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 domingo, 13 de julio de 2003

Interiores: los escenarios cotidianos

Jorge Besso

La moda a puesto de moda a los escenarios. Precisamente un tipo de escenario, las pasarelas: lugar por excelencia por donde desfilan las novedades de la moda, pero ahora cada vez hay más escenarios, cada vez más desfiles, y hasta una figura antropológica nueva: los personajes de existencia mediática. Una suerte de seres bastante especiales, como si fueran una pura imagen sin carne, lo que da como resultado un especimen en parte real, en parte virtual, muy apropiado para circular en los canales, más que en las calles de la realidad.

A los políticos, a los analistas políticos y a los analistas económicos muy especialmente, basta verlos hablar para ver cómo les brota de la boca la palabra escenario con mucha facilidad y repetición. Por lo que parece la palabra resulta muy atractiva, lo que es muy comprensible puesto que no hay mejor lugar que estos para que desfilen las ilusiones. En el caso de los analistas económicos en particular y de los analistas científicos en general, el escenario que imaginan es uno donde puedan encerrar todas las variables intervinientes de una situación, para que nada se les escape, para que las previsiones se cumplan, y para que finalmente todo cierre. Acotar y cerrar parece ser el mambo que más les gusta bailar a algunos pensadores, a quienes les place jugar en escenarios cerrados, con todas las variables juntitas y de ese modo estar seguro de que no se escape ningún sentido inesperado.

En los últimos tiempos, un autor inesperado ha juntado los escenarios con el miedo para publicar un libro precisamente con ese título, "El miedo escénico". Se trata de Jorge Valdano, ex jugador de fútbol, de linaje menottista, por lo tanto no sólo comentador sino también pensador del gran deporte y de la vida. Es decir, hombre metido a filósofo, y en cuyo texto nos habla del miedo que suele aparecer en las instancias primordiales del juego. Con todo, lo más probable, es que haya sido el maestro Enrique Pichón Riviere, fundador de la Asociación Psicoanalítica Argentina en 1942, quien haya inaugurado la huella de la reflexión sobre los escenarios, ya que Pichón hablaba, entre muchas cosas, sobre la fobia al área. Se refería específicamente al área 18, esos últimos 18 metros en la avanzada de un equipo, que constituyen una superficie tan especial, donde se pueden observar a los delanteros de raza, esos que juegan con los ojos bien abiertos y la cabeza levantada, ahí donde muchos le cierran los ojos al miedo y por lo tanto no saben dónde están, ni la pelota, ni el otro, ni el arco.

Los distintos escenarios suponen para el sujeto una elección, quizás hasta una decisión, con relación a cuánto involucrarse en cada uno de esos ámbitos. Involucrar es un verbo un tanto difícil de conjugar, más aún en la versión reflexiva, "involucrarse". Es que la reflexión es, precisamente, de las tareas humanas más difíciles, en cuanto que, muy a menudo, confundimos tener cosas en la cabeza con pensar, cuando en realidad son pensamientos que van y vienen en un ejercicio de rumiación más que de reflexión, ya que esta supone una autointerpelación que nos permita poder pensar de verdad en cuánto estamos implicados ya sea en el acierto, ya sea en el error.

Bajo el nombre de fobia se agrupan los diferentes miedos tan propios de los humanos, no porque sea un sentimiento exclusivo del ser más desarrollado del planeta (pues se lo puede observar en los animales) sino porque la variedad de miedos humanos es probablemente infinita, y en su versión más extrema puede configurar verdaderos "ataques de pánico", según la denominación actual. En términos muy generales la fobia y el pánico son definidos como un terror continuo e inmotivado ante un ser vivo, u objeto o una situación, que en sí mismos no presentan ningún peligro real.

La definición requiere de ciertas precisiones. Lo de continuo hay que entenderlo, no como algo que se siente en todo momento, sino como un terror que nunca desaparece, que está latente, de forma tal que basta que se presente el ser vivo, o el objeto fobígeno o la situación, para que se desencadene el pánico. El sujeto pasa de la normalidad a la anormalidad en un instante ante la inevitabilidad de tener que, por caso, subir a esos modernos y herméticos ascensores que, estadísticamente, no presentan ningún peligro real como dice la definición. Pero para el sujeto re-presenta un peligro mayor, cual sí el susodicho artefacto configurara una trampa de plomo con pinta de ataúd, al lado del cual la escalera es un paraíso en el que se puede respirar a gusto.

Es que uno de los mecanismos esenciales de la fobia consiste en evitar aquello que dispara el terror, o simplemente el miedo, con lo que muchas veces es dicha fobia la que decide por nosotros respecto de cuánto nos involucramos o no en determinadas situaciones, tanto laborales, como sociales o amorosas que son los bailes en que sujeto y objeto se encuentran y desencuentran, mañana, tarde y noche, como decía la vieja propaganda del legendario jabón.

Precisamente, el jabón constituye una metáfora del miedo, por lo que parece muy apropiada, pues el susto vuelve al sujeto resbaladizo, capaz de escapar resbalando de las manos del otro cuando se siente objeto de ese otro. Más allá de los extremos, el temor está en el centro de la condición humana, uno de los actores habituales de la subjetividad, y que hacen tan difícil lograr la tan remanida, pero necesaria objetividad, imprescindible para evaluar mejor los escenarios que nos toca transitar. Siempre conviene recordar que muchas veces el peligro está más adentro que afuera, y que ciertos grados del terror representan una destrucción del alma desde el interior. Revisar ese interior ayuda a comprender algo que decía Oscar Masotta, maestro del psicoanálisis: que la realidad es más flexible de lo que parece.

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