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 domingo, 30 de noviembre de 2003

Nota de tapa. De Rosario con humor
La cebra a lunares, la revista que propuso una nueva forma de ver la ciudad
Dio a conocer a una nueva generación de humoristas dedicados al rescate de la cultura popular. Un logro que se conmemora con un número aniversario

Osvaldo Aguirre / La Capital

"Nuestra tarea es rescatar un humor local (?) relegado hasta ahora a las paredes de los baños de bares y confiterías e instar a que vuelvan -aunque sea simbólicamente- muchos de los humoristas que se fueron y a que se asomen los que quedaron". Esa declaración se lee en el primer número de La cebra a lunares, la revista que hace treinta años propuso un nuevo modo de mirar la ciudad y dio lugar a una generación de humoristas e historietistas de larga proyección.

La cebra a lunares apareció en Rosario entre fines de 1973 y mediados de 1975. Tuvo una periodicidad bastante regular, aunque nunca logró consolidarse como un mensuario y su repercusión hizo que alcanzara distribución nacional. Ahora la revista conmemora los treinta años de su primera salida con un número aniversario.

La revista, dirigida por Manuel Aranda, fue el producto de una época de cambios. En el plano del humor, las publicaciones clásicas (Rico Tipo y Patoruzú), habían desaparecido para dar lugar a publicaciones más revulsivas, como Satiricón, la revista de Oskar Blotta, o de renovación de los códigos del género, como Hortensia, que dirigía Alberto Cognigni en Córdoba. Aquí comenzaron a publicarse "Inodoro Pereyra" y "Boogie el aceitoso", las grandes creaciones de Roberto Fontanarrosa. "Hortensia en ese momento era el faro del que salió todo lo que vino después, porque los cordobeses la vieron muchísimo antes que el resto del país incluído Buenos Aires", dice el dibujante Sergio Kern.

El contexto social, además, parecía propicio para los creadores más arriesgados: una larga dictadura militar llegaba a su fin y comenzaba el tercer gobierno de Juan Domingo Perón, en medio de expectativas de cambios profundos.


Guerra al malhumor
"Yo había empezado a publicar en Tía Vicenta y en una revista de historieta medio berreta que se llamaba Historias tangueras -cuenta Manuel Aranda-. Apareció el fenómeno de Hortensia y se me ocurrió la idea de indagar la posibilidad de hacer un humor local".

Manuel decidió buscar un jefe de redacción. "Sabía que Esvén Segovia, que era secretario de redacción de La Tribuna, tenía mucho oficio. Diagramaba las primeras páginas a la una de la tarde y el diario estaba en la calle a las cuatro. Había hecho humor en la revista Boom y aceptó mi propuesta de participar de la revista".

El flamante jefe de redacción se presentó en la revista con una foto que lo mostraba sentado sobre un inodoro, en la calle Córdoba. "Me llamo más o menos Esvén Segovia -decía un texto al pie- y hablar de mi pasado sería imposible: las lágrimas oxidarían rápidamente mi herramienta de trabajo (...) Me gusta hacer el humor y no la guerra. La guerra al malhumor. Para ello recurro frecuentemente al elemento tabú, mal que le pese a los moralistas, los pacatos y a los flojos de abdomen. Suelo meditar sentado en un inodoro en calle Córdoba al 900".

El sentido del nombre de la publicación apareció explicado en el editorial del primer número. Manuel hacía una reflexión sobre ciertas resistencias de Rosario a las iniciativas locales ("hay un obstáculo que produce arte", dijo alguna vez Rafael Bielsa) y sobre las paradojas de la identidad de una ciudad sin origen cierto. "Si tuviéramos que clasificarnos dentro de la escala zoológica, seríamos algo así como una cebra a lunares", afirmó el director.

El primer número tiró tres mil ejemplares y ofreció colaboraciones de humoristas conocidos, como Fontanarrosa, Crist, Napoleón y Gregorio Zeballos. Entre los jóvenes aparecían Quique Fenner y David Leiva, con la extraña historia de un hombre oculto en un barril. Según la presentación, se lo podía ubicar en el bar Odeón. "Es uno chiquito, de pelo largo, barbita recortada y paquete de grabados atados con hilo sisal", se agregaba para más datos. Además se inauguraban las secciones "La página negra", dedicada al humor negro, y "El chiste del mes", donde se satirizaba circunstancias de la actualidad o donde la realidad superaba al absurdo (en el primer número, el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a Henry Kissinger).

