Año CXXXVI Nº 49978
Política
La Ciudad
Información Gral
Opinión
La Región
El Mundo
Policiales
Cartas de lectores


suplementos
Ovación
Escenario
Economía
Señales
Mujer
Turismo


suplementos
ediciones anteriores
Educación 27/09
Campo 27/09
Salud 24/09
Autos 24/09


contacto

servicios

Institucional

 domingo, 28 de septiembre de 2003

Crónica y entretelones de un empleo que se vuelve cada vez más peligroso
La aventura de ser taxista, trabajar toda la noche y vivir para contarla
La Capital recorrió las calles y compartió con un chofer temores y experiencias durante una madrugada

Diego Veiga / La Capital

Manuel baja la banderita del taxi e instintivamente apoya su mano izquierda en la palanca que abre la puerta. Maneja con una sola mano en el volante desde hace un tiempo, cuando se cansó de los asaltos y perfeccionó una técnica para tirarse del auto cada vez que lo "aprietan". Ante la mínima sospecha de que un pasajero intentará robarle, disminuirá la velocidad y directamente se bajará de su Peugeot con un rápido movimiento. "Ya lo hice varias veces. Generalmente se asustan y se bajan. Prefiero tener que arreglar después algún farol y no sentir el caño del revólver en mi cintura", admite mientras dirige el vehículo hacia el corazón de la zona sur.

La Capital viajó por la ciudad junto a Manuel durante toda la madrugada de ayer y se adentró en un submundo lleno de códigos y secretos. Un ámbito que cada día recorren cientos de taxistas que se exponen a un peligro latente y frecuente. Robos, insultos y una interminable catarata de historias que se suceden con cada pasajero que los aborda.

Hace 40 minutos que empezó el sábado y el Peugeot 504 ya hizo algunos viajes. Una adolescente que se bajó en un bar donde la esperaban sus amigas, un flaco que volvió de la casa de su novia y una señora que regresó de una reunión familiar.

Manuel toma el volante con la mano derecha y empieza a contar las historias que vivió a lo largo de sus 35 años de taxista. Asegura que en su espalda tiene cicatrices de puntazos que le dieron para llevarse "algunas chirolas" y repasa uno a uno los 16 asaltos que sufrió arriba del auto.

"Antes era distinto", dice, mientras se acomoda en el respaldo con colores de leopardo. "Te robaban pero sin violencia, ahora te pegan y te insultan. Los ladrones están muy para adelante y son capaces de hacer cualquier cosa", asegura.

El 504 toma por Grandoli. Unos metros adelante otro tachero ignora las señas que le hace una parejita y opta por no parar. "Eso es típico", dice Manuel. "A esta hora empezás a desconfiar de todo el mundo y más de las parejitas". Precisamente esa es una de las modalidades que los delincuentes utilizan para asaltar los taxis.

"Generalmente te hace señas la chica, pero inmediatamente aparece algún flaco y suben los dos. El hombre casi siempre se sienta atrás del conductor y ahí es donde empezás a rezar", admite Manuel.

A partir de ese momento, el viaje se tornará interminable. "Los empezás a charlar y pensás en mil cosas a la vez", cuenta el taxista mientras recuerda sus tiradas del auto en movimiento para evitar asaltos.


Calles peligrosas
Sábado, 2.30 de la mañana. El taxi avanza por Ayacucho y dobla a la derecha unas cuadras antes de Batlle y Ordóñez. "Esta es una zona muy difícil", alcanza a decir Manuel justo antes de que la voz amplificada del policía corte el silencio de la noche. El patrullero está justo detrás del Peugeot. El oficial advirtió "algo extraño" en el taxi y lo detuvo. Unos minutos después el episodio está aclarado y Manuel continúa con su trabajo. "Ahora están más atentos, lástima que tuvo que morir un muchacho...", dice por lo bajo.

La madrugada avanza cada vez más y el Peugeot se introduce en El Mangrullo. La calle está oscura y el camino no tiene salida. "Si acá te quedás dos minutos, enseguida te rodean", dice el taxista mientras un grupo de muchachos mira extrañado el movimiento del auto. "Yo sé que acá vive gente de laburo, pero lamentablemente son muy pocos los tacheros que se animan a entrar", cuenta.

Para él, la zona más peligrosa por excelencia del sur rosarino está en Roullión y bulevar Seguí; pero el peligro también está presente en Grandoli y Gutiérrez y en el barrio Las Flores. Por eso, aunque muy pocos los admiten a viva voz, los taxistas están en su mayoría armados.

Los turnos de los choferes generalmente son de doce horas, por lo que quienes trabajan a la noche se suben al auto a las 18 y se bajan a las 6 de la mañana.

"Los fines de semana hay un parate tipo 2 de la madrugada, entonces aprovechamos y nos juntamos todos en un bar a pasar algunas horas", dice Manuel. Después del café, el periplo lo lleva hasta la puerta de algún boliche en búsqueda de un viaje seguro.

La madrugada amenaza con terminar cuando las chicas le hacen señas. Son dos, tienen unos 16 años y las acompaña un amigo que no para de contar un trauma que arrastra de chico, cuando su madre le compraba zapatillas celestes. Primero dudan en subir, porque no es común ver a dos hombres en el asiento delantero de un taxi, pero un rato más tarde se ponen a cantar y a recordar anécdotas del boliche.

"Acá escuchás de todo", dice Manuel, al tiempo que evoca algunas historias de pasajeros pasados. Como esa vez que una mujer lo hizo seguir a su marido "hasta el telo" o un travesti que no dudó en desplegar alguna sustancia en el asiento para "entonarse" antes de llegar a destino.

"La verdad es que me gusta ser taxista", dice, pero admite que "ahora los tiempos están más difíciles. Cuando te vas de tu casa a laburar nunca pensás que te puede pasar algo malo. Ese pensamiento recién arranca cuando se te subió alguno con cara de pocos amigos que te pide que lo lleves a alguna zona alejada".

Y cada noche, Manuel vuelve a manejar con una sola mano. La izquierda está siempre agarrando la manija de la puerta, listo para tirarse ante la más mínima sospecha de que pueden llegar a asaltarlo. Una técnica que perfeccionó con el tiempo, cuando se cansó de los robos y no soportó más la presión de algún cuchillo cerca de sus riñones. "En fin, la noche está complicada", dice con resignación mientras un flaco con olor a tabaco y la voz entrecortada por la noche se sube al Peugeot.

enviar nota por e-mail

contacto
buscador

Ampliar FotoFotos
Ampliar Foto
Manuel maneja preparado por si lo encañonan.

Notas Relacionadas
No al cinturón


  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados