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 lunes, 01 de septiembre de 2003

Estrategia de un crítico que legitimó volver a la pintura

Fernando Farina / La Capital

La transvanguardia es un movimiento artístico asociado a la posmodernidad. Una serie de características la ubican como una manifestación de los "aires de época" -como diría Jean François Lyotard- a fines de los 70: el cuestionamiento a la supuesta evolución o progreso, la reivindicación de la individualidad ante los movimientos colectivos, el eclecticismo y la utilización de todos los estilos, la reivindicación de la pintura frente al conceptualismo, la falta de compromiso con los valores estéticos...

En la vereda opuesta a la vanguardia, con su actitud negadora, el movimiento surgió en Italia de la mano del teórico Achille Bonito Oliva, quien supo reunir a un grupo de artistas cuyos planteos, aunque diferentes, se vinculaban según estos principios. Pero se propuso como cambiante, ya que existía una actitud nómade, la de seguir cualquier período del arte del pasado, rescatando el fragmento y la discontinuidad. Así, se llegó a hablar de un arte de supermercado, donde los pintores se servían de símbolos, signos, colores y formas sin respetar contenidos ni significaciones.

"La transvanguardia soy yo", llegó a decir Bonito Oliva y en gran medida tenía razón: él acuñó el término, difundió sus ideas y llevó de la mano a un grupo de pintores, que en poco tiempo triunfaron en el mercado debido a la buena propaganda que les hizo. Ese grupo -integrado por Francesco Clemente, Sandro Chia, Enzo Cucchi, Mimmo Paladino y Nicola de María- es el que ilustra el movimiento en la muestra de Buenos Aires.

El astuto Bonito Oliva se dio cuenta de la encerrona en la que estaba el arte después de un proceso frenético de novedad y progreso. Ante esto propuso recuperar el sujeto, la identidad, el reconocimiento de que se es una suma de cosas diferentes con las cuales se convive y, fundamentalmente, el placer de pintar. Había sido demasiado el recorrido ascético por el minimal art, el arte conceptual y el land art. El resultado fue una suerte de vale todo transgresor ante la enciclopedia del arte, la posibilidad de la cita, el reciclaje y la mezcolanza de géneros. No es causal, que el teórico italiano haya retomado un movimiento histórico: el manierismo, al que consideró madre del arte contemporáneo.

Infatigable, se lanzó a propagar sus ideas y lo logró: el arte internacional se tiñó de la hola neoexpresionista, los italianos fueron los primeros, pero muy pronto Alemania y Estados Unidos los siguieron.

"Se podría decir que el acto de pintar ya no es el mismo. He aquí, en resumen, el núcleo de dicha teoría, conformada por las siguientes ideas: la idea del nomadismo cultural, la idea del eclecticismo estilístico, la idea del hedonismo cromático, aun dentro de una pintura de tipo investigativo y posconceptual. Se podría decir que el arte ha recuperado su más suntuoso ropaje y, por debajo del mismo, su propio cuerpo, en contraposición a la castidad puritana, protestante, del arte conceptual de los años 60", se enorgullecía Bonito Oliva.

Pero la vuelta a la pintura también significó el triunfo del mercado, los precios de las obras se fueron a las nubes en un momento donde sobraban dólares. ¿Cuánto legitimó el mercado a estas obras? ¿Cuánto legitimó la crítica a estas obras? ¿Cómo el mercado siguió a la crítica o viceversa? Todo es materia de discusión, ya que Bonito Oliva no es un crítico desinteresado. Pero más allá de esto, su acierto, por el que quedará en la historia, es haber reivindicado la práctica más mimada del mercado, la más deseada por muchos artistas: la pintura, y haberla puesto de nuevo en primer plano.

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