| domingo, 03 de agosto de 2003 | REPORTAJE. DANIEL SAMOILOVICH "Escribí mi libro contra el temor de estetizar la miseria" En "El carrito de Eneas" el director de Diario de Poesía presenta un mapa del nuevo mundo descubierto por la crisis argentina Osvaldo Aguirre / La Capital La crisis que hizo eclosión en diciembre de 2001 parece haber planteado, entre otros cambios notables, un desafío al conocimiento. Los politólogos, los historiadores y los sociólogos trataron y aún tratan de establecer explicaciones, diagnósticos, proyecciones. La reciente edición de “El carrito de Eneas”, de Daniel Samoilovich, pone en escena una voz inesperada en ese debate: la voz de la poesía.
El libro, publicado por Bajo la luna, es un mapa del nuevo mundo descubierto por la crisis: el de la miseria y los cartoneros. Samoilovich presenta un poema narrativo y comienza a escribir a partir de una revelación: Buenos Aires es Troya, es decir una ciudad devastada. La comparación se expande en el poema con la inclusión de los héroes de la antigüedad y la propia estructura del libro, cuyas partes se corresponden a las que grabó Vulcano en ese carrito empujado el nuevo Eneas.
“Se me ocurrió, para mi propia diversión, repartir las cosas que había escrito entre géneros poéticos. Tengo uno lírico, una suerte de égloga, «Las encantadas», que va a salir el año que viene, una elegía. «El carrito de Eneas» sería mi primer libro épico”, dice Samoilovich, autor de otros cuatro volúmenes de poemas, traductor y director, desde 1986, de Diario de Poesía.
—¿Cómo surgió la escritura del libro?
—Yo estaba haciendo “El despertar de Samoilo”, que es una suerte de obra de teatro en verso, y un libro más largo donde de alguna manera me meto con mi primera juventud, en una suerte de viaje a treinta años atrás. Era un trabajo difícil para mí, como de inmersión en el pasado y por otra parte de mucho tecleo, como debe ser escribir una novela, que yo nunca escribí, de darle y darle, de terminar una jornada de laburo con 300 versos más que al comienzo. El estudio donde voy a escribir todos los viernes queda por Uruguay y Sarmiento, una zona de muchos comercios. Ahí y en Once fue donde empezó primero en Buenos Aires el fenómeno de los cartoneros, durante el gobierno de De la Rúa. Y los diarios, que son tan afectos a buscar tendencias y fenómenos, tardaron mucho en pescarlo. Yo salía a la calle y encontraba bolsas y bolsas negras y tipos cuidándolas y esperando que llegara el camión, entre montañas de basura. Al principio lo tomaba en tanto fenómeno casi onírico. Aparte del contenido simbólico de decenas de personas —ahora son miles— viviendo de lo que las otras tiran: como una metrópolis de Fritz Lang, una ciudad subterránea que de pronto asoma a la superficie de otra. Y quería hacer algo. Lo que primero se me ocurrió fue la estructura del escudo de Eneas, algo entre cuadritos de historietas y pantallitas donde se proyecta una película. Eso me podía dar un orden, pero todavía no empezaba a escribir.
—¿La escritura se dio en un tiempo determinado?
—En dos meses salió un primer borrador de cabo a rabo. Además tenía una estructura definida. Por primera vez tenía un libro bastante completo en la cabeza.
—¿Te interesó hacer alguna reflexión sobre el tema del poema?
—Me parece algo terminal. Un punto donde van a hundirse tantas cosas, desde la jornada de ocho horas por la que los trabajadores, desde la inmigración, lucharon tanto hasta las condiciones de salubridad, la prohibición del trabajo infantil. Todo lo que son las leyes de la República estallan y dejan a todo el mundo sin saber qué hacer. La ley de pronto caduca ante la crisis, no se puede ejercer, aparece algo que no parece propio de lo que pensábamos que era la Argentina.
—¿Cómo funciona en este marco el recurso a los clásicos y a los héroes de la antigüedad?
—Eso vino arrastrado por la idea del escudo y del carrito. La similitud entre el carrito del cartonero y el escudo de Eneas desató todo el tono épico. Ahí apareció sola esa idea: Buenos Aires es Troya, es decir, se acabó, se derrumbó.
—¿Encontraste alguna dificultad para escribir este libro?
—La principal dificultad que sentí es que tenía la impresión de producir un distanciamiento enorme frente a una cosa que me conmovía mucho. El fondo contra el que trabaja durante bastante rato el libro es mi propio temor a producir una estetización de la miseria. Pero cuando terminé me pareció que no había hecho eso. Lo que me salvó —por lo menos a mis propios ojos— del peligro de la estetización de la miseria es que en un momento me encontré con preguntas verdaderamente mías.
—Has sido considerado como referente del objetivismo. ¿“El carrito de Eneas” encuadra en esa poética o sigue otro camino?
—Si fuera una continuación, sería una continuación a través de una paradoja. Claramente este no es un libro objetivista, en el sentido estricto. Veo la continuidad de un rechazo a la conjunción asunto lírico tradicional —entendido como tal— con formas entendidas como tales, lo que a mí me deja frío. Yo no puedo escribir así. Se me ocurre que con los paisajitos objetivistas encontraba una otra cosa. Y ahora encuentro el mismo rechazo a la conjunción de tema tradicional-forma tradicional en otro registro. Veo un “no” que se continúa.
—¿Apelar a los clásicos es lo que distingue a tu poesía?
—Para mí esto entra como un componente que me resulta del mismo nivel de realismo que los elementos experienciales o visuales. Todo el mundo hace uso de los elementos culturales que tiene a la mano. A mí esa mezcla me interesa específicamente. Porque en la poesía clásica, que es tan anterior al romanticismo, se encuentra otro modo de realismo, otro modo de lirismo, y un sujeto que a mí me parece más interesante, más experimental.
—¿Tenés algún hábito particular para escribir poesía?
—Por ahí puedo tomar notas en cualquier lado, a cualquier hora. Pero yo copié de amigos pintores o bailarines, la idea de tener un tiempo de ejercitar, o sea, un tiempo de ir a un lugar especial, determinado, para trabajar. Como un pintor no puede trabajar en su casa porque la ensucia o necesita espacio donde ver su tela, yo tengo un bolichito con unos diccionarios, una cama, un escritorio y una computadora vieja. Me voy todos los viernes en horario de trabajo: a las 8.30 arranco de mi casa y mi mujer sabe que vuelvo a la noche. Trato de no hacer citas ni llevarme trabajos. Voy y escribo, ensayo, pruebo. Lo interesante también es el tiempo de equivocarse, de probar cosas que a lo mejor en principio no van a ningún lado.
—¿Cómo está el Diario de Poesía a 17 años de su salida?
—¡Mejor que nunca! (risas) Se formó un nuevo consejo de redacción. Por un lado está la voluntad de esa gente y por otra el haber encontrado el cómo. Porque a veces se hace más difícil, tratándose de algo que no se hace profesionalmente, que no tiene una sede y de lo que nadie vive. enviar nota por e-mail | | Fotos | | El escritor Daniel Samoilovich. | | |