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 miércoles, 05 de noviembre de 2003

Moralidad a lo que nos conviene

A veces quiero creer que los supuestos moralistas conocen al menos la terminología de esta palabra. A veces pienso que nosotros, los seres humanos, no poseemos sentimientos negativos, como el odio y la envidia, pero aunque los neguemos ellos están presentes en nuestros ojos y labios. A veces me pregunto, ¿adónde vamos a parar con ese monstruo maldito que se llama vanidad y que saca de nosotros las peores porquerías? Tal vez con mis cortos 16 años no logro saber nada de la vida, pero lo que alcanzo a ver a mi alrededor me basta y me sobra para darme cuenta de que el mundo es una conjunción de sistemas heterogéneos que forman una malsana sociedad a la que sólo le interesa vivir sin pensar en el otro. Con esto no deseo argumentar sobre política, porque como a mucha gente le pasa, ya me da asco el gobierno corrupto que tenemos, con esos legisladores baratos a los que les gusta vender su alma por unos cuantos papelitos verdes. Tampoco quiero hacer hincapié sobre la sociedad que nos rodea, ya que no tendría palabras para describir su inmundo chiquero vicioso. Deseo hablar sobre la moral, esa palabra ya olvidada por unos cuantos que vendieron su dignidad, si es que la tuvieron alguna vez, por un pancho y una gaseosa, pero todavía es recordada por unos pocos. Yo me pregunto ¿tenemos moral los argentinos?, ¿hacemos caso a las reglas impuestas por esta palabra, o sólo intentamos vender a nuestro prójimo un estúpido mundo, al que pintamos con esas letras? Cuánta hipocresía junta nos rodea, cuánta mediocridad sembramos; pero claro, como donamos esas moneditas a un chico que se está muriendo de cáncer de pulmón, o damos alguna limosna a esas criaturas que limpian los vidrios de los autos, somos morales ¿no?; claro que no, somos un conjunto de malditos simuladores, que nos apodamos morales porque no decimos que a ese chico que está en las últimas las monedas dadas son el vuelto de un paquete de cigarrillos. De qué moralidad me hablan, si ella existiese la televisión hubiese muerto hace años, las "malas palabras" jamás se pronunciarían, las casas de revistas pornográficas estarían en quiebra, como tantas otras cosas. Con esto no critico a la TV, porque como adolescente que soy la vivo, la respiro y la siento; tampoco a las malas palabras, porque de alguna forma ellas constituyen el mundo en el que estamos, ni ninguna otra cosa. Pero basta de llenarnos la boca con una moral inexistente, basta de ser un conjunto de hipócritas. Por favor si queremos mejorar hagámoslo, pero antes mirémonos al espejo y después argumentemos. Porque no hay nada mejor para el ser humano que hacerse una autocrítica de su propia conciencia.

Andrea Silamara Carboni,

Pueblo Esther



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