| viernes, 14 de noviembre de 2003 | La experiencia campera hizo que los baqueanos previeran una tormenta de las "bravas" La gente del campo, acostumbrada a semblantear el cielo, el martes pasado recibió el atardecer con bastante intranquilidad. Sobraban los signos para presagiar que se iba a desatar una tormenta de las bravas.
Los más previsores guardaron vehículos y herramientas, muchos volvieron a sus hogares más temprano que de costumbre, algunos desistieron de salir a la ruta. Pero todo resultó poco a la hora de la verdad. El temporal llegó con forma de tornado y pudo con estructuras sólidas, mamposterías, troncos añosos; los camiones parecían parte de una maqueta y los techos de chapa sin responder a la ley de la gravedad. Todo voló por el aire en una maraña de cables y postes retorcidos.
Curiosamente, las ráfagas huracanadas corrieron paralelas al tramo de la ruta nacional 33 que arranca desde Villada al cruce con Bigand, a la ruta 178 que une esta localidad con Chabás y a los primeros sesenta kilómetros de la ruta 14, contados desde Rosario.
Las cuadrillas trabajaron para desmontar el escenario desolador que dejó la tormenta. Los presidentes comunales de las localidades afectadas mostraron una y otra vez su desazón y la esperanza de recibir ayuda desde el gobierno para poder hacer frente a las pérdidas causadas por el meteoro que todos alcanzaron a pronosticar.
Villada, Arminda, Pueblo Muñoz, Villa Mugueta, Bigand y Los Quirquinchos, fueron algunos de los escenarios de la pesadilla. Muchos tuvieron que enfrentar la fuerza del viento sosteniendo puertas y ventanas con el hombro y las manos. Otros, en medio de la desesperación, fueron retrocediendo hacia los lugares que quedaban en pie. Para otros un baño fue un buen refugio para arrinconarse, aturdidos por la furia de las ráfagas y los truenos.
Sin luz, los relámpagos se convirtieron en fugaces puntos de referencia que dejaban ver las primeras secuencias del desastre. Cuando todo dejó de sacudirse, el marco cotidiano estaba totalmente irreconocible.
Calma chicha José Luis Roca, un productor rural del norte del distrito de Bigand, narró el momento justo en que el tornado llegó a su campo. "Se hizo un vacío, dejó de escucharse el viento, hubo una calma repentina como si algo faltara y de golpe se sintió un estampido", comentó todavía conmocionado.
"En ese momento estaba con mi esposa María Isabel y mis hijos María José y Manuel, de 12 y 14 años. Nos quedamos callados, habrá durado unos minutos, cuando salí vi la camioneta debajo de una planta y la torre de radio aficionado en el suelo", describió.
Pero eso era sólo el principio. Después salió con el tractor a buscar al hijo de una vecina a quien la tormenta sorprendió en el camino y que alcanzó a refugiarse en un campo vecino. En ese trayecto, descubrió que no había un galpón en pie, que los molinos estaban rotos y retorcidos y que el viento se había llevado el techo de la escuelita Nº 152 en el campo La Celia. enviar nota por e-mail | | |