| domingo, 16 de noviembre de 2003 | Charlas en el Café del Bajo -Ayer nos referíamos a esta sensacional hazaña del hombre: logró crear vida sintética en un laboratorio. Vida primaria, elemental, es cierto, pero es el comienzo de quien sabe qué historia. Tal vez el primer paso hacia niveles de vida más evolucionados. Pasarán años, siglos ¿quién sabe? Pero nació una nueva etapa en la existencia de la humanidad. Especulábamos también ayer, a propósito de esto, con el asombroso hecho de que el hombre alguna vez podría llegar a decir (como el Dios del Génesis, nuestro Dios) "haremos a esta criatura a nuestra imagen y semejanza".
-Así es. Y yo le pregunté: a medida que la ciencia avanza y nos descubre estas cosas. ¿Qué sucede en aquellos que tienen la incertidumbre de saber quién es o quién fue Dios?
-Pregunta temeraria. Si estuviéramos en la España del Santo Oficio acaso el sólo atrevimiento de la interrogación nos llevaría a la hoguera. Pero afortunadamente para el bien de la Iglesia y de la humanidad, Juan Pablo Segundo, "este Papa", puso un hito en la historia del catolicismo: se lamentó porque Giordano Bruno, ese atrevido monje domínico y filósofo, fuera condenado al fuego.
-De todos modos, Inocencio, no creo que fuéramos nosotros enviados a la hoguera si los inquisidores fueran sabios y juzgaran nuestra ponencia con equidad tragando el primer sabor amargo de la pregunta. Veamos por qué. -Le formulo la pregunta nuevamente y ahora desfachatada y directa: ¿Quién fue o es Dios? ¿Acaso un ser mucho más inteligente que el hombre?
-Supongamos que como sospechan ciertos ufólogos (no descartemos que hay muchos chantas en dicho oficio) el hombre no fue sino la creación de un ser o seres superiores. Si tenemos en cuenta que tal obra fue realizada hace cientos de miles de años significa ello que ya por entonces ese ser o esos seres estaban muchísimo más avanzados que el hombre de la actualidad. De manera tal que es imposible imaginar qué grado de evolución y sabiduría han podido desarrollar hasta el presente. En tren de hacer ciencia ficción, podríamos hasta imaginar que lograron la desintegración de las partículas, esto es lisa y llanamente la modificación de la estructura molecular y la carga energética, convertida ella sólo en energía inteligente no visible. ¿No estaríamos pues en presencia de un Dios con suficiente poder para hacer lo que le place con su creación? ¿Con poder de "atar y desatar"?
-Ciertamente.
-Pero un simple razonamiento que parte del sentido común nos indica que como hasta donde sabemos el universo es infinito y eterno, a tal nivel de existencia e inteligencia (creadora del hombre) correspondería otra mayor y así sucesivamente ¿Hasta dónde llegaríamos?
-Pues seguramente a la más elevada de las inteligencias, cuya esencia, sabiduría y propósitos serían imposibles de poder analizar y comprender por parte de una mente finita y limitada como la humana.
-Es decir estaríamos en presencia de ese Dios "altísimo" que implantó la ley universal y sagrada que permitió la creación y la mantiene basada en un principio simple, pero a la vez cada vez más difícil de mantener por parte del hombre: el amor.
-Sí ¿Pero no estaría tan alto, tan alejado de todas las criaturas como para satisfacer sus necesidades especialmente en momentos de dificultades?
-Pues, precisamente por eso estableció leyes y aconsejó mediante diversos métodos y comunicadores (profetas, enviados, religiones, etcétera) la necesidad de respetarlas para lograr en esta existencia sino la felicidad, sí la paz interior. Pero como dicha inteligencia altísima concedió al hombre (y a todas las criaturas inteligentes) el don del libre albedrío, permite que éste edifique su propio destino, puesto que -como "comió del árbol del bien y del mal"- sabe de que se trata cada cosa y tiene capacidad para discernir y trazar el camino que desee andar.
-De lo que se desprende que como dijo el Ungido: "Nadie puede añadir a su estatura un codo", el hombre nunca podrá equipararse a Dios.
-No y fundamentalmente porque sería peligroso para el destino de una parte del universo que ésta estuviera en manos de un ser que no alcanza (no alcanzamos Inocencio) a comprender todavía lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios".
Candi II
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