 11º), los bares, o el casino, el único lugar de la nave donde hay que utilizar efectivo. El resto de los gastos se paga con la credencial de embarque. Eso sí, al final del viaje hay que saldar la cuenta y nadie se puede tirar por la borda. Pero antes de entregarse a la danza o el juego, el teatro del barco -lujoso y enorme, para no desentonar- ofrece todas las noches espectáculos musicales y distintos shows a cargo de elencos de renombre internacional.

La aventura de hacer un crucero por las aguas que deslumbraron a los españoles hace más de quinientos años es una experiencia difícil de comparar. Es el mismo maravilloso paisaje eterno, con playas doradas y un mar bien azul. Sólo que las modestas carabelas de madera fueron reemplazadas por máquinas imponentes que parecen sacadas de la ciencia ficción.

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Una fortaleza navegante, el Splendour of the Seas.

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