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 domingo, 16 de noviembre de 2003

Análisis político
La nueva agenda del poder

Mauricio Maronna / La Capital

"No hay gobierno popular. Gobernar es crear descontentos", expresó el literato francés Anatole France en el siglo pasado. Aquí y ahora, el presidente Néstor Kirchner estará comprobando que no hay imagen positiva del 80% que dure más de seis meses, aunque corra con el handicap de no tener oposición a la vista.

Las pústulas que sobreviven en casi todos los estamentos de poder, como lo confesó el propio jefe del Estado, constituyen un desafío para su gestión: si es verdad que llegó para cortar de cuajo con "la vieja Argentina" deberá enfrentar hasta el fin de su administración enemigos cada vez más poderosos y, en urgente paralelo, comenzar a trazar un norte que reavive las desaparecidas estructuras productivas, principal causa del dramático cuadro social que lejos está de dar una tregua.

El presidente mostró desde el mismo momento en que asumió un voraz apetito para terminar con los íconos de la corruptela. Puso manos a la obra y, con la velocidad de un rayo, hizo saltar por la ventana jueces de la Corte, administradores del Pami y jefes policiales. La dinámica aplicada para ejercer el poder parece obligarlo a tener que generar cada semana gestos cargados de espectacularidad para dejar bien en claro quién es el que marca la cancha.

La realidad, que sigue siendo tan difícil de desvestir como una mamushka, le sumó a la agenda cuestiones impensadas. El cacerolazo de hace dos semanas en los barrios porteños y en la zona norte del Gran Buenos Aires provocó en el corazón del poder el mismo ruido que el estallido de un petardo en un monasterio.

Otra vez la maldita policía bonaerense (¿no será hora de hablar ya de la maldita estructura de poder de la provincia de Buenos Aires?) fue el centro de casi todos los reflectores. El tridente Kirchner-Felipe Solá-Eduardo Duhalde tuvo su primer chispazo y, luego de la liberación de Pablo Belluscio, dio señales claras de que se convertirá en la comidilla de cualquier análisis político a la hora de escudriñar el reacomodamiento del peronismo.

"Cada depuración policial implica un problema. Los oficiales con poder que atendían desde los dos lados del mostrador, en el mismo momento en que son relevados pasan a revistar, con armas y logística, exclusivamente desde la ilegalidad", comentó a La Capital un calificado ex funcionario nacional de la Alianza.

En este punto, los futuros gobernantes del Estado santafesino estarán ya al tanto de informes reservados de inteligencia que marcan un desplazamiento del delito hacia la provincia. "Hubo más de tres casos de robo en Rosario y el interior, que ya comienzan a evidenciar este fenómeno. Los límites un tanto difusos entre Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos y Buenos Aires comienzan a ser una carnada para las bandas más pesadas", comentó una irreprochable fuente que deja la Casa Gris el 11 de diciembre.

Otro de los temas que estalló en pleno rostro del poder es el altísimo grado de movilización de grupos piqueteros, un inédito factor de presión que borró del mapa a los devaluados y paquidérmicos caciques gremiales, atornillados en sus sindicatos desde hace décadas.

Pese a haber transformado el despacho presidencial en un estudio fotográfico, por donde pasaron casi todos los piqueblandos y los piqueduros, la profusión de grupos y demandas mantiene en vilo a la Rosada. Los kirchneristas ortodoxos del Grupo Talcahuano presentaron una iniciativa para desprocesar a unos 3.000 "militantes sociales", pero el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, se encargó de tildar como "una aberración" a esa propuesta.

"No queremos criminalizar la protesta social, pero consideramos que es ilegal cortar rutas y calles para efectuar reclamos. ¿Dígame cómo lo resolvemos?", se preguntó en voz alta ante este diario un diputado nacional por Santa Fe, al tanto de que "los porteños son muy progres a la hora de ser encuestados, pero cada vez que los agarra una manifestación piquetera lo primero que hacen es pedir mano dura".

La amputación de las falanges de Pablo Belluscio, la voluntad de D'Elía de defender "a los tiros" en las calles al presidente y la promesa de Castells de "tomar la Casa Rosada" muestran hasta qué punto la Argentina sigue convertida en el paraíso de la desmesura y cuánto costará convertirla en un país normal.

Frente a semejante clima, y al anuncio de una movilización de desocupados, programada para los días 20 y 21 de diciembre, es que el gobierno decidió otorgar por única vez la suma de 50 pesos a quienes cobran planes sociales.

Mientras en la Nación muchos ven al 10 de diciembre como una fecha bisagra para conocer las verdaderas intenciones del gobierno central, en Santa Fe la transición se hace insoportablemente larga.

Carlos Reutemann (como se adelantó en esta columna el domingo pasado) comenzó a sacar de la caja los casi 600 millones de pesos, guardados hasta ahora bajo siete llaves, para tratar de paliar (al menos parcialmente) el drama de las víctimas de las inundaciones, oxigenar con dinero fresco a las escuelas provinciales y ampliar los fondos para otras partidas sociales.

Hasta que llegó el feroz temporal que descargó su furia en el sur santafesino, y el Lole debió salir a repartir chequeras a intendentes y presidentes de comuna. "Si Santa Fe estuviese rodeada por el Atlántico, este año nos agarraba un maremoto", se le escuchó decir al gobernador, mientras observaba silos doblados como una goma en Pavón Arriba.

Apenas Jorge Obeid pise suelo santafesino deberá decidir qué hacer con su designado ministro de Gobierno, Alberto Gianeschi, autor de una gaffe tan sorprendente como desafortunada. Será una magnífica oportunidad para saber si su intención de poner en práctica "otra forma de hacer política" es consecuente en los hechos o si se trató de una vacua promesa de campaña a la que también se llevó el viento.

Las objeciones para que Gianeschi sea confirmado (como parece que sucederá, según lo dicho a La Capital por Julio Barberis, el principal operador de Obeid) no responden a una maquiavélica conspiración para que Reconquista (como acusaron el Obispado y el Colegio de Abogados de esa ciudad) "siga condenada a recibir las sobras de lo que se cocina y se come en el polo Rosario-Santa Fe", sino para que el nuevo mandatario comience su gestión derramando ejemplaridad.

"(En política) llamamos buenas costumbres a las costumbres habituales; malas costumbres, a aquellas a las que no se está acostumbrado". También lo dijo Anatole France.

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