| domingo, 31 de agosto de 2003 | Editorial Desterrar el cigarrillo Aesta altura, resulta hasta insólito que haya que insistir acerca de la terrible nocividad que trae aparejado el cigarrillo. Es que son altos los niveles de divulgación masiva que posee la relación directa entre consumo de tabaco y enfermedades tan temibles como el cáncer. Sin embargo, pese a que la gente se encuentra bien informada al respecto, el número de fumadores no deja de crecer en el pauperizado Tercer Mundo, a diferencia de lo que ocurre en las naciones desarrolladas, donde se registra un positivo cambio de actitud colectiva en torno del tema. Por tal razón no puede ameritar sino elogios el anuncio realizado por el ministro de Salud, Ginés González García, de que a fines de septiembre próximo el gobierno nacional firmará un convenio con la Organización Mundial de la Salud (OMS) con el objetivo de limitar el consumo de la droga.
El término anterior -"droga"- fue expresamente utilizado a pesar de que no se lo relaciona de modo habitual con el tabaco. Sin embargo, tal como lo recordó el mismo González García, el cigarrillo contiene cuatro mil ochocientas sustancias que crean adicción y resulta más difícil dejarlo que a muchas drogas de las consideradas "pesadas".
Abundar en su peligrosidad parece innecesario, pero refrescar ciertas cifras puede resultar importante: el tabaco es responsable del 85% de todas las muertes ocasionadas por cáncer pulmonar, del 75% de aquellas producidas por bronquitis crónica y de una cuarta parte de las causadas por males cardíacos, además de disminuir un 30% el rendimiento físico, laboral y deportivo.
Pese a ello, Argentina es el tercer mayor consumidor de América latina: en el país, 40% de las personas de entre 16 y 64 años fuma. De ellas, 35% son mujeres. Además, seis de cada diez adolescentes del país fumaron alguna vez, la mayoría antes de cumplir los dieciséis años.
Se trata, en el fondo, de una cuestión cultural. Gran parte de los logros obtenidos en los Estados Unidos en combatir el vicio se deben a la sana intolerancia de cada vez más personas hacia quienes no sólo se dañan irreparablemente a sí mismos, sino también a su prójimo más cercano. Sucede, de manera si se quiere hasta paradójica, que los contundentes argumentos esgrimidos contra el tabaco se han convertido en palabras vacías de contenido para quienes las escuchan. Ellos, por supuesto, han decidido ser sordos.
Por tal motivo corresponde insistir en la participación de todos los no fumadores en la creación de una conciencia social activa: sin agresividad, aunque con firmeza, se deberá recordar que fumar un cigarrillo -si esto fuera inevitable- es algo que sólo será posible hacer en un lugar donde no se cause perjuicios a nadie. enviar nota por e-mail | | |