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 domingo, 26 de octubre de 2003

[Nota de tapa] Guerras del alma
Las mil y una formas del desprecio hacia el otro
Aquí se adelantan el primer capitulo y otros fragmentos de "Las redes del odio", el ultimo libro de Marcos Aguinis que la editorial Planeta publicara próximamente

Marcos Aguinis

¿Tiene la destrucción un firme asiento en el alma? Parece que sí, aunque nos duela aceptarlo. Procede de los instintos agresivos, que usan al odio, manifiesto o disimulado, como su mejor excusa. Los informes de la experiencia y de las obras de ficción -que disecan nuestros fantasmas- dan cuenta de su presencia y de su poder. Tanto la psicología como la antropología acumularon pruebas: en el hombre habitan pulsiones destructivas tan intensas que incluso pueden superar a las de otros seres vivos. El hombre puede ser más cruel que los lobos. Ahora somos capaces no sólo de poner en riesgo la especie, sino el mismo planeta. Los arsenales atómicos acumulados en diversos países podrían hacer estallar cien veces la Tierra y convertirla en un polvo intrascendente, disperso sin excusas ni memoria entre las galaxias asombradas. Durante la Guerra Fría existía una polarización de fuerzas que mantenía la estabilidad, y había incluso códigos entre las superpotencias para evitar que un error terminase en catástrofe. Pero ahora que esas armas pueden caer en manos de grupos místicos asesinos que esperan ser premiados en la otra vida por exterminar la existente, se ha instalado un riesgo sin parangón. Los impulsos homicidas existen. Su control o sublimación constituye un desafío en el que se deben poner las mejores energías del hombre. La parte cuerda de la humanidad no puede perder tiempo ni confundir el origen del peor peligro.

Contra el impulso destructivo gravita el vital, claro. Es el que intenta balancearlo. Este impulso vital, apegado a la existencia, desarrolla una labor de cíclopes para frenar a su enemigo permanente. Actúa como el equipo de bomberos que combate los incendios desatados por la violencia: a veces parece lento, torpe y hasta patético; otras brinda una extraordinaria ejemplaridad. El impulso vital prevalece en aquellos que sienten y brindan amor, que transitan la existencia con más armonías que disonancias, o que se esmeran para que sea así.

Es lamentable que las iniciativas sean en general disparadas primero desde el aspecto destructivo, tanático. Históricamente, al principio se mató, luego vino el mandamiento de "No matarás"; se violaron los derechos humanos y luego nacieron las organizaciones que se aplican a defenderlos. Tomemos el caso de las guerras mundiales, cuya cercanía no nos permite ignorar su montaña alucinante de horror. Sin embargo, esa maldad ha generado beneficios en el campo de la medicina, los transportes, la física, las comunicaciones, las leyes, incluso la energía nuclear, que primero se utilizó para bombardear Hiroshima y Nagasaki y luego se encaminó hacia fines industriales y terapéuticos. Recuerdo que mientras estudiaba medicina y me enteraba de algunos progresos obtenidos por causa de esas catástrofes, sentía vergüenza. Era como aprovechar algo mal habido. Me resistía a reconocer que esos descubrimientos podían deberse a algo tan perverso como una conflagración. Tendía a pensar que el bien y el mal no marchan juntos, no se tocan siquiera. Pero estaba equivocado: a menudo se mezclan y logran confundir al más pintado. Lo grave es que la comedia de equívocos que desatan tironea casi siempre hacia los finales trágicos. Sólo hablar del bien y el mal ya es peligroso, porque el pensamiento suele deslizarse hacia las versiones maniqueístas, dogmáticas. Tantas veces se desea servir al bien haciendo mal, tantas veces se hace mal y ayuda al bien. Tiemblo al escribir estas líneas resbalosas. "Pero no creer en el Diablo o lo que representa -dijo el agnóstico André Gide- es darle todas las oportunidades."

