 | lunes, 20 de octubre de 2003 | El clásico. El regalo para mamá La gente ayudó para disfrutar de una fiesta en paz Luis Castro / Ovación Cuando se quiere, se puede. El clásico terminó como siempre debería ocurrir, en paz. La colaboración de la gente fue fundamental para que el espectáculo que se llevó a cabo en el Coloso se pudiera disfrutar sin disturbios. Y para que el Día de la Madre finalizara de la mejor manera, sin lamentar nada. El operativo desplegado arrojó un resultado positivo. Sólo se debieron detener a cuatro personas y hubo tres lesionados en la tribuna de Central (ver aparte).
Días atrás el comisario mayor Luis Pogliese, a cargo del operativo, había reflexionado que el mejor regalo para las madres en su día era comportarse bien en la cancha. Y ayer por la noche en diálogo con Ovacion se mostró satisfecho porque "lo pudimos concretar gracias a la colaboración de la gente".
Uno de los puntos criticables a los encargados de la seguridad es la discriminación que se produce al permitirle a los barras (con los que muchas veces deben pactar) ingresar con banderas de mayor tamaño a las exigidas, algo que no sucede con el simpatizante común que paga su entrada y concurre a alentar a su equipo. Alguna vez se debería ser más justos.
Cantando llegaron. Desde bien temprano los hinchas fueron arribando al Coloso cantando e ilusionados con sus equipos. De manera ordenada y respetando las órdenes de los 1.500 agentes distribuidos en todo el Parque. Y accediendo sin problemas a los tres cacheos que se realizaron antes de que ingresaran al lugar. "Esta vez la gente acató las disposiciones policiales y sólo se produjeron algunas detenciones por resistencia y hurto", analizó Pogliese.
Los barras colaboraron. Tanto los de Newell's como los Central colaboraron para que nadie se encargara de arruinar la fiesta. Incluso, los barras de Arroyito, que concurrieron con un escribano para constatar el buen comportamiento (algo inusual y, además, es una obligación actuar civilizadamente), ordenaron el acceso al estadio para ayudar con la labor de los agentes.
Un puñado de imbéciles. Sólo unos treinta estúpidos tomaron protagonismo antes de que Horacio Elizondo hiciera sonar el silbato para permitir que la pelota comenzara a rodar en el espectacular campo de juego rojinegro. Hubo que aguardar diez minutos para que estos muchachos se dignaran a acatar la orden que partía de los altavoces (había directivas para bajarlos con agua y después detenerlos). Por suerte, entraron en razón y permitieron que las casi 37.000 almas presentes en la cancha pudieran gozar y sufrir con el encuentro.
Rápido y efectivo. Con el empate sellado la parcialidad visitante se retiró en primer término del Coloso, tal cual estaba establecido previamente. Lo hizo de manera rápida y sin protagonizar ningún disturbio. Lo mismo ocurrió a posteriori con los hinchas leprosos, que se fueron con cierta amargura porque estaban ansiosos con poder festejar una victoria.
La ciudad palpitó y se paralizó con el clásico. Los hinchas mostraron sus corazones pintados de diferentes colores pero estuvieron unidos a una misma pasión: el fútbol. Gozaron con él como deber ser, sin provocar incidentes. Y eso es una buena noticia. Se desconcentraron tranquilos No más a la violencia, un mensaje de Dios Felicidades mamá. enviar nota por e-mail | | Fotos | | Algunos pocos demoraron el inicio del juego. | | |