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 domingo, 26 de octubre de 2003

[Lecturas]
La recurrencia a lo obtuso y sobrenatural
Ensayo. "Marvin". Gustavo Nielsen, Editorial Alfaguara, Buenos Aires, 2003, 191 páginas

José L. Cavazza / La Capital

Siete cuentos y un puñado de personajes que asoman como sombras huecas y que terminan convirtiéndose en monstruos o víctimas de otras sombras, de otros seres también disimulados en apariencias inofensivas. Así podría decir el boceto inicial de "Marvin" el libro de relatos del escritor argentino y también arquitecto Gustavo Nielsen.

Con "Playa quemada" (1994), su primer volumen de cuentos, Nielsen comenzó a bosquejar un horizonte distinto al que le deparaban las reglas T, lápices y compases. El libro ganó el Primer Premio de la Bienal de Arte Joven de 1989. Luego, sus novelas "La flor azteca" y "El amor enfermo", fueron finalistas del premio Planeta. Por su parte, "Marvin" recibió la consagración con el segundo premio del Fondo Nacional de las Artes en 2001, dos años antes de su publicación.

¿Qué tienen de atrapantes las breves historias de "Marvin"? Si parecen historias pueriles, ligeras de cuerpo y alma, que se desarrollan en lugares despojados de gravedad: un zoológico, una escuela rural, un geriátrico, una playa solitaria, un campo de papas y un comedor a la vera de la carretera. Nada extraordinario. ¿Qué provoca el interés de los relatos? La narración aparentemente no. Sobria, sin sobresaltos, aunque algo detrás de los trazos de palabras se vislumbra: la sobriedad es la cáscara con un laconismo despojado que sólo es puro camuflaje.

No hay que ser tan perspicaz para descubrir tensiones agazapadas, atmósferas densas, desenlaces siniestros. Algunos seres malignos con piel de ángeles, como la anciana asesina serial de niños bajo la apariencia de tierna abuelita en "Debajo de la almohada", o la atmósfera insoportable de "A Wilmo lo dejó su mujer" o terrorífica de "En la carretera" o lo fantástico en el descubrimiento de un viajero en "En la carretera".

Lo que sorprende en la escritura de Nielsen no es el desenlace trágico, negro o sobrenatural en los mejores relatos del libro, sino que la consumación deriva de historias que podrían provocar simpatía. La mirada turbia de Nielsen sobre rincones cotidianos y fútiles es lo que provoca pavor. Los límites de cada uno de los estos siete ámbitos en que se desarrollan los relatos son desbordados por el tono y el clima que logra el escritor-arquitecto.

Entre ellos se encuentra "Las primeras cincuenta mascotas de la tierra", una historia sobre cultivadores de papas que deriva hacia lo sobrenatural. En la misma línea fantástica se inscribe "En la ruta", una tenebrosa historia de pájaros, simetrías y anacronismos que fue incluida en una reciente compilación sobre el terror argentino, a cargo de E. Gandolfo y E. Hojman (2002). En otros relatos, sin embargo, la historia pierde fuerza porque Nielsen apuesta a lugares comunes y argumentos algo trilladas del género fantástico y de terror. Sobre todo cuando remiten a estructuras propias de escritores como Julio Cortázar ("Cinta de Moebius") o a Borges (los malevos fantasmales de "Las primeras cincuenta mascotas de la Tierra").

"A Wilmo lo dejó la mujer" es un relato hermosísimo. Carga el aura melancólico de Onetti. Un hombre se encuentra en un motel de un solitario balneario uruguayo. Allí espera a Juana, su mujer. Mientras tanto, el perfil de los personajes se vuelve más complejo y los espacios más viscosos. Obviamente, Juana es un personaje que nunca termina de definirse o que sólo se contornea a través de la ausencia o de la melancolía del hombre. También hay una mujer que juega entre la simpleza y el misterio, su marido moribundo y de un pasado tenebroso y el típico pueblo chico infierno grande. Todos tan necesarios como inevitablemente nimios, en fin, seres volátiles y de una docilidad altamente detonante. Como la mayoría de los personajes de Nielsen.



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