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 domingo, 30 de noviembre de 2003

El rosarino se presenta en el Anfiteatro el próximo sábado, reflexiona sobre los vaivenes de su carrera
Fito Páez: "Con los años uno se vuelve más irracional"
El músico aseguró que dejó atrás la paranoia juvenil de querer explicarlo todo y encima tener razón

José L. Cavazza / La Capital

Empezó la cuenta regresiva para el recital de Fito Páez en el Anfiteatro Municipal, el próximo sábado. "Tocar en Rosario siempre es algo especial", dice en el comienzo de la entrevista con Escenario. Enseguida, la charla toma otro rumbo, hacia un costado con menos certezas y más intrincado.

Exactamente, la charla continúa con el gran salto de Rosario a Buenos Aires que a inicios de los 80 da aquel Fito desgarbado e inquieto. Toca con sus ídolos (Charly y Spinetta), triunfa en medio de un nivel de exposición extraordinaria, padece un crimen familiar espantoso, sale a flote de un período oscuro, se enamora de la actriz del momento y vende más de medio millón de discos con "El amor después del amor".

-¿En ese gran salto te sentiste un elegido?

-No creo, porque ¿elegido por quién? Creo que es el destino de las personas y también lo que uno forja.

-¿El destino?

-(Risas) Quiero decir, la vida de todos se centra en lo que uno quiere, lo que uno puede y la suerte, ese bicho tan esquivo que a veces te da una caricia.

-Después vino Buenos Aires, y al poco tiempo un Fito gurú, que tenía una respuesta para todo... Te parecías a Joan Manuel Serrat.

-Sí, sí (risas). Fue una época de boludez, de pensar que tenés algunas respuestas y que podés andar diciéndolas por ahí. Me da la sensación de que debió ser un poco parte del mareo como consecuencia de una situación tan extraordinaria como es el caso de convertirte en un tipo popular. Cuando te caés del caballo te das cuenta rápido que estuviste viviendo una fantasía.

-Hoy tenés más cosas que perder. Hay un hijo y otro por llegar, ¿existen nuevos miedos?

-Los hijos son lo más importante del mundo. Por lo menos para mí. Nunca pienso en perder o ganar, siempre pienso en estar en el lugar donde están sucediendo las cosas. Hay algo ahí como lejano a la melancolía, que es estar en el momento de los hechos y accionar en ese instante. Y los miedos tienen que ver, obviamente, con que a ninguno de mis hijos les pase nada malo. Pero a la vez, es una tontería, porque a golpes se hacen los hombres.

-Si tuvieras que buscar las canciones que hablan de las cosas más importantes de tu vida, ¿cuáles serían?

-En realidad, no sé cuáles son las cosas más importantes de mi vida.

-Me refería a las cosas más personales...

-Es que todas son personales. Es como cuando armás una salsa, ya no sabés en qué verdulería compraste el ají, el pimiento, o de dónde vino la carne... Empezás a mezclar y te sale esa comida que, en algunos casos está buenísima y la come y disfruta mucha gente, y en otros casos no sale tan interesante. De lo que sí estoy seguro es que cada vez que termino una canción siento un enorme placer. Es difícil que muestre algo que no me guste mucho... o que no me sienta involucrado en lo personal, para contestar mejor la pregunta. Desde "Un rosarino en Budapest", que es una de las canciones que menos me gusta, hasta "Tumba de la gloria", que me gusta mucho, en las dos estoy ahí entero.

-¿Para esa canción o salsa necesitás preguntas y respuestas?

-Cada vez menos. Cuando sos más joven quizá tenés la paranoia del sentido, de querer explicar todo y encima tener razón. Tal vez mi historia me llevó a veces a tener que darle explicación a las cosas, pero con los años uno se vuelve más irracional y aparece más pleno el sentimiento del goce. En realidad, cada vez sé menos sobre lo que hago, y cada vez lo disfruto más.

-Se habla de un Fito después de Cecilia Roth y "Vidas privadas", más visceral y sintético, ¿estás de acuerdo con esa afirmación?

