Pedro Squillaci / La Capital
Ismael Serrano es el último cantautor español surgido de ese tándem de artistas inigualables como Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina y Eduardo Aute. Claro que a diferencia de estos cantantes, sobre todo de los dos primeros, Serrano es el que menos matices ofrece a la hora de la composición. Es más, su tono monocorde de voz por momentos convoca al tedio y su música -casi siempre baladas- es un elemento de mero acompañamiento en sus canciones. Claro que esto no le importó a las 1.154 personas que agotaron las localidades el viernes pasado en el Auditorio Fundación. El madrileño supo cómo captar la atención del público, los atrapó, los sedujo y los hizo reír. Y como si fuera poco, todos se fueron cantando las largas canciones de Serrano. Son amores. Cuando Ismael salió ante una platea colmada con la sola compañía de Alfredo Marugán (guitarras y arreglos), no faltó quien diga: "¿Y cómo, y la batería?" O se preguntara: "¿Van a tocar ellos dos solitos toda la noche?". Pero minutos después todas las dudas fueron disipadas. Marugán -cincuentón, de colita, jeans, zapatillas y remera- es un músico aparentemente inexpresivo, de perfil bajo, que no se movió de su silla en las 2 horas y cuarto de recital. Pero es un guitarrista impresionante. Pese a que Serrano captó todas las miradas, y manejó los climas del show a su antojo, se hace imposible pensar en un formato acústico tan exitoso como el que se vio en Rosario sin la presencia de Marugán. Sutil y virtuoso, el músico supo poner punteos certeros en los momentos justos y, sin estridencias, armó un colchón de armonías a través de suaves arpegios que hicieron olvidar la necesidad de una banda de apoyo. Lo que es mucho decir. Serrano llegó para presentar su cuarto disco "La traición de Wendy", un material que sigue la línea melancólica del autor, basada en relatos autorreferenciales, extremadamente descriptivos y, generalmente, sin estribillos. La temática del español es el amor, enfocado tanto desde el encuentro como del desencuentro, y un ligero tinte social con guiños hacia líderes que van desde el subcomandante Marcos hasta el Che Guevara sin escalas. La palabra Che fue sinónimo de aplausos en la noche del viernes, pero no fue el único momento en que la gente fue protagonista. El madrileño tiene una gran capacidad para comunicarse con su público. Y el formato acústico del show dejó todo servido para que el Auditorio se convirtiese en un gran living de amigos. Por eso no extrañó que el cantante mechara una historia de "un vecino muy particular" en distintas partes del show que, más allá de lo risueña, sirvió para generar un clima de complicidad ideal para el espectáculo. "¡Venga!" se le oyó decir en "Ultimamente", de "La memoria de los peces", y fue suficiente para que las palmas invadieran el teatro. Pese a que las letras de las canciones son extensas y pocas veces se repiten, muchos corearon de memoria temas enteros generando una suerte de fogón, sin mate, pero casi con la misma calidez. Finalizado el show quedó la sensación de que Serrano aún no pudo superar el estigma de su excelente primer álbum, "Atrapados en azul", ya que hizo seis temas de ese disco y se hartaron de pedirles muchos más desde lo alto de los palcos. Y está claro que aún le falta mucho para ser un Serrat o un Sabina. Hay distancias que nunca se alcanzan.
|  Ismael Serrano hizo cantar a la gente en el teatro Astengo. (Foto: Celina Mutti Lovera) |  | Ampliar Foto |  |  |
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