Había textos de Edelmar Foresto, humorista que había colaborado con textos y grageas en la revista Patoruzú ("firmaba como Ovidio Oroño", recuerda Manuel), Hugo Moyano Vargas y Juliovich ("Hace treinta años era común ver a un viejecito tocando el órgano por las calles de Rosario. Hasta que se creó la Liga de la Decencia"). Roberto Fontanarrosa demostraba sus notables cualidades de narrador al escribir cuentos de fútbol y parodiar recetas de cocina y comentarios de películas mientras Esvén Segovia comenzó a publicar "Escúcheme, doctor", diálogos que jugaban con el doble sentido y el equívoco y que andando el tiempo, con su traspaso a la radio (puede escuchárselo hoy en las tardes de Radio Dos) constituyó una especie de clásico del humor rosarino.

Luego se agregarían, entre otros articulistas, Raúl Rasmussen, Hugo C. Virga y Daniel Giribaldi, poeta lunfardo. Algunos colaboradores se ocultaban con seudónimos: El cronista maldito, que podía escribir sobre política, televisión o fútbol, era Evaristo Monti; Ugo Note, Héctor Nicolás Zinni (hacía "La Musa Lunfarda. Historias del Viejo Almacén"). El staff también era cuestión de broma: Spiro Agnew (vicepresidente de Estados Unidos) figuraba como administrador, mientras Alberto Olmedo era el jefe de censura y Julio Cortázar el pinche.

El primer número incluyó además un suplemento gauchesco, que se convirtió en una sección habitual de la revista y que giraba en torno a los chistes de Héctor Beas y "Laj brutaj corajiadaj de Zegobio Esvenón", una desopilante versión de la poesía gauchesca. "En ese entonces yo era dibujante, no hacía humor. Manuel me llamó para hacer viñetas y me empezó a hinchar para que hiciera humor, me enseñó la mecánica y finalmente me convenció", dice Beas.

Lo que distinguió a La cebra a lunares, dice Manuel, fue "empezar a mirar la ciudad con humor". La comparación con Hortensia ayudó a definir el perfil propio. "Los cordobeses tenían un humor que estaba en la calle, y que llevaron a la revista. Lo nuestro fue rastrear historias, personajes, cosas de Rosario".

Beas coincide con Aranda. "El gran hallazgo de La cebra -dice- fue el de de los íconos rosarinos. Fue en la revista donde comenzó a hablarse de Pichincha, o de Rita la salvaje". En ese sentido, la primera edición de "Prostitución y rufianismo" (1972), de Héctor Nicolás Zinni y Rafael Ielpi, había descubierto una parte hasta entonces oculta de la historia de Rosario.

"Cuando era pibe -recuerda Sergio Kern desde España, donde vive actualmente- me hacía mis propias historietas. En la época de La cebra, pintaba cuadros y escribía poesía, y dibujaba mucho. Cuando descubrí Hortensia, me explotó la cabeza. Ahí salían las primeras historietas de Crist y Fontanarrosa, esas que eran cargadas a las películas norteamericanas y descubrí que podía unir todo en la historieta, texto y dibujo. Por ese entonces apareció La cebra y nos conocíamos todos, Quique Fenner, David Leiva, en fin todos los que hacíamos algo con el dibujo. Así que a Manuel no le resultó difícil tener una montaña de dibujos para elegir".


Una cargada notable
"La revista tenía una redacción flotante. Funcionó hasta en el Citroën que yo tenía en esa época y con el cual hacíamos la distribución de los ejemplares", dice Beas.

No obstante, sigue Manuel, "había reuniones de redacción. Las mejores notas las pudimos hacer en equipo". Una de las que tuvo mayor repercusión fue una notable cargada a la Liga de la Decencia, en el número 5 (abril de 1974). El organismo que decía velar por la moral y las buenas costumbres había hecho una pegatina de afiches en que instaba a los rosarinos a "ser hombres" y los humoristas de La cebra a lunares encontraron allí un motivo para la risa. Claro que eso no podía hacerse sin consecuencias. "Los tipos de la Liga empezaron a visitar a nuestros anunciantes para pedirles que dejaran de auspiciarnos -dice Manuel-. Siempre nos persiguieron. Veían a la revista como algo subversivo y pornográfico".

La ciudad y sus habitantes se convirtieron en tema frecuente de las notas y el humor de la revista. La revista se confesaba apostólica rosarina, "ya que todos sus rosarinos integrantes sentimos el humor como un apostolado". Así, el segundo número incluyó un test desafiante -"usted es rosarino o qués lo qués" (sic)- y la construcción de la peatonal, la sección "Del Rosario" (una página de chistes). Otro artículo planteaba los "insondables misterios rosarinos": a saber, por caso, "¿Quién es el sátiro del cementerio? ¿Hay alguna rosarina fea? ¿Pavimentarán avenida Francia de 27 para allá?"

En el número 4 La cebra a lunares incluyó un reportaje a Alfonso Alonso Aragón, el poeta Aragón, rey del carnaval rosarino. Era un tema de actualidad ya que ese año (1974) el festejo del corso se había suspendido. "O es un golpe de la política o es para perjudicarme", declaraba Aragón, que también daba a publicar alguno de sus textos. Así se inauguró una línea de reportajes a tipos populares que continuó en el número 7 con una entrevista a Manuel Alfredo Quintana, más conocido como Pica, personaje de la hinchada de Newell's. Una entevista a Rita la Salvaje (si no se trataba de otra broma) quedó inédita al suspenderse la publicación de la revista.

En los dibujos de Napoleón, Rosario experimentaba metamorfosis surrealistas: "El Museo del Horror de Rosario", los "Grandes inventos rosarinos" y "El delirante" fueron algunas de sus extrañas manifestaciones. Entre los jóvenes aparecieron Jorge Santa María, Sergio Kern (presentó una serie, "Norberto el mago"), Macchiavelli y Patta. "Manuel me había pedido algo de humor pero en viñetas, una historieta -dice Kern- y se me ocurrió un mago al que no le salen las cosas. Se lo llevé con otros trabajos que eran o bien más de historieta o más bien chistes unitarios, pero Manuel se quedó con Norberto y me animó mucho a que lo siguiera".

A partir del número 6, La cebra a lunares aumentó su tirada a diez mil ejemplares y tuvo distribución en los quioscos de todo el país. Otro indicio de su repercusión fue su extensión a la radio: el 6 de enero de 1974 comenzó a irradiarse por LT 8 el programa de la revista, que en diciembre del mismo año pasó a LT 3.

No obstante, con la salida del octavo número se plantearon problemas por la escasez de papel y la retracción de anunciantes. Pero La cebra a lunares también podía reírse de sus dificultades. Después de detectar que "la incalculable ganancia que arroja la venta del conocido matutino La Capital" procedía de los avisos fúnebres inauguró una sección de necrológicas. Un ejemplo: "En la cárcel, donde purgaba varias condenas por asesinato, necrofilia, violación, asalto a mano armada y robos con fractura y escalo, dejo de existir el señor Aurelio Amoroso. Dueño de una proverbial mansedumbre, ultimó a su madre, su padre, su esposa, sus hermanos y sus cuñados a golpes de rebenque cuando una noche, al volver del trabajo, le cebaron un mate frío. Preso ejemplar, supo granjearse la amistad de sus compañeros de infortunio y aun de sus superiores, todo lo cual había influido para que se le cambiara la pena original de prisión perpetua por penas que totalizaban 104 años de reclusión".

"La venta era bastante buena -dice Manuel-. Pero llevar la revista a nivel nacional no fue una buena idea. Empezó a irnos mal por los manejos de las distribuidoras y sus demoras con las liquidaciones y además no podíamos apuntar la revista con una campaña publicitaria. Hasta el número 12 seguimos con esa tirada, pero ibamos heridos en el ala".

El número 13 (julio-agosto de 1975) anunció un reportaje a Rita la salvaje y formato más grande. Pero no habría otros números. No obstante, la Cebra pudo despedirse habiendo cumplido sus principios básicos: "no plagiar, rescatar los auténticos valores del humor provincial, no vender opiniones".



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