| domingo, 21 de septiembre de 2003 | Sabores del mundo: La historia se sienta a la mesa en Niza Enrique Andreini / La Capital Niza, ciudad de la Riviera francesa, ubicada al lado del mar Mediterráneo, o para ser más preciso, en el punto más maravilloso de la Costa Azul. Majestuosa, soberbia, es el lugar perfecto para mirar y ser mirado. Está protegida de los vientos fríos de los Alpes por una cadena montañosa situada al norte de la ciudad. Conocida en la época del imperio romano con el nombre de Nicaea o Nicea, los árabes y sarracenos fueron sus circunstanciales moradores. En 1388 fue a parar a manos de la Casa de Saboya para pasar luego, cerca de 1860, al reino de Francia, como compensación por la ayuda recibida en su lucha contra Austria.
Paseo de los ingleses Durante siglos Niza fue una ciudad eminentemente comercial, pero lentamente su destino le tenía reservado transformarse en uno de los más famosos centros turísticos del mundo. Tal transformación se la debemos a los flemáticos ingleses, quienes se instalaron en sus colinas para bajar, por las tardes templadas, a dar largos y ensoñadores paseos por su rocosa playa. Poco a poco esta zona fue poblándose de lujosos hoteles y exclusivos restaurantes.
Niza comenzaba a mostrar su verdadera personalidad, la aristocrática. Adinerados de todo el mundo tenían allí sus mansiones. Mujeres hermosas recorrían sus bulevares seduciendo y dejándose seducir. Era una época de ostentación y lujo.
Pero algún día el exclusivo paraíso tenía que terminar y las nuevas formas de comercialización del turismo se encargaron de ello. Niza está hoy al alcance de quien disponga de recursos para poder viajar, del resto se encargan las maravillosas tarjetas de créditos.
En Niza no todo es lujo y diversión, también posee una rica vida cultural, entre la que se cuenta una tentadora oferta de museos como el de Arte Moderno, o el de Henri Emile Benoit Matisse y el de Marc Chagall, dedicados a la obra de estos brillantes pintores del siglo XX.
Manjares mediterráneos En Niza al igual que en otras partes del planeta cohabitan, si me permite el término, una cocina muy sofisticada, y otra más popular, sabiamente reinterpretada por reconocidos chef a través de la cocina mediterránea, que gran parte de su fama se la debe a nuestro querido Cristóbal Colón, pues sin el aporte americano del tomate, no sería la misma que hoy conocemos.
Cada uno de los pueblos que la poblaron fueron aportando sus alimentos y sabores: tiernos vegetales aderezados con aceite de oliva, hierbas aromáticas y ajo, delicadas pastas, carnes aromáticas, pescados a la parrilla. Del esplendor fastuoso del hotel Negresco y su restaurante Chantecler, a la ceremonia de comer con las manos una socca (especie de cràpe de harina de garbanzo) sentado en una mesa en plena calle cerca del Mercado de las Flores, en Cours Saleya.
No se vaya de Niza sin probar los deliciosos chocolates de Auer, verdaderas maravillas elaboradas por la familia desde 1820. enviar nota por e-mail | | |