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 domingo, 13 de julio de 2003

Escuela y familia: lazos para crecer

Marcela Isaías / La Capital

Qué, cómo y cuánto aprenden los chicos en la escuela son interrogantes que desvelan no sólo a pedagogos y especialistas, también los padres se involucran con la cuestión, sobre todo cuando se conoce públicamente que los resultados no son los deseados.

Días atrás, los medios de comunicación difundieron los resultados de una investigación realizada por la Unesco y la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (Ocde), en el que se establece que una gran parte de los adolescentes argentinos tiene serias dificultades para entender un texto sencillo. Tales limitaciones se trasladan además a la comprensión de las áreas de matemática y ciencias.

La conclusión del trabajo viene a confirmar la sospecha generalizada que muchos tienen sobre lo que los alumnos aprenden en la escuela. Y aunque no se dude sobre lo irreemplazable que es esta institución como garantía de un espacio común de acceso al conocimiento, la verdad es que a la hora de buscar responsables sobre los bajos resultados las miradas se vuelven automáticamente hacia ella.

La cuestión no es tan simple, por eso ante la consulta la investigadora de la Universidad Nacional de Entre Ríos (Uner) Carina Rattero considera que "todo dato estadístico no refleja una realidad en sí, sino una particular manera de interrogarla. La calidad educativa no puede medirse fuera de las condiciones de las prácticas: si un chico llega con hambre a la escuela necesita alimentarse para poder aprender".

Las palabras de Rattero sirven para ponerle nota a lo que ha venido transcurriendo en estos últimos años en la educación que, por si hiciera falta recordarlo, ubican a la Argentina entre los países que vienen cayendo en materia educativaEs entonces cuando los padres comienzan a preguntarse con mayor énfasis por la educación de sus hijos. Más concretamente, qué destino tiene y, si se quiere, comienzan a cuestionar a la escuela como un espacio útil para aprender. Sobre esto Rattero, también docente en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Uner, asegura que la mirada debe ser más amplia y abarcadora: "La educación tendrá el destino o el porvenir que como sociedad seamos capaces de construir".

La idea de Rattero apunta a reforzar la confianza en que la escuela "sigue siendo el espacio público que construye sociedad. Sigue siendo un lugar donde tenemos que transmitir algo valioso; y digo valioso y no útil, porque no se trata sólo de aprender para el examen, para trabajar, o adecuarnos a la realidad. Se trata de estudiar para saber, aprender a pensar y construir otros mundos, para esto es necesario poder instalar preguntas allí donde todo es injusticia y obviedad".

Pero claro está que no todo dependerá de lo que la escuela como institución y sus docentes puedan hacer para cambiar la historia y volver a ubicar a la educación en escena. Las familias también tienen su cuota de responsabilidad en la calidad de los resultados.

"Cuando éramos chicos -recuerda Rattero- si queríamos lograr algo, ser buenos en un deporte, hacer danzas, aprender música o destacarnos en la escuela sabíamos que había que trabajar en eso, dedicarle tiempo y esfuerzo. Muchos escritores y pensadores de este siglo en sus autobiografías recuerdan que sus padres los incitaban a leer, les daban textos y luego preguntaban acerca de las lecturas. George Steiner, por ejemplo, cuenta en uno de sus libros que su infancia fue un festival de exigencias".

Por eso la educadora insiste en señalar que "hoy, en medio de la cultura de lo efímero y el compre ya, quizás algo de esto se esfuma. Educarse supone cierta satisfacción diferida a largo plazo; conocer y pensar, llegar a ser uno mismo no es posible sin trabajo, dedicación y tiempo. Las familias, las generaciones adultas tenemos mucho que ofrecer a los chicos en este aspecto".

-¿Cuál es, entonces, el mejor apoyo que puede dar un papá o mamá?

-Acercarse desde otro lugar a los maestros, no sólo desde la sospecha que cuestiona la idoneidad. Creo que este sólo gesto mejoraría las cosas. En muchos casos las escuelas y las familias han resquebrajado los lazos de complementariedad en la educación de los chicos. Los maestros son descalificados permanentemente, y si bien en esto los educadores tenemos nuestra parte, también es preciso entender aquí los efectos atroces de las políticas de ajuste. Quizás un papá pueda, en algunos temas, saber más o tener mayor acceso a información y esto podría capitalizarse en un acercamiento, un vínculo diferente con la escuela.

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Los alumnos apreden en la escuela y en la casa.

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