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 miércoles, 17 de septiembre de 2003

Reflexiones
Buenos Aires en Rosario

Víctor Cagnin / La Capital

Finalmente los comicios porteños terminaron nacionalizándose y pocos pudieron evitar tomar posición frente a los resultados. Con mayor razón los rosarinos, quienes todavía no habían digerido la imposibilidad de instalar a su intendente en la Casa Gris de la provincia cuando se encontraron al lord mayor en la TV celebrando el triunfo de su par Aníbal Ibarra. Algo así como vivir la fiesta de cerca que debí haber vivido y no tuve. A no aflojar, Vittorio Gassman solía decir que "la fortuna pasa dos veces en la vida sobre la cabeza de uno: sólo hay que saltar y atraparla". Claro, hay que saltar y además atraparla. Pero pasa dos veces.

La victoria de Ibarra sobre Mauricio Macri, con una diferencia de siete puntos, devuelve el alma al cuerpo a quienes prefieren que la línea tomada por el presidente Néstor Kirchner no sufra variaciones por ahora; en todo caso, que se fortalezca al punto de no tener que retroceder frente a las presiones o bien dejar en suspenso algunos de los tantos frentes abiertos. Suena a sensato, porque pareciera, por momentos, que el Ejecutivo no va a poder sostener la contraofensiva de las corporaciones que durante tanto tiempo se beneficiaron con el capitalismo prebendario.

Precisamente, existe expectativa en torno al tiempo que demandará llevar al país hacia la normalidad, esa singular y necesaria revolución prometida por el presidente. La gente quisiera tener ya una Justicia renovada y con los más notables juristas ocupando los principales cargos, una fuerza de seguridad mucho más competitiva y menos flexible a la corrupción y organismos del Estado saneados, dirigidos por profesionales de carrera, de currícula impecable y ética puesta a prueba en difíciles circunstancias. Pero todo esto y aún más lleva su tiempo. Se supone que lo implementará por etapas, entendiendo que debe preparar primero las condiciones en cada área, cada rubro y cada lugar, para no cometer errores que puedan hacer retroceder los cambios. Si es así, esta ardiente paciencia popular tendrá un sentido: nada se saborea tanto como aquello que se esperó por años, acumulando arbitrariedades, despojos y falta de oportunidades.

En este sentido, el triunfo de Ibarra, basado en la idea de una administración donde se privilegia la educación, la salud y la solidaridad, y sostenido por un amplio espacio transversal que abarca a ciudadanos e instituciones de distintas vertientes, viene a instalar un modelo que puede expandirse como experiencia en todo el país. Y Rosario, desde ya, con sus particularidades, posee un terreno fértil para concretarlo.

El socialismo como partido de cuadros ha tocado su techo. Alguien se preguntará cuántos cuadros se necesitan para dirigir una gran provincia y una gran ciudad. Depende. Eso está en directa relación con la capacidad de liderazgo que esos dirigentes tengan sobre la ciudadanía, por la convicción que pongan en sus acciones y la confianza que reciban como devolución. Aparentemente, el socialismo se encontró con un panorama en la provincia después de las elecciones presidenciales y la crecida histórica del río Salado como nunca antes se le había presentado. La posibilidad de conquistar la Casa Gris estaba a un paso, pero previamente había que consolidar todas las fuerzas, porque se sabía que la ley de lemas no otorgaba una segunda vuelta como la tuvo Ibarra. Resultaba obvio entonces que se imponía una amplia política de alianza.

Aquí, según las últimas declaraciones de los principales dirigentes, se desata un debate ideológico y de cargos del cual la ciudadanía nunca se enteró y si alguien supo algo fue de una manera parcial. Hubiese sido interesante que esta discusión tomara amplia difusión porque en definitiva se trataba de una cuestión que se vinculaba al futuro de la gente. En tal caso, esos cuadros iban a tener que argumentar con lucidez y elocuencia hacia adentro y hacia afuera, pero al fin saldrían fortalecidos, insospechados y sin culpas. Claro que la conjugación "hubiese" no existe en política. De forma que es tarde para lamentos pero temprano para profundizar el debate inconcluso. Además, ¿acaso no se reclamaba de los partidos tradicionales internas abiertas para que participe la ciudadanía? ¿El PS es un partido que debe abandonar el centralismo democrático o todavía no está maduro para ello? ¿Cómo resuelve una crisis de este tono el Partido Socialista Español (Psoe)? Son preguntas que comienzan a plantearse sin que uno sepa si le corresponde hacerlas pero peor aún sería silenciarlas.

El ingeniero Miguel Lifschitz ha logrado más de 100 mil votos provenientes de distintos sectores. Tiene además un importante porcentaje de otros partidos que saludaron y reconocieron su triunfo. Pero también posee detrás los límites de una estructura partidaria que sólo dio para llegar hasta aquí, lo cual no es poco, pero insuficiente para el impulso que requiere una nueva gestión. Por eso la experiencia de Ibarra puede ser una plataforma para analizar y cotejar. Esa amplia franja social de centroizquierda que coincide con la honestidad, la transparencia y la eficiencia de los socialistas puede otorgar nuevos valores si se la incorpora activamente, con voz y voto, y abrir al mismo tiempo una perspectiva de gobierno mucho más profunda, audaz y en sintonía con los proyectos de Kirchner. La iniciativa, por cierto, está en manos de sus dirigentes.

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