-No lo sé, es tan difícil mirarse a uno. Obviamente, siempre hacés un camino de reflexión en algún momento. Es complejo porque la vida es compleja. Me parecen formas periodísticas de extrema síntesis. Ahora terminé de leer un libro del gordo (Alberto) Ure, donde analiza una obra de David Viñas sobre Dorrego, y es tan meticuloso con la obra y la historia argentina que en un momento, cuando revisás las críticas sobre las obras de arte, es impresionante ver cómo se sintetiza la obra de un hombre con un par de palabras. Al final, no se termina hablando de lo que realmente hace el tipo. Me parece que parte de la crítica conmigo es algo así.

-Cuando pensás en un hombre satisfecho, ¿qué imagen se te cruza?

-La de un tipo aburrido (risas). Satisfecho no, es un plomazo. Insatisfecho también es plomo. Ambas palabras son muy radicales, no en el sentido político de la palabra. Las satisfacciones son muy chiquitas; obviamente cuando terminás una canción estás satisfecho, si es que se puede llamar así. Cuando terminás un concierto, cuando te sentís pleno con tu pareja también. Pero no sé si llamarle satisfacción a esos instantes. Son momentos de plenitud.

-¿Creés que la música te salvó de esos momentos en que la vida te pasa por encima?

-Y sí, la expresión más que nada, no sé si la música o esas palabritas que uno escribe a deshoras o hacer cine, tal vez todas te salvan del manicomio o de la cárcel (risas). Pero no es que te ayude a llevar el peso de la melancolía sino que también te devuelve una fuerza vital en esos momentos tan duros.

-¿A vos te pasa eso que después de los 40 empezás a pensar que la muerte no es sólo algo que le pasa a los demás?

-No, eso me pasa desde muy niño. Es una especie de desgracia, porque en realidad te conecta con una hiperlucidez que no siempre es bienvenida. Al haber tenido la muerte de mi madre tan de niño... sí, esa es una cosa que siempre tuve muy clara. Por eso, también he reaccionado toda mi vida contra eso y a favor de la vida, de expresarse.

-Parte de la cultura rock tiene que ver con aquello de mucho reviente primero y después un lavado de cara, casos como el de Lou Reed con 20 años de reviente y una imagen de gran respeto después, ¿a vos te pasó algo parecido?

-Pasa que el tipo tiene una gran obra en cualquier época, en la época limpia y en la podrida también. No creo que el reviente esté ligado a la calidad de la obra. Y yendo a la pregunta, a mí no me pasó nunca eso. Siempre he llegado a velocidad crucero. He tenido y tengo aún épocas de excesos, pero eso no determinó nada. La cocaína no te hace más boludo, sos boludo... (risas). El tema de los estimulantes sobre la obra se sobrevalora demasiado.

-Quizá sea la herencia de la época beatnik y la psicodelia...

-Probablemente, pero a mí me da la sensación de que hoy la cosa pasa por estar más ligado a un fenómeno social, el ideal de pensar que sos del palo si tomás el porrón en la esquina, pero también eso está ligado a la pauperización del país, a algo más grande que ese detalle, con valores humanos enormes porque es la vida de todos los pibes de hoy. Por otro lado, no puedo dejar de pensar que gente muy reventada hizo obras maravillosas. A la vez, hoy estamos tan desideologizados que a lo mejor se subrayan más otras cosas, que no son tan importantes.

-A esta altura de los hechos, ¿podrías hacer una perspectiva sobre lo que te pasó desde que dejaste Rosario?

-Es que nunca dejé Rosario. Recuerdo a un artista extraordinario de música argentina que vivía en París cuando le preguntaban si extrañaba a su país. "Perdóneme compañero, yo a la patria la llevo en el alma", le contestó. Estoy muy de acuerdo con eso. Como decía Pichuco: "Cómo dicen que me voy si siempre estoy volviendo".

-¿Tenés alguna asignatura pendiente, alguna bronca en especial con Rosario?

-No, Rosario es la ciudad en la que me tocó nacer y eso es algo que te va a marcar toda tu vida. Ahora, cuentas pendientes no, nada de eso. Al contrario, es una ciudad donde me siento muy amado y protegido.

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Páez: "A golpes se hacen los hombres".

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