Año CXXXVI
 Nº 49.873
Rosario,
domingo  15 de
junio de 2003
Min 16º
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Editorial
Irreemplazables libros

Hoy no sólo se celebra el Día del Padre: desde el 2000, cada 15 de junio se festeja en el país el Día Nacional de la Lectura. La llegada de esta fecha resulta entonces oportuna para reflexionar sobre las alarmantes afirmaciones vertidas días atrás por especialistas que integran el staff de la Fundación Leer, con sede en Buenos Aires: un setenta por ciento de los jóvenes argentinos que termina el secundario no comprende lo que lee.
El porcentaje -ciertamente aterrador- parece extraído de una novela de ciencia ficción si se recuerda que la Nación era reconocida no hace mucho tiempo en todo el mundo por el elevado nivel de su prestación educativa. Pero al parecer, dicha excelencia pertenece al pasado: un estudio internacional que evalúa la capacidad de lectura de alumnos de cuarto año de la educación general básica dio como resultado que la Argentina, entre treinta y cinco países relevados, ocupó el trigésimo primer lugar, sólo por delante de Irán, Kuwait, Marruecos y Belice.
Múltiples razones existen para explicar tan lamentable involución, y de ellas no es con seguridad la menos importante la ínfima importancia que se le ha otorgado a la educación desde las esferas gubernamentales, grave falla que intentaría remediar la actual administración. Pero no toda la culpa emana de la órbita estatal: tal como atinadamente lo sugiere un especialista de la calidad de Guillermo Jaim Etcheverry -actual rector de la Universidad de Buenos Aires- el abandono de parámetros cruciales en el terreno pedagógico, como la inevitabilidad de realizar un sacrificio a la hora de estudiar, en beneficio de nociones que vinculan el aprendizaje de modo excluyente con el juego, dista de resultar elogiable.
Además, en las nuevas generaciones es posible percibir un profundo desinterés por el libro como vehículo de placer estético y conocimiento. La mala expresión oral y la insólita cantidad de faltas de ortografía que padecen muchos jóvenes no estaría motivada sin embargo, según los expertos, por su escasa propensión a la lectura sino por fallas estructurales del sistema educativo.
Leerles en voz alta, inventarles historias oralmente, llevarlos a las librerías y/o bibliotecas y dejarlos elegir con libertad y, sobre todo, predicar con el ejemplo son consejos sanos que conviene poner en práctica si se pretende despertar en los más pequeños el amor por la lectura. Pero el drama reflejado en ese setenta por ciento que no comprende lo que lee no se revertirá con impulsos individuales, sino con políticas de Estado.


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