Marcelo Carné / La Capital
"Esto parecía el Titanic", grafica el arquero de Colón, Diego Ribas, de 25 años, quizá la víctima más emblemática que se cobró la voraz crecida del río Salado entre los futbolistas de los planteles profesionales de los clubes santafesinos. Es que la tragedia que también sufrieron en carne propia los jugadores sabaleros Jorge Bontemps y Javier Marini, y los tatengues Diego Olivera y el Gringo Valli -a cuyos padres el agua literalmente les arrasó la casa en la vecina Recreo- parece haberle marcado definitivamente la vida al joven guardavalla sabalero, a quien le tocó vivir una semana "de terror" en el techo de su anegada casa de Villa del Parque. A la que jura que ya no regresará pese a la tozudez de sus padres, quienes apenas se los permitió la naturaleza volvieron al hogar que habitan desde hace tres décadas detrás de la cancha de Unión. La suerte parecía sonreírle a Palito Ribas en este 2003 hasta la aciaga jornada del martes 29 de abril, cuando el río decidió irrumpir con la furia de un ejército invasor en las calles de la ciudad. A principios de temporada, Javier Irigoytía había perdido la pulseada por la titularidad de la valla colonista con el ex Central Laureano Tombolini y el Vasquito decidió emigrar a Cerro Porteño. Fue entonces cuando Edgardo Bauza depositó su confianza en las condiciones de Diego y lo sentó en el banco de suplentes rojinegro. Pero el último martes de abril el agua literalmente le llegó "al cuello" y borró de un soplido su buen momento profesional. "Acá en el barrio el río empezó a entrar por el costado de la vía del lado de Barranquitas. No sabés lo que fue esto. Parecía el Titanic, yo no lo podía creer pero en menos de tres horas el agua tapó todo". Al recorrer la devastada casa paterna junto a Ovacion, a Diego le tiembla la voz cuando recuerda que "aquella noche prácticamente no había dormido pese a que tenía que irme a entrenar a las 8 y media de la mañana. Pasadas las 7 estábamos tomando mate acá en la cocina de mi casa con un amigo cuando empezamos a escuchar los gritos de la gente. «Se viene el agua...» Entonces salimos a la esquina y era verdad, la gente gritaba, era un verdadero desastre. Me acuerdo que hacía apenas unos minutos había escuchado por la radio al intendente decir que Villa del Parque era defendible. Lo cierto es que al ratito estábamos todos inundados. Y menos mal que acá cerca tenemos la vía, porque si no morimos todos ahogados". La primera reacción de Palito fue sacar a sus padres, Pedro y Perla y treinta vecinos de Villa del Parque, a su esposa Adriana y su pequeña hija Micaela. "En ese momento era imposible hacer otra cosa, porque el agua empezó a arrastrar los muebles, la heladera, todo. Además como nadie avisó nada ¿con qué ibamos a llevar las cosas, al hombro?", se pregunta Diego con rabia mientras su voz se sigue resquebrajando. Cuando regresó de evacuar a su familia, el arquero rojinegro asegura que el agua "ya me llegaba al cuello. Entonces decidí subir al techo y lo primero que atiné fue salvar algunas cosas, como el pasaporte y el documento que son mis herramientas de trabajo, porque sin ellos no puedo jugar. También alcancé a subir algunas herramientas del taller de heladeras de mi viejo y un televisor que después se terminó arruinando igual porque lo mojó la lluvia". Ribas pasó una semana "de terror" en el techo y recuerda que tuvo que pagar 100 pesos para que sacaran en una canoa a la familia de su hermano, que vive detrás de la casa paterna. "La primera noche fue tranquila, pero después se empezaron a escuchar tiros por todos lados. Acá a la gente que se evacuó y dejó sus casas le robaron absolutamente todo", asegura. "Con unos amigos nos quedamos acá arriba una semana, comíamos lo que podíamos, si apenas nos la tuvimos que arreglar con un calentador", relata mientras señala el techo de la vivienda que exhibe los daños provocados por la acción del agua. Ahora Diego está instalado desde hace un par de semanas junto a su mujer y su hija en una vivienda que consiguió a través de Agremiados y jura que no piensa volver a Villa del Parque. "Acá me quieren porque es el lugar donde me crié, pero no pienso volver. Eso sí, mis viejos no se van a ir de acá, porque sacarlos a cualquier otro lugar después de haber vivido 30 años en este barrio, sería como largarlos solos y en pelotas en Buenos Aires".
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