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 sábado, 05 de julio de 2003

Charlas en el Café del Bajo

-Este fin de semana lo voy a dedicar, Inocencio, a hablar del amor en la pareja y de los dogmas religiosos. Y traigo el tema a esta mesa a propósito de un par de historias de amor que han llegado hasta mí y que se ven amenazadas, en su esencia sublime, precisamente por los dogmas, las tradiciones o, en todo caso, por esa ortodoxia, ese precepto inflexible, tabicado, que, demasiado razonablemente, está muy lejos de comprender cuáles son las leyes del corazón. Dos historias recientes que quiero compartir con usted y todos los amigos: un joven separado, con hijos, se enamora de una muchacha cuya familia es muy católica y sobre todo muy tradicionalista (no me atrevería a decir que ultramontana). La familia de la chica se preocupa, la relación no es bien vista, es obvio que la muchacha se siente de algún modo presionada y para no desairar a los padres prefiere dejar al muchacho. Naturalmente, se siente culpable de haber sido la protagonista de una historia en donde varias partes resultaron heridas.

-Siga con la otra historia.

-Segunda historia: un muchacho judío se enamora de una chica "goy" (que traducido sería una persona gentil, no perteneciente a la religión judía). La chica es católica y no sólo católica sino que pertenece a un movimiento de la Iglesia. Las dos familias ven el caso con preocupación. Los padres del muchacho se inquietan porque los hijos que nazcan del matrimonio no serán judíos por cuanto no son hijos de vientre judío (a menos que los chicos sean convertidos, claro está) y los padres de la chica también se preocupan, pero en este caso por una cuestión más pueril (aunque esta cuestión sea no más que una justificación a toda una serie de prejuicios): ¿por qué iglesia se van a casar? Esta historia termina de una manera feliz. Los novios se plantan ante sus padres y le dicen: "Nuestro amor es sólido, tenemos un sólo Dios a El honramos amándonos y El bendecirá nuestra boda. Nada hará que abandonemos nuestro destino juntos". La firmeza y la fe de estos chicos da resultados y los padres al fin aceptan de buen grado el matrimonio que se realizará sobre finales de este año.

-¡Es lo que se dice una genialidad! ¿Y que diría del otro caso?

-Respecto del otro caso yo diría que el recelo con que se mira a los separados o divorciados en el ámbito católico ortodoxo a partir de las palabras de Jesús ("Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre") merece mi siguiente reflexión: primero que estas palabras pueden tener disímiles interpretaciones. La primera de ellas es que un matrimonio (en este caso católico) siempre está (deberia estarlo) sellado por el amor y este amor proviene de la única fuente amorosa que es Dios. Ningún hombre o mujer ajeno a los esposos tiene derecho a interferir en el sello divino a través de acciones que deterioren el matrimonio (lo que Dios une por amor no lo separe el hombre con acciones que socaven ese sentimiento), pero si ese amor, por diversas razones, se extingue, también se extingue el sello que unía a los esposos. Queriendo Dios para todos sus hijos no otra cosa que la felicidad, es lícita la separación si el amor se agota y la relación amenaza con ser tortuosa. Por esa misma razón Dios, en el marco de las leyes dadas a Moisés, estableció la licitud del divorcio. No hay contradicción entre la ley evangélica y la ley mosaica si la interpretación es correcta.

-Siga, pero se le viene la excomunión. Y mañana explíqueme del destino de los hijos de padres separados... si puede.

-Cómo no, mañana hablaré de los hijos, pero ahora sigo con la interpretación del mandato evangélico diciendo que, según ciertos exégetas, muchos pasajes de los Evangelios fueron dichos y escritos en código, para que los romanos no comprendieran ciertos mensajes (son conocidas las palabras de Jesús: "El que tiene oidos para oír que oiga". Entonces cabría esta pregunta: ¿a qué matrimonios se refería Nuestro Señor en forma subliminal cuando habló de este tema? De todas formas, Inocencio, los dogmas más reverenciados, como todas las afirmaciones doctrinales, se ven afectados por el relativismo cultural. Lo que era necesario para la Palestina de aquellos tiempos tal vez no sea lo mejor para el mundo de nuestros días. A esa mujer que para no desairar a sus padres dejó a su novio yo le diría: No repare tanto en la condición de separado de ese ser, repare mejor en la luz de su alma y si su alma resplandece y cree usted que allí estará su dicha, pues atrévase a amar, ame sin remisión y sin importar otra cosa que el amor, porque en el corazón de los enamorados se producen los latidos de Dios.



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