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 domingo, 13 de julio de 2003

Para beber: vino dulce

Gabriela Gasparini

No hay nada que hacer, la misma historia se repite todos los años con la llegada del frío. Una vez calzados guantes y bufanda nuestra necesidad de consumir chocolates se presenta ilimitada. No saben lo que se pierden aquellos que ante un dulce ofrecimiento contestan: "No gracias, no me gusta". Y creo no equivocarme si digo que es maravilloso en todas sus formas, tanto líquido como sólido, pero cuando un trozo relleno con almendras o pasas de uva, o mejor aún de cascaritas de naranja se aproxima a nuestros labios nos asalta una duda que a simple vista parece irremediable, ¿con qué acompañamos una golosina tan untuosa que empasta todas las papilas con su solo paso, si ni siquiera un café amargo parece poder dar cuenta de esa capa espesa, maravillosa que empapela nuestra boca?

Sencillo, con un vino dulce. Algunos dirán rápidamente ante mi propuesta, pan con pan comida de sonsos, pero no, veamos. Primero debemos recordar que ya no podemos elegir tan libremente entre unos Oportos maravillosos, unos fulgurantes Sauternes, o algún vino dulce de Jerez, salvo que le hayan quedado de otras épocas.

Por eso hay que arreglarse con lo que se produce en casa, que no es mucho pero va creciendo, quizás esa flaqueza se deba a que nuestro empecinado gusto por los tintos corpulentos desalentaba a los enólogos, o quizás a que son más difíciles de vinificar que los vinos secos.

Pero las bodegas han visto la punta, por eso están acompañando esta moda de comer cada plato con un vino distinto tratando de respetar el consabido maridaje, y si bien durante mucho tiempo los dulces no fueron tenidos muy en cuenta, ahora les prestan la atención necesaria como para poder competir en el mercado, (lo que sí puede ocurrir es que los consumidores no estén tan acostumbrados a estos cambios), y además que deban buscar un poco para conseguir algo acorde a cada bolsillo, porque si bien los hay de costos variados no siempre la calidad y el precio van de la mano.

Pero supongamos que estamos en casa, platito y copa en mano, pensando con qué la llenamos. La primera regla a seguir es que el vino debe ser más dulce que el postre. Por eso hay que ir probando, un Moscatel puede ir bien con una preparación de esas bien oscuras (una mousse se banca perfectamente algo más ligero que bien podría ser un Asti). Y como una opción más, para algo sumamente aireado con reminiscencias a almendras, se puede intentar con un Vin Santo que varias congregaciones religiosas se ocupan de elaborar. También hay en vinerías algunos Chenin dulces, y Tardíos de distintas bodegas que valen la pena, o cepas tradicionales vinificadas como Oporto.

Por supuesto sobre gustos no hay nada escrito, y como cada maestrito con su librito, perfectamente puede ser que tanto dulce por un lado y por otro disguste a más de uno, entonces pruebe con un Merlot o con un Cabernet no demasiado denso, ni muy tánico. Son otras opciones (iba a decir que no me haga eso de acompañarlo con Champagne) pero quién soy ya para decir qué hacer y qué no, si todo no es más que una interminable caravana de ensayos, de pruebas y errores, y vuelta a empezar. Cómalo con lo que tenga ganas, pero por favor disfrútelo.

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Para las almendras se puede probar con Vin Santo.

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