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 domingo, 16 de noviembre de 2003

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Trámites I

Nada más fatigoso en esta vida que tener que hacer trámites y nada representa una ilusión mayor que una vida sin las tramitaciones a las que estamos sometidos. El ideal de sencillez es probablemente uno de los más compartidos por los humanos, aunque lo sencillo no esté en lo más alto de la escala de valores, en un mundo donde la propia escala de valores ha dejado de estar en lo más alto, pues no hay moneda que alcance: a los ricos nunca les alcanza y eso que cada vez son más ricos, a los pobres nunca les alcanza al punto que el fin de mes por lo general es mucho antes del 30 o el 31, ya que sin la moneda mínima la vida es indudablemente más corta.

Buena parte de nuestra vida la consumimos en trámites que hacemos, o que postergamos, y la postergación vendría a ser una de las enfermedades más graves de la existencia, y al mismo tiempo un rasgo específico del humano de quien se espera que sepa esperar y que no caiga en la tentación de postergar. Esperar sin postergar podría ser un eslogan para enarbolar en nombre de la salud mental, ya que quien sabe esperar, sin caer en las redes de la postergación, pero tampoco sin dejarse llevar por la ansiedad de la anticipación, sabría hacer las cosas en tiempo y forma, en el momento preciso y en el lugar apropiado.

Sencillísimo. Nada menos que un sujeto que más o menos siempre sabría qué hacer con su objeto, ya sea el objeto de su amor o el de su realización, o todo a la vez. Sabría fundamentalmente cuándo entrar en el otro, o cuándo dejar que el otro entre, o acaso cuándo entrar o salir juntos de algún lugar o cosa.

La postergación es humana, ya que no es propio de la hormiga x dejar para mañana lo que puede hacer hoy, es decir, no realizar el transporte de temporada de verano, operación destinada a la acumulación para el invierno, y donde la citada hormiga x no puede hacerse la sota. Mucho menos alentar a la patota amiga de las hormigas coloradas proclives a la fiaca a hacer lo mismo, total cuando venga el invierno Dios proveerá. En términos generales los animales hacen lo que tienen que hacer en tiempo y forma, no así los humanos que se dividen en:

u Postergadores crónicos.

u Ansiosos incorregibles.

u Inadecuados totales.

u Adecuados totales, etcétera.


Los primeros padecen y disfrutan de una suerte de adicción al tiempo y una especie de fobia a la realización, que los lleva hacer todo el día siguiente, todos los días. Están en una trampa que me recuerda a un cartel que de chico leía en el almacén de Deyca en mi pueblo (San Jorge): hoy no se fía, mañana sí. El ingenuo vuelve al otro día. La ingenuidad del postergador también. Sin advertir que postergando se posterga. El ansioso vive siempre antes, y si el postergador se olvida de sí mismo, el ansioso se olvida del otro. No soporta ni el tiempo, ni la forma, olvidando simultáneamente, que la vida es un tiempo compartido donde uno tiene que tramitarse un espacio.
A los inadecuados totales no les va, ni el tiempo, ni la forma para hacer las cosas, siempre están detrás de una excepción, ya sea porque no lo hicieron a tiempo, o porque lo hicieron en forma inadecuada. Por último están los que hacen todo en tiempo y forma, en una rutina sin transgresiones y estos son, claro está, los que más se parecen a los animales. Estos tipos sociales básicos no hay que pensarlos dirigidos solamente a los otros, ya que uno mismo puede encarnar uno de ellos en el momento menos pensado, o sea en la mayoría de los momentos.

La vida es un turno entre dos salidas opuestas: primero salimos al mundo y en el final nos salimos del mundo. En todo el recorrido nos la pasamos entrando y saliendo de muchas cosas, siempre y cuando alguna enfermedad no nos deje afuera de todo, encerrado en algún lugar. Saber entrar y saber salir, en tiempo y forma, es un arte no demasiado frecuente en la vida cotidiana. Esto en gran medida depende de nuestro aparato psíquico, que por definición no es sencillo.

En principio dicho aparato tiene una mesa de entradas, que habitualmente conocemos con el nombre de percepción, y una puerta o despacho de salidas, por donde salen las variadas respuestas humanas, siempre y cuando el trámite no haya quedado retenido en la compleja burocracia psíquica. Este es el camino donde se produce la circulación psíquica con recorridos diferentes, en tiempos también diferentes y con resultados más que diferentes.

Hay muchas cosas que nos entran por alguna de las puertas de la percepción (vista, oído, tacto, olfato, gusto) y salen vaya a saber por dónde, tanto que nosotros ni siquiera nos enteramos. Se dice que algo "entró por un oído y salió por el otro". Expresión más que elocuente con la que se expresa que no le prestamos la más mínima consideración, ni atención, a lo que nos dijeron, vimos, oímos, o lo que sea. En cambio las cosas que no entran por un oído y salen por el otro, configuran un expediente. Las cosas existen dentro de un expediente, o no existen, porque es el único modo de que el sujeto en cuestión tome conocimiento, que es el primer paso de la administración psíquica para saber qué hacer.

Entre un extremo y otro del aparato psíquico hay tanto trámite que el humano no es mucho de lo que puede tomar conocimiento, es decir conciencia. Más bien tiene que admitir todo el desconocimiento que tiene de su propia cabeza. Bien mirado no está nada mal. Saber que hay movimientos y fuerzas inconscientes ayuda a vivir, porque es reconocer que la vida no está en nuestras manos. Eso es cuestión de Dios o de lo que sea. Nosotros, ya tenemos bastante con tratar de tener las riendas de la existencia. Los trámites continúan en el próximo artículo...

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