| domingo, 16 de noviembre de 2003 | Lecturas "Cosmópolis": La novela de la paranoia contemporánea Sobre la sátira y la metáfora en una historia de Don DeLillo Carlos Roberto Morán / La Capital "Nunca planeo el destino de mis personajes, ellos se lo buscan solos", afirma el norteamericano Don DeLillo, uno de los escritores más solicitados de los últimos años, el autor de "Cosmópolis", sátira y metáfora de nuestro tiempo desangelado.
"Se la buscan solos", como ocurre con el megamillonario Eric Packer, hijo dilecto de las punto com, quien decide en la monstruosa New York "ir a cortarse el pelo", cuando despunta la mañana en la tumultuosa ciudad-ombligo del mundo. Estamos en los finales de los 90, el mundo empieza a cambiar y a enfermarse de nuevas enfermedades, aún no han caído las Torres Gemelas pero ya se vislumbra la debacle del orden hasta ese momento instituido, especialmente la del orbe financiero del que Packer es uno de sus más cabales representantes.
Para el "simple" corte de pelo a quienes conducen y custodian la limusina en la que se desplaza Eric, con piso de mármol, multiplicidad de pantallas de última generación y cuadros de precios siderales, les espera una ardua tarea, dado que deberán que afrontar otra "simplicidad": atravesar la ciudad de punta a punta, vale decir ir desde el este corazón de Wall Street, las joyerías y las Naciones Unidas hasta el oeste desvencijado, abandonado, donde la única manera de salir de noche es con un arma en la mano.
Ir "a cortarse el pelo" devela desde el inicio la gratuidad de la vida y de los actos de Eric. Quiere cortarse el cabello en la peluquería de antaño, a la que también iba su padre pobre. Esa actitud infantil, que aparece en el arranque mismo de la novela revela con nitidez la intención del autor de "Libra", hablar de la falta de densidad que caracteriza a la posmodernidad, el estado de cosas en la que está inserta gran parte de la humanidad.
La novela con su exposición satírica busca además irritar, molestar con las acciones y actitudes del antihéroe que es Eric, hijo de la riqueza irracional, quien desde su limusina en la que parece contenerse, "dirige" (o parece que lo hace) el mundo. De modo que dinero, relaciones humanas, sexo, vida o muerte, son temas o cuestiones expuestos con relativa liviandad. Así, en un momento de la historia, un determinado personaje ejecuta a otro de un tiro, casi por accidente, en todo caso no por premeditación. Perturbados por el hecho que han visto unos chicos que se encuentran en las inmediaciones detienen su juego de pelota. Entonces, narra De Lillo, el homicida "les hizo como si tal cosa un gesto con la mano, indicándoles que continuaran. No había ocurrido tampoco nada tan cargado de sentido como para que suspendieran el juego".
La novela, comenta DeLillo, transcurre el mismo día en que se hundió el Nasdaq. Eric vive el derrumbe de su imperio a medida que avanza con una limusina que sufre toda clase de tropelías y su viaje que, es El Viaje (del conocimiento, de la entidad), mientras que a Nueva York, nervio del mundo, se la exhibe como una pura convulsión.
El avance del vehículo es lento, más bien lentísimo, porque a cada momento se producen embotellamientos (o atascos, si nos guiamos por la traducción española), tanto sea por la presencia del presidente norteamericano en la Gran Manzana como porque se produce alguna inesperada acción globalofólica, o porque un circense cortejo fúnebre atraviesa la ciudad llorando a un ídolo del rap recién fallecido. De manera que Eric sube y baja de la limusina, tiene diversas relaciones eróticas dentro o fuera del vehículo, especula en forma constante porque en el enorme coche está permanentemente conectado con las Bolsas del mundo, y a medida que vive los distintos episodios va degradándose, como si esa fuera la única vía posible de conocimiento.
"Justo cuando puse punto final a la novela -comentó DeLillo en un reportaje-, se produjeron los ataques del 11-S. Tras una larga pausa, decidí no tocar ni una coma. No era necesario. Vivimos en el colapso".
Esa es la idea que transmite "Cosmópolis", novela que no parece poder detenerse hasta llegar al punto final, que no es apocalíptico dado que el Apocalipsis ha sido la metáfora íntegra del relato, aunque sí supone para Eric el ingreso a la entropía.
Pese a todo lo expresado, a la novela de DeLillo, expresión de la angustia y la paranoia, le falta la emoción que consiguen otros autores de su país y que, en diversos registros, hablan de esa misma desintegración. Pensamos en Paul Auster (a quien le dedica el libro), en Richard Ford, en el inacabable Raymond Carver. Opinión subjetiva, sin duda, pero que se corresponde con la gran subjetividad que emana de este arduo texto. enviar nota por e-mail | | |