 | lunes, 29 de septiembre de 2003 | "Para no ser un recuerdo hay que ser un re-loco" Federico Manuel Peralta Ramos, entre el Di Tella y Mau Mau El Mamba de Buenos Aires realiza una retrospectiva del artista que se hizo popular por el programa de Tato Bores Fernando Farina / La Capital Federico Manuel Peralta Ramos (Mar del Plata, 1939-Buenos Aires 1992) se hizo popular por las aparentes excentricidades televisivas en el programa de Tato Bores, como utilizar un subibaja para explicar los vaivenes de la Bolsa, improvisar canciones anunciando que también era cantor o anticipar con una voz grave: "Hoy quiero diagnosticar que se aproxima el fin de hoy".
Fuera de la televisión, sus acciones fueron igualmente polémicas: decidió serruchar un gigantesco cuadro al ver que no pasaba por la puerta de una galería, gastó la beca que le dio la Fundación Guggenheim en un banquete en el Alvear y lo justificó diciendo que Leonardo la pintó y él la dio, y compró un toro en un remate de la Rural sin tener un peso, por lo que terminó internado en un psiquiátrico para salvarse de un posible juicio.
Por si alguien dudaba de que esto es arte, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (Mamba) acaba de inaugurar una muestra retrospectiva, curada por Clelia Taricco, que reúne lo que queda de su obra: fotos, unas pocas pinturas, manifiestos, textos y, por supuesto, su paso por el programa de Tato.
Si en los 60 hubo quienes igualaron arte y vida, se podría decir que el caso de Peralta Ramos es único: no sólo no distinguió el arte de la vida sino que hizo una religión del hacer lo que uno tiene ganas (ver aparte). Tataranieto del fundador de Mar del Plata, perteneciente a una familia de abolengo, nunca pareció hacerse demasiado problema por ser un mantenido por su padre, vivir en los bares y pasar las noches en los boliches.
Un niño bien Federico cumplió desde chico el mandato de una familia de la más rancia aristocracia criolla, pero al comenzar a estudiar arquitectura todo cambió. El arte festivo y la vida nocturna lo llevaron a convertirse en uno de los chicos terribles de los 60. Desde entonces hizo arte a través de gestos y acciones, poca importancia parecen tener en sí otras obras que hizo, como las pinturas matéricas. Un ejemplo da cuenta de este hecho: en 1964 expuso en Witcomb unos cuadros de enormes dimensiones, tan grandes que hay llegar a la puerta de la galería se dio cuenta que no pasaban. La solución fue simple: tomó un serrucho y los cortó por la mitad.
Un año después otra acción hizo fijar el interés en él cuando participó del Premio Nacional del Instituto Di Tella, aunque no tenía demasiada relación con la entidad. En la ocasión, presentó "Nosotros afuera", un gigantesco huevo, que terminó a los apurones minutos antes de la inauguración. Pero esto no fue así. Según los diarios de la época, "en menos de treinta minutos frente al alelado jurado, el huevo comenzó a temblar y a estremecerse... luego comenzaron a estallar placas amarillento-verdosas... La obra tuvo su fin, cuando un día después el artista destruyó el huevo con un pico.
Otro de los gestos muy conocidos fue cuando en 1967, siguiendo un "impulso irrefrenable", compró un toro reservado gran campeón -que es superior al gran campeón porque todavía no ha llegado a su máximo rendimiento- en la exposición de la Sociedad Rural. La compra no hubiera sido una noticia si no fuera porque no tenía un peso. "Yo lo quería exponer como arte vivo en el Hall del Di Tella junto a un auto fórmula 3, una montaña de dinero y un caballo pura sangre. Fui al Fondo Nacional de las Artes a gestionar un crédito para pagarlo, pero me lo negaron". Finalmente su hermano anuló la compra alegando demencia. Pero la historia no terminó aquí. Ante el temor de enfrentar un juicio, Federico tuvo que aceptar pasar cuatro meses internado en un psiquiátrico.
Enseñar a los norteamericanos Entre las acciones, otra muy recordada es cuando utilizó el dinero que le otorgó la beca Guggenheim en 1968 para dar una cena en el Alvear para sus amigos. "Leonardo pintó La Ultima Cena, yo la di", anunció. Los norteamericanos se indignaron ante el hecho y exigieron que devolviera el dinero, pero la respuesta en forma de carta de Peralta Ramos no se hizo esperar: "...que una organización de un país que ha llegado a la Luna tenga la limitación de no comprender y valorizar la invención y la gran creación que ha sido la forma en que yo gasté el dinero de la beca, me sumerge en un mundo de desconcierto y asombro. Devolver los tres mil dólares que ustedes me piden sería no creer en mi actitud, por lo tanto he decidido no devolverlos. Esperando que estas líneas sean interpretadas con temperamento artístico, saludo a ustedes muy atentamente". La carta, que hoy cuelga enmarcada en las oficinas de la Fundación, logró que la entidad cambiara su actitud con respecto a la beca y nunca más pidiera rendición de cuentas por el uso del dinero. enviar nota por e-mail | | Fotos |  | Rompiendo un huevo en el Di Tella. | | |