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 miércoles, 03 de septiembre de 2003

Reflexiones
El retorno de los cronopios

Víctor Cagnin / La Capital

Con la asunción del presidente Kirchner, el discurso fundacional de su gestión, las presencias de todos los mandatarios latinoamericanos y las primeras medidas de su gestión, se fue instalando en la Argentina un cierto aroma de los años setenta. Quizás como consecuencia de que, por primera vez, llega al poder esa generación de jóvenes que sorprendieron al mundo con sus convicciones, sus compromisos con el semejante y sus sueños de un país y un planeta menos desigual. Con ellos llegan también una infancia y una adolescencia construidas en un modelo de familia marcadamente autoritario y profundamente afectivo. Llegan una literatura y una estética que los determinó como individuos críticos y un vértice desde donde casi siempre se ubican para observar la vida, sus vidas y el curso de los acontecimientos políticos y sociales. En su lucha por la libertad, esos jóvenes partieron con urgencia del hogar en procura de darse un destino, de cambiar el curso de los acontecimientos para ellos y para los demás. No hacerlo implicaba mantenerse en un plano intrascendente, previsible, seguro y desapasionado. O cargar con el estigma de no haber tomado conciencia de la realidad lacerante y sus condicionamientos, para permanecer en la comodidad del hogar y en el deber ser que les reservaban las instituciones.

A su vez, la impronta de los héroes revolucionarios se podía descubrir con sólo recorrer las calles de la ciudad, cuyos grafitis constituían un verdadero manifiesto vanguardista para principiantes. Entre la dictadura que se retraía, la llegada de Perón, la economía creciente (no había silos para almacenar cereal), el auge de la literatura, la música nacional y la televisión, el sol parecía salir para todos. Y era eso lo que poseían esos años dorados, un sol bueno, transformador, filosófico, teórico y terapéutico. Las cosas volvían a recuperar naturalidad y luminosidad. El empleo crecía y los hijos de los empleados comenzaban a acceder masivamente a la educación terciaria y universitaria. Era un país que comenzaba a dar oportunidades a las mayorías.

Las madres solían reprochar la falta de noticias o la información a medias que tenían de ellos. En verdad, nunca se resignaban a la pronta partida y esperaban el retorno trascendente, mitigador, con el título, para iniciar una mejor vida como profesional junto a ellas. Pero ellos estaban embarcados en un camino sin retorno, en la saga de Simón Bolívar, San Martín, el Che, Camilo Torres o Patrice Lumumba. Por eso las madres siguen ahí. Eran pibes y pibas de 20 a 30 años, jugados, resueltos, discutidores, irónicos, fanáticos, creativos y buenos narradores. Solían contar historias con un toque épico de sus compañeros, de desprendimiento o de profundo humanismo que nunca pudimos conocer, confrontar, porque se fueron perdiendo en la niebla de la dictadura. Sólo quedan de aquellos hermanos mayores desaparecidos esos relatos antes de que se desate la tragedia, que por otra parte fueron profusamente recreados en libros y películas.

Reconstruir entonces la vida de una sociedad que ha sufrido una masacre generacional resulta un desafío parecido al de las catástrofes de la naturaleza o de los siniestros provocados. Las pérdidas son irreparables, pero se impone realizar todo el esfuerzo para dimensionar los alcances, las víctimas fatales, las familias afectadas, el patrimonio destruido, las causas que lo desataron, la falta de previsiones, la negligencia de los funcionarios, el ocultamiento de la información, el desvío de la atención y el descargo de culpas sobre terceros. Y de inmediato obliga a iniciar la tarea de reparación total, sin exclusiones ni olvidos. Se sabe que nunca será lo mismo pero hay que intentar reconstruir con las mismas bases y una misma estética. De lo contrario, un grito desde el abismo estará siempre martillando sobre los tímpanos de la arbitrariedad, por la herida no cicatrizada. Varsovia quedó totalmente destruida tras la Segunda Guerra. Pero quedaron los planos y el antiguo casco céntrico fue reconstruido sin descuidar detalle. Al caminarla su arquitectura y su historia siguen tan presentes como entonces.

Precisamente, la idea del presidente Kirchner, aún en gestación y que día a día parece tomar cuerpo, si no se malinterpreta, es la de lograr un Estado de reparación de aquel país que quedó inconcluso o comenzó a destruirse tras la muerte del padre del justicialismo. Existen claros indicios de intentar regenerar un sueño de república soberana, de nación latinoamericana, de industria nacional, de primero con los excluidos o educación y cultura para todos. Está presente en su dinámica aquella marca de los jóvenes setentistas que militaban sin horario y allí donde estuviesen. Se trata de un clima familiar, confiable, con aciertos y errores, el que se nos presenta. Con gratas sorpresas para algunos, por el revival de imágenes y sonidos.

Ese viento fresco, popular, que limpia el cielo y devuelve la perspectiva en el horizonte llega inevitablemente a Santa Fe. Los comicios del próximo domingo servirán para dar mayor cuerpo a esta tarea de recuperación que cuenta con el apoyo del 80 por ciento de los argentinos. Y naturalmente será la ciudadanía la que decida quiénes son los representantes en mejores condiciones para implementarla. A todos los que compiten y a los responsables de garantizar la jornada cívica sólo se les pide cumplir acabadamente con el deber, la mayor racionalidad, transparencia y altruismo.

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