Sigmund Freud modificó su primera teoría de los instintos al no poder esquivar la evidencia del binomio Eros-Tánatos. No le fue fácil dar tan riesgoso paso, pero lo hizo en una serie de publicaciones con variados argumentos. En síntesis, afirmó que las pulsiones humanas pueden reunirse en dos clases: aquellas que quieren conservar y reunir -las llamó "eróticas" en el sentido que tiene Eros en El banquete de Platón- y aquellas que quieren destruir y matar. Eros une y estimula la vida, Tánatos desune y favorece la muerte. Esa oposición conceptualiza en otros niveles el conocido antagonismo entre amor y odio. Sería algo análogo a la polaridad física entre atracción y repulsión. Cada una de estas pulsiones es indispensable, porque de las acciones conjugadas y contrarias de ambas nacen los fenómenos de la vida. Parece que nunca una pulsión perteneciente a una de estas dos clases puede actuar en forma solitaria, con total asepsia: siempre la contamina un monto de la opuesta que a veces modifica su meta final y otras, paradójicamente, contribuye a que la alcance. La pulsión de autoconservación, por ejemplo, que es de naturaleza erótica, necesita de cierta agresión para conseguir su propósito (el masticar es agresivo). De igual modo, la pulsión de amor también requiere un complemento diferente -la pulsión de apoderamiento- si es que ha de conseguir su objeto. Durante mucho tiempo, la dificultad de aislar ambas variedades hizo que fuese complicado discernirlas. No se puede negar, entonces, que en el ser humano anida el placer de agredir y destruir, y que a menudo este placer recurre a pulsiones eróticas para su satisfacción.

Muchas veces, cuando nos enteramos de los hechos crueles de la historia, se tiene la impresión de que sólo sirvieron de pretexto para las apetencias destructivas. Aunque nos resulte antipático reconocerlo, el afán de destrucción trabaja sin cesar en todo ser vivo y se afana por producir su descomposición, por reducir la vida al estado de materia inanimada.

Los seres humanos se vienen asesinando desde las brumas prehistóricas. La Biblia narra el primer fratricidio en el amanecer de la especie, convertido de inmediato en símbolo de los que vendrían después. Implicó de manera tácita también un parricidio: la rebelión de Caín siguió al odio que le produjo advertir que Dios prefería a su hermano Abel. Dios, el padre, fue aborrecido por dar un privilegio injusto a uno de sus hijos, pero ni Caín ni nadie en el futuro se atrevió a reconocerlo. Hasta el día de hoy nos encontramos con hermanos que se odian, y que acusan al otro de tener privilegios indebidos, pero en realidad la culpa no la tiene el hermano favorecido, sino los padres que faltaron a la ecuanimidad (o la percepción distorsionada del hijo-víctima). Parricidios, fratricidios y filicidios son un lugar común del devenir. La supervivencia de la especie fue un triple milagro: haber vencido la hostilidad de la naturaleza, haber superado las debilidades físicas y haber fallado los seres humanos -esto es lo más notable- en su ansia de exterminarse unos a otros.

¿Proporciona beneficios la posición desventajosa de Eros? Es una buena pregunta. Sí, considero que la desventaja le proporciona a Eros un gran beneficio. Forzó al hombre a desarrollar la cultura. Gracias a su posición frágil, Eros convirtió su aventura en epopeya. Los seres humanos hubiéramos carecido de méritos si en nuestro interior no habitase el salvaje violento que necesitamos combatir. Tánatos es un insaciable monstruo que nos obliga a mantener alerta, siempre activo, nuestro impuso vital. Inclusive para transformar las sanguinarias tentaciones en actividades socialmente válidas como el arte, el deporte, la investigación, la filosofía.

A lo largo de este libro recorreremos el electrizado dédalo del odio. Miraremos su facetas como a un poliedro lleno de trampas. Por eso recorreremos manantiales y eferentes vinculados con su energía. Averiguaremos qué es la venganza, describiremos la tirria fraternal, exploraremos el misterioso y universal poder del sacrificio, haremos una breve parada en la estación de los genocidas, pondremos insolente luz en las tinieblas de odio que generan los integrismos, trataremos de entender las guerras, disecaremos el corazón del antisemitismo, que es el modelo más antiguo y arraigado de odio contra un grupo humano. Por fin, nos referiremos a los antídotos, que no podrán entenderse sin los sacudones que nos producirá el accidentado viaje.



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El autor plantea los ejemplosm del desamor.

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